Aung San Suu Kyi (64 años), hija del general Aung San, héroe de la Independencia - 1945-asesinado en 1947, es el símbolo de la oposición a la dictadura, en un país gobernado por juntas militares desde 1962. Estudió en Oxford y se casó con un profesor británico. Regresó a su país en 1988 coincidiendo con las movilizaciones contra la junta. Detenida en 1989. Los militares no aceptan el triunfo de su partido en 1990.Recibe el Nobel de la Paz en 1991.Yen 1999 no viajó a Inglaterra donde su marido moría de cáncer por temor a que no la dejaran volver. Participó en un diálogo de reconciliación, truncado al ser destituido el premier Jin Nyunt en el 2004. Suu Kyi ha pasado recluida 14 de los últimos 20 años.
La condena de dieciocho meses adicionales de reclusión domiciliaria dictada contra Aung San Suu Kyi (64 años) no es más que una nueva maniobra de la junta militar de Birmania para impedir su participación en las elecciones previstas para el año que viene. La emblemática líder de la Liga Nacional por la Democracia, el principal partido opositor a la dictadura que dirige el general Than Shwe, ha estado sometida a este régimen de aislamiento catorce de los últimos veinte años. De esta manera, la junta militar mantiene desactivada a la persona que más teme que pueda llegar a desestabilizar su poder, tanto por el enorme apoyo popular que tiene en su país como por su gran respaldo internacional, revalidado en su día con la concesión del premio Nobel de la Paz.
Inicialmente, Suu Kyi había sido condenada a tres años de prisión y de trabajos forzados, juntamente con cinco de sus seguidoras, acusada de haber violado las condiciones del arresto domiciliario por acoger en su casa a un ciudadano norteamericano, que fue a visitarla tras burlar la vigilancia policial. Pero la junta militar ha conmutado la citada pena por la prolongación de su arresto domiciliario, en un vano intento de aplacar las críticas internacionales.
Nada más conocida la sentencia, las expresiones de protesta e indignación de la mayoría de gobiernos occidentales han sido unánimes por la mascarada que ha supuesto el juicio. La UE, al igual que Estados Unidos, ha pedido la inmediata liberación de Suu Kyi y ha amenazado con la adopción de nuevas sanciones económicas contra ese país. Estas nuevas sanciones se sumarían a las que ya rigen desde hace diez años y que fueron reforzadas después de la sangrienta represión de la revuelta de los monjes budistas del 2007. El Consejo de Seguridad de la ONU ha sido convocado de urgencia para tratar la cuestión.
Las presiones de los países occidentales, sin embargo, no han tenido hasta ahora ninguna influencia sobre los militares birmanos, que en 1990 se afianzaron en el poder al anular las elecciones celebradas ese año y arrestar a la ganadora, Suu Kyi. En ese fracaso tiene mucho que ver la excesiva complacencia que muestran con la junta militar los grandes países de la región, como China, India y Tailandia. Mientras, los desmanes, los abusos y la corrupción presiden la gestión del régimen militar, que mantiene sojuzgados a los 60 millones de habitantes del país, que viven en una situación de extrema pobreza pese a los importantes recursos naturales del territorio.
12-VIII-09, lavanguardia
"Gracias por la sentencia", dijo con sarcasmo la líder opositora birmana, Aung San Suu Kyi, de 64 años, al escuchar el veredicto de un tribunal especial en Rangún que la condenaba a tres años de prisión y trabajos forzados. Cinco minutos más tarde, en un golpe de efecto, el ministro del Interior se dirigió a la sala para anunciar una medida de gracia del número uno de la junta, el general Than Shwe: la pena quedaba reducida a 18 meses de arresto domiciliario.
Un castigo suficiente para irritar a la comunidad internacional que ve como la junta militar se ensaña con una Nobel de la Paz que ha pasado 14 de los últimos 20 años de su vida privada de libertad. Esta vez, el pretexto fue que infringió los términos de su arresto domiciliario el pasado 3 de mayo al admitir - y cobijar durante dos días-a un intruso, un estadounidense aquejado de asma, que llegó después de atravesar a nado el lago lindante a la residencia de Suu Kyi en Rangún. John William Yettaw, de 54 años, dijo que Dios le enviaba para evitar el asesinato de la líder opositora y si no fue expulsado de la residencia fue porque parecía agotado Ayer le cayeron siete años en régimen de trabajos forzados.
Hillary Clinton, la secretaria de Estado de EE. UU., dijo que en primer lugar el juicio nunca hubiera debido celebrarse y pidió la puesta en libertad de todos los presos políticos en Birmania, incluyendo a Yettaw cuyo delicado estado de salud inquieta a la canciller (está en un hospital de Rangún a resultas de un ataque de epilepsia). El coro de críticas fue amplio y coincidente. El primer ministro británico Gordon Brown se dijo "triste y enfurecido" por el veredicto que cierra un juicio que ha sido "una vergüenza". El secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki Mun, comentó que la sentencia era "deplorable", y especialmente adverso porque durante su visita a Birmania en julio pidió clemencia para la líder opositora.
Algunos analistas creen, no obstante, que la pena final implica un deseo conciliatorio por parte de la junta, a instancias de su principal valedor, China. La secretaria general de Amnistía Internacional, Irene Khan, alertó al respecto: "las autoridades birmanas confían en que la sentencia, al ser inferior a la pena máxima, sea vista como un acto de clemencia. Yno lo es ni debe de ser visto como tal".
La condena de 18 meses privará con toda seguridad a la líder opositora de participar en los comicios legislativos previstos para 2.010. Desde el principio, el rocambolesco caso del intruso estadounidense fue visto como el pretexto perfecto para evitar que la Liga Nacional para la Democracia, el partido de Suu Kyi, pudiera mostrar su fuerza en las elecciones.
La popularidad de Aung San Suu Kyi permanece intacta en un país recluido por culpa de las sucesivas juntas militares que detentan el control del país - yde todas sus riquezas naturales-desde 1962. La Nobel de la Paz siempre ha rechazado las invitaciones de sus carceleros a exiliarse y su compromiso con Birmania es inquebrantable desde que abandonó su cómoda vida en Gran Bretaña en 1988 para cuidar a su madre enferma. La estancia coincidió con una revuelta democrática. Desde entonces, ha hecha suya aquella causa.
12-VIII-09, agcs, lavanguardia