En diciembre del año pasado, la Fiscalía General ordenó a la policía el registro de la sede en San Petersburgo de Memorial, la sociedad que se dedica a recuperar la memoria de la represión comunista, y confiscó el material electrónico. La editorial Atticus, que iba a publicar el libro de Orlando Figes, canceló su edición. Las historias pueden leerse en la web www. orlandofiges. com/ familyHistory. php, y conectarse también al Museo Virtual del Gulag.
Cientos de historias anónimas, todas y cada una de ellas, aterradoras. Testimonios en primera persona de como los rusos vivieron durante las oleadas de terror estalinista, extraídos de entrevistas a sobrevivientes y la lectura de cartas y diarios, de perseguidos y perseguidores, campesinos analfabetos e ilustrados urbanitas, víctimas, colaboradores y verdugos, informantes, delatores, hijos de ejecutados, encarcelados o prebostes del régimen.
Los que susurran (Edhasa), el libro del historiador británico Orlando Figes, es un revulsivo antídoto contra la amnesia colectiva, un abrumador ejercicio de memoria histórica que escarba en un pasado que aún no quiere ser oído en Rusia. En diciembre del año pasado, la Fiscalía General ordenó a la policía el registro de la sede en San Petersburgo de Memorial, la sociedad que se dedica a recuperar la memoria de la represión comunista, y confiscó el material electrónico. La editorial Atticus, que iba a publicar el libro de Figes, canceló su edición. Las historias pueden leerse en la web www. orlandofiges. com/ familyHistory. php, y conectarse también al Museo Virtual del Gulag.
¿Qué es lo que irrita y molesta? El libro es un espejo desalentador de la degradación moral de toda una sociedad sometida al terror, un muestrario de cómo un tirano puede manipular a su antojo lo peor de la naturaleza humana. Entre la multitud de historias familiares - la familia es el gran eje-el libro sigue dos hilos centrales, el de los Simonov (un aristócrata reconvertido en escritor proletario que ocupa los más altos cargos del poder literario con Stalin), y el de los Laskin, emparentados por el matrimonio y de suertes radicalmente opuestas.
En la pesquisa de Figes llama la atención cómo personas que han visto a sus padres, abuelos, hijos, maridos, mujeres o amigos ejecutados o encarcelados seguían creyendo en el Partido Comunista. "Debo demostrar mi inocencia ante el Partido. ¿¡Cómo es posible que yo, una comunista, me esconda del Partido?", decía Eugenia Ginzburg a su abuela campesina que le aconsejaba la huida. Creían que se trataba de un error que pronto se subsanaría. Nunca llegó ese día. Viacheslav Kolokob recuerda el pánico de su padre, un obrero de Leningrado, cada vez que oía un vehículo detenerse frente a su vivienda. Kolokob, como millones de rusos, tenía preparado bajo su cama un pequeño maletín para cuando "ellos vinieran".
Valentina Kopotkina se hizo delatora ganándose la confianza de las demás mujeres, pagándoles por labores de costura y llevándoles pasteles. Sus informes condenaron a muchos rusos y, tras la caída del comunismo, se cree ahora víctima de la represión ("¿qué iba a hacer?") y asegura que todos a los que denunció "eran verdaderos enemigos del pueblo" y que ella hacía "contraespionaje".
Antonina y Georgi estuvieron casados cuarenta años. Cuando llegó la glasnost, Antonina se confío a su marido: había sido una kulak,enemigos del pueblo y recluidos en campos de trabajo. Su sorpresa fue enorme al enterarse de que Georgi también era kulak.En cuarenta años no se habían contado algo tan trascendental en sus vidas.
Ni Antonina ni Georgi se lo contaron entonces a su hija Olga. Muchos hijos e hijas se distanciaron de sus padres sospechosos para que esa sombra no interfiriera en sus carreras. Según Figes, durante la época del Gran Terror (1937-1938), 681.692 personas, según estadísticas incompletas, fueron fusiladas por crímenes contra el Estado. La población de los campos de trabajo de las colonias del gulag creció a 1.881.570 (una cifra que excluye al menos 140.000 muertes dentro de los campos y un número desconocido durante el viaje).
Figes sostiene que el Gran Terror fue "una compleja amalgama de distintos elementos: los grandes juicios contra los viejos bolcheviques, las purgas de la élite política, los arrestos masivos llevados a cabo en las ciudades, la operación kulak y las operaciones nacionales contra las minorías", pero, sobre todo, por el "miedo paranoico" de Stalin a contar con un enemigo interno ante la guerra que se avecinaba contra Alemania, acrecentado por el suicidio de su mujer Nadezhda en 1932 y el asesinato de Kirov. Al Kremlin no le importaba que entre los ejecutados o encarcelados hubiera inocentes: "Aunque sólo hubiera un 10 por ciento de culpables, el sacrificio valía la pena". Y caían - antigua tradición del Cáucaso-además todo el clan: no había que dejar descontentos. El terror se hizo arbitrario y el miedo hizo caer un manto de silencio en la sociedad rusa, muchos de sus miembros viviendo en apartamentos comunitarios en los que un desliz costaba la vida. Escapar del hambre, de la miseria, la búsqueda de un ascenso, de la consideración social, el efecto devastador del miedo y de la propaganda... Orlando Figes dedica un capítulo inquietante al resurgimiento de una nostalgia de Stalin. Contra la amnesia ha escrito su libro.
16-III-09, Josep Massot, lavanguardia
"Rusia no será una democracia hasta que asuma su pasado, como hizo Alemania"
entrevista a Orlando Figes, autor de ´Los que susurran´
En una historia universal del terror, ¿qué distinguiría el estalinismo en comparación con otras épocas como la Inquisición, otros regímenes como el nazismo u otras zonas del mundo?
