´Los talibanes al contraataque´, Valentí Puig
Pakistán se desgajó de la India, luego perdió Bangladesh y ahora se desmorona en la frontera con Afganistán. El sangriento ataque del terrorismo talibán en la ciudad de Lahore es la respuesta a las incursiones militares de Pakistán en la zona fronteriza con el caos afgano implantado en áreas de desgobierno tribal donde rige Al-Qaida y se supone que sobrevive Osama bin Laden. Pero el ejecutor de los horrores viene siendo -según ratifica y detalla la BBC- Baitullah Mehsud, el jefe de los talibanes paquistaníes, dispuesto a la guerra total y globalizada, con devotos kamikazes, posible inductor del asesinato de Benazir Bhutto, antiguo profesor de gimnasia, alumno idóneo de las madrasas arquetípicas del fanatismo islamista. Ha anunciado varias veces un ataque contra Washington.
En su proclamada «jihad», ya amenazó con dos atentados por semana en Pakistán. Son los muertos de ayer en Lahore. La ONU le adjudica el 80 por ciento de los atentados suicidas en Afganistán, aunque ahora se concentre en acabar con el Estado musulmán paquistaní. Para los Estados Unidos, quien facilite su captura se lleva cinco millones de dólares. Eso es de lo que estamos hablando cuando hablamos de la gravedad de lo que ocurre en aquella frontera endemoniada. Es la talibanización.
Ha sido siempre sorprendente que el feminismo occidental mirase para otro lado cuando los talibanes ejercían la más bárbara anulación de los derechos de la mujer en Afganistán. Sólo la intrépida Emma Bonino, siendo comisaria europea, se fue en helicóptero a Kabul para decirle «no» al «burka». Para Mehsud, la guerra contra el Occidente infiel pasa también por lapidar o flagelar a sus congéneres, sobre todo del género femenino. No quiere que las niñas asistan a la escuela. De carácter menos letal es su prohibición de la televisión, la música o la fotografía. De hecho, a los fotógrafos sólo les enseña la espalda.
Fácilmente se olvida que la intervención militar de los Estados Unidos en Afganistán -mucho menos criticada que la de Irak- se debió a que el régimen de los talibanes daba refugio a Bin Laden después del ataque contra las torres gemelas de Manhattan en 2001. Allí están las tropas de la OTAN -con un contingente español- para evitar que los talibanes retomen el poder. Con un pie a cada lado, los guerrilleros de Mehsud -20.000 según la BBC- están ahora replicando a las incursiones del ejército paquistaní y a los misiles lanzados por los Estados Unidos. En ese juego pavoroso, los servicios de inteligencia de Pakistán parecen haberse vendido diversas veces al mejor postor, además de haber incubado originariamente el despliegue talibán. Más allá se divisa el riesgo teocrático. Para los militares de un Pakistán con arsenal nuclear que pudiera caer en manos de los talibanes, tanto Afganistán como unos radicales islamistas teledirigidos iban a servir de elementos estratégicos en el enrevesado contencioso con la India por el territorio de Cachemira. Quizás una reacción ante el atentado de Lahore reconduzca esas derivas.
Para la administración Obama, el objetivo es acabar con Bin Laden y Al-Qaida. Presiona en lo que puede al presidente paquistaní, el corrupto e ineficiente viudo de Benazir Bhutto. En estos momentos, el Estado paquistaní es de una consistencia endeble y muy ambigua. Aquietada la fiebre neoconservadora de construir democracias ahí donde fuera, se impone el realismo clásico, liquidar a Bin Laden y salvar los muebles. No hay en la OTAN quien pretenda otra cosa, como no sea abandonar cualquier día la escena.
28-V-09, Valentí Puig, abc