México es de nuevo noticia mundial, ahora a causa de la epidemia de gripe que se ha internacionalizado con rapidez y cuyo origen se sitúa, precisamente, en aquel gran país. Sin embargo, es el narcotráfico y la fragilidad del Estado mexicano para combatirlo el más inquietante problema de una nación que con 110 millones de habitantes y más de 3.100 kilómetros de frontera con Estados Unidos resulta clave en el equilibrio estratégico de aquella región.
Si ayer mismo las autoridades mexicanas admitían que la influenza podía haberse cobrado ya 159 víctimas mortales en distintos puntos de México, la prensa local informaba que siete policías municipales habían sido asesinados en Tijuana en apenas 45 minutos. Simultáneamente otros tiroteos, también con víctimas mortales, se habían producido en Ciudad Juárez, Chihuahua y Durango, todos ellos en episodios relacionados con el crimen organizado. Sólo en el 2008 la violencia ligada al narcotráfico causó más de 5.000 muertes en diversos estados de la República de México, cuyos cuerpos policiales se ven con frecuencia involucrados en graves episodios de corrupción. La superestructura política del país ofrece síntomas de estar siendo desbordada por esa otra epidemia, que no es sanitaria sino criminal, pero también exportable. En la visita de finales del pasado mes de marzo que Hillary Clinton hizo a México, ella y su colega diplomática, Patricia Espinosa, enfatizaron la gravedad de ese problema llegando a señalar que aquel país no es un Estado fallido.
La realidad es que las autoridades mexicanas han perdido el control de zonas dominadas por las bandas de narcotraficantes, paradójicamente pertrechadas con mortíferas armas de gran potencia (cohetes antitanque, lanzagranadas, ametralladoras) llegadas de Estados Unidos. La porosidad de las fronteras, pese a los filtros aduaneros, que en ocasiones parecen más atentos al control de inmigrantes ilegales que al contrabando de armamento, es aprovechada por los narcos que mueven miles de millones de dólares y no dudan en defender y extender sus ilegales negocios utilizando la violencia extrema.
Esta situación y sus implicaciones fue admitida en toda su crudeza por la secretaria de Estado norteamericana. Fue entonces cuando se oyeron expresiones como pérdida de control de territorios y hasta de Estado fallido, aunque obviamente las sutilezas del lenguaje diplomático hicieron que lo mismo Clinton que Espinosa se apresurasen a negar que las cosas hubieran llegado tan lejos.
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, ha mostrado ya que una de sus primeras preocupaciones se centra en ese foco infeccioso que es el narcotráfico con bases asentadas en los territorios fronterizos mexicanos. El problema es descomunal y compartido, atraviesa las fronteras y afecta a ambos países. Más allá de su preocupante cuadro de salud pública, México es el genuino patio trasero de su poderoso vecino del norte y los males que padece tienen también un potente efecto de contagio. Es otra epidemia, mucho más mortífera que la causada por el brote de gripe, que tiene en alerta a la Organización Mundial de la Salud y a las autoridades de países de todo el mundo. Como en los escenarios epidémicos, también es necesaria la coordinación internacional y que cada gobierno asuma sus responsabilidades.
30-IV-09, lavanguardia