La naturaleza aleatoria del terror soviético, vivida por ciudadanos soviéticos normales y corrientes. A diferencia de la persecución nazi de los judíos, donde estaba claro quiénes eran los verdugos y quiénes las víctimas, en las sucesivas oleadas de terror soviético los verdugos podían ser víctimas en la siguiente oleada de terror, y a menudo la gente no sabía nunca por qué o cuándo podrían ser detenidos. La naturaleza arbitraria del terror indudablemente creó un clima de miedo y recelo - cualquier vecino, colega, amigo o familiar podía de repente ser desenmascarado como un enemigo del pueblo-,y también creó, por vías complejas, una cultura de conformidad y consentimiento. Las víctimas de la represión - y sus hijos-con frecuencia sólo aspiraban a ser aceptados de nuevo en el colectivo, no porque ellos creyeran en el sistema (¿en qué otra cosa podían creer?), sino porque el reconocimiento les devolvía la dignidad.
Durante su investigación, ¿qué ha aprendido sobre la naturaleza humana?
Que todos pueden ser corrompidos. El coraje que se precisa para resistir las demandas de un sistema totalitario es extremadamente infrecuente, y todo tipo de gente - buenos o malos-hacen componendas morales, por los motivos más diversos, para poder sobrevivir, no porque sean malos o débiles, sino porque se han diluido en el sistema. Hemos de ser prudentes a la hora de juzgar a las personas en dictaduras. Deberíamos preguntarnos, ¿me habría comportado yo mejor?
Habla usted de "miedo genético", ¿qué huellas ve en la Rusia de hoy?
Los efectos del trauma seguirán vigentes aún en varias generaciones.
Los niños de las víctimas de las represiones estalinistas heredaban sus miedos y sus fobias, y eso creaba una sociedad de conformistas silentes, una sociedad en la que la gente vivía sin plantearse preguntas incómodas sobre ellos mismos, su entorno o sus dirigentes. Eso explica la longevidad del sistema soviético: millones de personas podrían haber simpatizado con los disidentes surgidos en los años sesenta y setenta, pero - quizás por ese "miedo genético"-muy pocos se unieron a ellos. Eso explica también el resurgimiento del autoritarismo en la Rusia de Putin.
¿Llegará Rusia a ser una democracia algún día?
Rusia es una pseudodemocracia. Tiene instituciones y prácticas democráticas (elecciones, juicios, muy limitada libertad de prensa) que son meros escaparates, porque esencialmente es un régimen autoritario. Para que llegue a ser una democracia es necesario confrontar su historia autoritaria como hizo Alemania con su pasado nazi. Los alemanes no lo hicieron hasta los 60 y tal vez los rusos necesiten una década más. Pero tendrán que hacerlo.
16-III-09, Josep Massot, lavanguardia
Tzvetan Todorov publica una selección de los archivos de Marina Tsvietáieva.
Si Orlando Figes recoge los testimonios anónimos de los rusos durante la represión estalinista, la selección de textos de Marina Tsvietáieva que publica Tzvetan Todorov en Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores es un estremecedor relato de la tragedia vivida por una de las grandes figuras poéticas rusas del siglo XX y también la contraimagen del retrato que Figes hace del gerifalte de la literatura soviética Konstantin Simonov.
Tsvietáieva era una mujer excesiva, incandescente, entregada a la pasión y al exceso. "En mí todo es incendio", escribe. Y su hija Ariadna anota en sus diarios. "Mi madre es como la salamandra, el único animal capaz de vivir en el fuego". El libro está traducido al castellano por Selma Ancira, la traductora mexicana que desde hace décadas ha dado a conocer a Tsvietáieva en España y Latinoamérica desde que, cuando estudiaba en Moscú, en los años setenta, le fue entregado, casi de forma clandestina, un paquete con los mecanoscritos de las cartas de la poeta a Rilke y Pasternak.
El libro de Todorov recoge apenas una décima parte del material publicado en Rusia cuando, en el 2000, se abrieron los archivos de la autora del Poema del fin.En sus páginas está la vida entera de una poeta que pasó mil miserias, en búsqueda siempre del absoluto. "Le daba igual el sexo de las personas, sólo veía el alma", dice Ancira. El alma, la dushá.Necesitaba estar en llamas, sentirse enamorada, para entenderse a ella misma o poder crear. Encandilamientos, dice Ancira. Idilios cerebrales, los llama Todorov, porque sólo con unos pocos llegó a la relación física. Se forjaba una imagen idealizada de sus amados (Konstantin Rodzévich) o amadas (Sofía Parnok, Natalie Berney) que nunca estaban a la altura de su imaginación y a los que incluso asustaba, como a Rilke. Siempre con la comprensión de su marido, Serguei, y siempre volviendo a él y a sus hijos.
Tras la revolución bolchevique, la vida de Tsvietáieva fue miseria y penuria. Su débil marido, primero ruso blanco, se hizo, en el exilio, espía de la NKVD y asesino de un líder de la oposición. Al volver a la URSS, fue detenido. También su hija. La poeta, demasiado vanguardista para todos, sin lectores, sospechosa, estigmatizada, volvió en 1939, en plena guerra, sabiendo el final de catástrofe. Tenía que ir de penal en penal para seguir a sus seres queridos. La única forma de saber si estaban vivos era si aceptaban sus paquetes con comida. Siguió a su hijo pequeño, Mur, movilizado, se ofreció como lavaplatos y fue rechazada. Le pidieron que tradujera del alemán y del francés (¿que fuera espía?) y ella se negó. En 1941, su hijo la encontró colgada con la cuerda - dicen-que Pasternak le entregó para atar la maleta en su regreso a la URSS.
16-III-09, Josep Massot, lavanguardia