El proteccionismo podría hundir a la UE
La decisión de la UE de reunir a sus miembros en dos cumbres de emergencia con el objetivo de fortalecer las defensas contra el virus en mutación del proteccionismo es, en principio, una buena idea –siempre y cuando se cristalice en la concienciación colectiva de lo que está en juego y por qué–.
La respuesta de Europa a esta emergencia ha sido desigual, algo que tal vez no resulte sorprendente dada la impersonalidad global de la crisis y su profundidad aparentemente sin fondo. Pero esa no es excusa para implementar políticas que perjudiquen a los países vecinos y para una guerra de subvenciones –representada por el vergonzoso llamamiento del presidente Nicolas Sarkozy a los fabricantes franceses de coches para que “repatríen” su producción a Francia desde las plantas de ensamblaje del este de Europa–.
El sistema empresarial europeo se pone en riesgo a medida que los líderes sindicales abandonan los principios más elementales de la solidaridad y compiten jugando con fuego.
Sarkozy, que sufre claramente un problema de tono, no es, por desgracia, el único culpable. Por ejemplo, Gordon Brown, el primer ministro británico y podría decirse que el líder de la UE que mejor comprende el funcionamiento de las finanzas globales, predica la cooperación internacional en el extranjero mientras que practica el nacionalismo financiero en casa. Esto no es lo adecuado.
Tampoco basta con desestimar este comportamiento calificándolo de hipocresía predecible o de respuesta comprensible a circunstancias extremas.
El éxito de la UE es el resultado de su personalidad híbrida: parte intergubernamental y parte federal. Sus lazos de unión tradicionales han sido la integración económica y el mercado único.
Esto es lo que se está atacando de forma más específica con esta inclinación hacia el proteccionismo: el dominio común sobre las políticas de comercio y competencia, las dos atribuciones fundamentales de la Unión.
Esto no comenzó con la crisis crediticia. Empezó hace 15 años con la decisión de los líderes de la UE de poner fin a la era de Jacques Delors –el símbolo de la ambición europea– y “repatriar” el poder desde Bruselas a las capitales nacionales. Este proceso ha ido demasiado lejos.
Ha dado como resultado una débil Comisión Europea. Este ejecutivo concreto –que vive sus últimos días– y su presidente, Jose Manuel Barroso, que busca una nueva legislatura, no están bien posicionados para resistir un asalto de los poderosos estados miembros al patrimonio colectivo de la UE.
La demanda ayer –realizada por Giuliano Amato, ex primer ministro de Italia, y Emma Bonino, ex comisaria europea, en las páginas de Financial Times– de que la Comisión se ponga al frente de los operativos de la UE para coordinar las ayudas estatales a bancos y fabricantes de coches tiene mérito. Si Bruselas no consigue reafirmar su autoridad en el dictado de las políticas del mercado único, la UE corre el riesgo de separarse. Esta unión necesita una Comisión más fuerte.
Publicado el 13-02-2009 , por Editorial. Financial Times, expansion