creciente violencia antigitana en Hungría

el ambiente que se respira en las elegantes avenidas decimonónicas de Budapest no es de consenso tecnócrata sino de rabia, división y crecientes tensiones etnicas, dirigidas contra la minoría gitana en Hungría. "Todo el mundo sospecha del otro; todo el mundo odia al otro", dijo la semana pasada el defensor de libertades Erno Kallai...


Garda Magyar

es otro partido el que parece estar encarnando el zeitgeist húngaro en esta crisis. Jobbik (Movimiento por una Hungría Mejor) sube en popularidad en gran parte por un incendiario discurso antigitano, junto con su brazo no armado pero sí uniformado, Garda Magiar. Luciendo gorras, chalecos negros, camisas blancas y botas hasta la rodilla, y portando banderas neonazis protagonizaron disturbios el domingo en las calles de Budapest durante las celebraciones de la abortada revolución contra el imperio habsburgo de 1848. Tras ser declarado ilegal, Garda Magiar se reinventó el año pasado como "movimiento" y, segun la Constitución, ya no puede ser prohibido. "La Garda tienen sentido de humor; donan sangre para probar que la suya es húngara pura", dijo un tendero en la Avenida San Esteban con admiración.


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El año pasado grupos de ultraderecha ocuparon la sede de televisión pública en Budapest. Jobbik parece haber dado en el clavo al pasar a la izquierda a Gyucsany en lo que se refiere a la economía rechazando las políticas de recortes del gasto público pactadas con el FMI a la vez que culpa a los 600.000 gitanos en Hungría - el 6% de la población-de estar quebrando el Estado por su dependencia de prestacioness sociales. Puede ser una fórmula política ganadora aunque, en realidad, las clases medias son las más beneficiadas por el ineficiente estado de bienestar hungaro. "Cabe recordar también que la base popular de la izquierda en Hungría es todavía más antigitana que la derecha", explica Michael Stewart, catedrático de de la Universidad de Londres afincado en Budapest.

24-III-09, A. Robinson, lavanguardia


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Habla húngaro y romaní pero los gestos furiosos y la cara compungida de Josef Horvath, residente septuagenario del pueblo de Tatarszentgyörgy, son una lengua universal. "¡Molotov Cocktail!", repite, señalando la ventana rota y, dentro, las paredes ennegrecidas de la pequeña vivienda. "¡Pam, pam, pam!", añade, disparando con los dedos. Dentro de la casa quemada, las tejas rotas del techo desplomado se entremezclan con ropa infantil, prendas de color chillón; otras tan negras como las vigas calcinadas.

Hacia la una de la madrugada del pasado 23 de febrero, el sueño de Tatarszentgyörgy, un pueblo de 2.000 habitantes - casi todos gitanos-a unos 50 kilómetros de Budapest, se convirtió en pesadilla. Hombres armados irrumpieron en el pueblo y prendieron fuego a la casa donde dormían Robert Csorba, Renata su mujer, y sus tres niños pequeños. Cuando la familia salió corriendo, uno de los agresores les disparó repetidamente con una escopeta de caza, matando a Robert y a su hijo de cuatro años, Robico. Nadie ha sido detenido. Tres semanas después Renata contempla en silencio los escombros y las cenizas de su hogar con el estoicismo de un pueblo cuya tasa de mortandad infantil es dos veces mayor que el resto del país y cuya esperanza de vida es diez años menor.

Se han producido una decena de ataques mortales contra gitanos en Hungría en el último año conforme la crisis económica convierte tensiones étnicas en violencia racista. En el verano de 2008 dos residentes de un barrio gitano en Nagysceci fueron asesinados a tiros cuando huyeron de su casa en llamas tras otro ataque con cóctel molotov. Semanas después otros gitanos fueron atacados con una granada de mano. Hace dos años un centenar de neofascistas de Magiar Garda se manifestaron contra la "delincuencia gitana" en las mismas calles de Tatarszentgyörgy. Pero, pese a tantas pruebas circunstanciales, la policía tardó mas de doce horas en abrir una investigación tras los asesinatos del 23 de febrero y, al principio, achacó los muertos a un incendio no provocado. "No sabemos si es por incompetencia o complicidad", dijo Szylvia Varro, que investiga el asesinato para un diario de Budapest. Pero se palpa en Tatarszenttgyörgy la sensación de desamparo entre los 600.000 gitanos roma en Hungría - el 6% de la población-."Los niños duermen con los zapatos puestos; los hombres han montado grupos de vigilancia nocturna; Hungría se está convirtiendo en Misisipi", añade Varro.

Desde luego, la segregación entre gitano y payo en la sociedad húngara 20 años después de la caída del comunismo, recuerda el Sur Profundo estadounidense hace 40. Mientras la democracia ha mejorado la representación política de los gitanos húngaros, su situación económica ha caído en picado. Viven en guetos de marginación en las afueras de ciudades o en pueblos aislados con tasas de pobreza del 60%. Sólo el 30% tiene trabajo y su fuente principal de ingresos son prestaciones sociales o pensiones públicas, lo que nutre el racismo en tiempos de paro y draconianos recortes presupuestarios. En realidad, "son las clases medias las que se benefician del costosos sistema de protección social en Hungría. Se ha producido una llamada fuga blanca de niños payos de escuelas en barrios gitanos y el 40% de los niños gitanos van a clase en las que su etnia es mayoritaria. Bajo el comunismo, quizás porque todos lo pasaban mal, los gitanos no estaban tan marginados. Casi todos los hombres gitanos trabajaban, principalmente en la construcción o en industria pesada", dice Janos Zolnay, sociólogo de Budapest. Asimismo la asignación estatal de la vivienda restringía en cierta medida la segregación antigitana. Ahora la primera decisión de muchas familias payas en la sociedad de la libre elección, es alejarse corriendo de los gitanos. "La tendencia a la marginación y segregación va en aumento", añade Zolnay. "Hay un círculo vicioso: con derecho de elegir en enseñanza y vivienda, los no gitanos huyen de los gitanos y los gitanos se marginan cada vez más".

De ahí el peligro de que, conforme Hungría se adentre en la crisis, la demonización de los gitanos acabe por convertirse en un camino hacia el poder. "Hay una ansiedad profunda en la gente corriente en Hungría que la extrema derecha rentabiliza utilizando los gitanos como cabeza de turco", dice Michael Stewart, de la Universidad de Bucarest. El mes pasado, tras el asesinato de Marian Cozma, jugador profesional de balonmano de nacionalidad rumana, obra de delincuentes de etnia gitana , se celebraron decenas de manifestaciones antigitanas y en su entierro el público gritaba "¡matar a los gitanos!". Titulares en la prensa amarilla "dan la impresión de que todos los gitanos son delincuentes", dice Varro. En la calle los prejuicios se expresan sin pudor. "Saben hacer música pero no sirven para otra cosa", dijo el dueño de una tienda de discos, mientras vendía el último disco de la orquesta gitana Parno Graszt (caballo blanco), otro ejemplo de la relación esquizofrénica entre el nacionalismo húngaro y la cultura gitana, fuente de casi todas las señas de identidad musical del país. A finales del siglo XIX, 17.000 de los músicos registrados en Hungría eran gitanos.

A principios de mes, más de 5.000 húngaros, gitanos y payos, asistieron al entierro de Robert Csorba y su hijo en Tatarszentgyörgy, que se convirtió en una concentración contra la violencia racista. "Estamos creando un nuevo movimiento de derechos civiles", dice Zolnay.

24-III-09, A. Robinson, lavanguardia