Antes de la toma del poder por los comunistas en 1979, en Afganistán se cultivaba adormidera para consumo interno. Los talibanes no se sirvieron del opio para librar su guerra contra la Unión Soviética, ya que la ayuda militar que recibieron de EE.UU. fue suficiente, pero los campesinos sí se pasaron al cultivo del opio. Con el Gobieno islámico en Kabul, los talibanes controlaron el opio y aunque aparentemente bajó su cultivo, el país se colocó en primera línea mundial. El ataque de la coalición en el 2001 hizo descender la producción, pero fue un espejismo. Hoy se supone que los servicios secretos pakistaníes -ISI- protegen las cocinas de heroína.
En Afganistán se produce una paradójica ecuación: cuanto más opio se cultiva, más fuerte es la insurgencia talibán, y cuando mayor ha sido la presencia de la coalición militar que lidera Estados Unidos, más opio se ha cultivado. El resultado: la maquinaria de guerra integrista es cada vez más potente, en la misma proporción que el espectacular aumento de la producción de adormidera convertida en el salario de la guerra. El 98 por ciento de los cultivos de opio se concentra en las regiones de mayor presencia integrista, convirtiéndose la droga en la primera fuente de financiación de la guerrilla talibán.
La Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD), con sede en Viena, ha comprobado que durante el año pasado 157.253 hectáreas de campos de cultivo afganos han producido más de 8.000 toneladas de opio que a su vez se han convertido –merced a centenares de laboratorios clandestinos– en miles de kilos de morfina base y de heroína que proporcionan no menos de 3.000 millones de dólares de beneficios. Pero una parte de ese pastel va destinado a un número desconocido de corruptos funcionarios del Gobierno de Hamid Karzai, al que apoyan los señores de la guerra propietarios de plantaciones y de laboratorios clandestinos. Estos laboratorios, que se conocen como las cocinas ambulantes al cambiar de ubicación entre Afganistán y Pakistán por motivos de seguridad, sirven para que el opio pase a ser diacetylmorfina, a la que todos conocemos como heroína.
Pese a que el récord absoluto de extensión cultivada en Afganistán se produjo en el 2006 con 193.000 hectáreas destinadas a la adormidera, la producción afgana del año pasado supuso el 90% de la mundial. Ante la magnitud de estas cifras no debe extrañar que Antonio María Costa, subsecretario de las Naciones Unidas y director de ONUDD considere que "no es sorprendente que la maquinaria de guerra de los insurgentes haya demostrado ser tan fuerte, pese a la presión de las fuerzas afganas y aliadas". Una simple radiografía del país muestra que de las 34 provincias afganas, 18 han sido declaradas libres de opio, mientras que el 98 por ciento de la adormidera se produce en siete provincias del sur: Helmand, Kandahar, Uruzgan, Farah, Nimroz, Day Kundi y Zabul, es decir, en las regiones donde la insurgencia talibán es más combativa. De estos datos se desprende un hecho que bien conocen las fuerzas de la coalición pero del que nunca hablan: opio es igual a peligro, y a más opio, mayor peligro.
Pese a la nitidez con la que se percibe el problema, las fuerzas de la OTAN no tienen permiso para erradicar los cultivos de adormidera. Sólo desde octubre pasado los miembros de la Alianza atacan ocasionalmente a los señores de la droga y destruyen alguna cocina. Mientras tanto, es de dominio público que funcionarios afganos de todos los niveles permiten a los traficantes operar con impunidad, tal como señala la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE), que añade que la situación está tan deteriorada que el año pasado fueron asesinados 78 funcionarios destinados a combatir la droga. Este organismo también alerta de que el Gobierno afgano ignora el aumento en la producción de cannabis, es decir, otra droga más para financiar la guerra.
9-III-09, E. Martín de Pozuelo, lavanguardia