La decisión de la Corte Suprema argentina de despenalizar la posesión y consumo de marihuana tiene vastos alcances políticos. Ello ocurre en momentos en que muchos países de la región, con México a la cabeza, tienen dramáticos problemas a causa del narcotráfico. Los carteles de la droga han puesto en jaque a más de un gobierno. En aquellos países en que existen fuerzas insurgentes el nexo entre los productores de drogas y los irregulares es fraguado en forma inexorable. El consumo de estupefacientes es además una causal mayor de la delincuencia en diversos países, desde Estados Unidos a Chile. En algunos casos, como el estadounidense, es el factor decisivo en la inseguridad ciudadana. Esto en cuanto a las consecuencias sociales. Además investigaciones recientes muestran que la marihuana es nociva para la salud de los consumidores. Este es uno de los factores que llevó a las autoridades británicas a endurecer su criterio frente a la marihuana.
La Corte Suprema argentina fue cauta en su fallo pues se aplica a mayores de 21 años, con tenencia mínima de marihuana. En el país aún no hay una ley que fije los gramos permitidos. El principio invocado, en forma unánime por los jueces, fue el artículo de Constitución que establece que: “Cada individuo adulto es soberano para tomar decisiones libres sobre el estilo de vida que desea sin que el Estado pueda intervenir en ese ámbito”.
Frente a la marihuana existen dos posturas básicas. Una estima que es el primer peldaño que conduce a otras drogas más adictivas, como la coca y los opiáceos. Una visión contraria señala que es erróneo demonizar la marihuana puesto que no lleva a otros consumos. Lo que importa, de un punto científico, es la evidencia empírica.
Probablemente quienes más han experimentado sobre la materia son los holandeses. La ciudad de Ámsterdam dispone de una institución muy singular que son los coffee shop donde la marihuana puede comprarse libremente. Hace algunos años realicé un reportaje en la que entrevisté a las autoridades municipales responsables de controlar el consumo de drogas. La primera observación era que es un error grueso meter todo en un mismo saco. Ellos distinguían entre las drogas blandas donde se sitúa la marihuana, el LSD y otros similares de las drogas duras como la cocaína y la heroína. La diferenciación la consideraban clave para educar a la juventud. Los médicos responsables estimaban que un alto porcentaje de jóvenes prueban alguna droga en algún momento. Y, por supuesto, no era lo mismo si fumaban un pito o se inyectaban heroína. Al visitar las clínicas de desintoxicación se aprecia el abismo que separa a una de la otra. No era que se considerase recomendable el consumo de marihuana pero se lo estimaba un mal menor. En todo caso negaban en forma enfática la teoría del peldaño. A juicio de estos funcionarios no había evidencia que permitiese afirmar que la marihuana, al igual que le cigarrillo, condujese a otras drogas. Según los psicólogos del programa ello ocurría pero era producto de las personalidades de los adictos. Hay personas que son adictas, sin ingerir nada, a las cartas o los juegos de azar.
Frente al tema del narcotráfico, que aumentaría al haber un mayor número de consumidores, se señaló que, precisamente, se permitía la venta para impedir que los narcotraficantes lucraran. El expendio bajo control es preferible al clandestino y vinculado al mundo delictual. El mismo criterio se aplica en relación a la heroína con la distribución gratuita de metadona, un opiáceo sustituto, que requiere menos dosis diarias
Si se penaliza el consumo de la marihuana está el dilema de qué hacer con los millares de jóvenes, y no tanto, que serán sorprendidos consumiéndola. La gran número probarán o consumirán marihuana por algún período para dejarla al igual como queda atrás el carrete a todo trance. Si, en algunos casos, se convierte en un problema médico tendrán que recibir asistencia especializada. La adicción antes que un delito es una enfermedad. Por lo tanto se cura en clínicas y no en cárceles. El éxito de los programas preventivos es impedir, como ocurre a menudo, que para satisfacer la adicción se recurra al delito que termina arruinando, además, la vida de terceros.
Los países que están en serias campañas antidrogas, mal llamadas guerras, como Brasil y México han aprobado políticas semejantes a la argentina. La Presidenta Cristina Fernández es partidaria de la despenalización y al parecer la mayoría de los argentinos también. Una encuesta realizada por el diario Clarín, que fue respondida por veinte mil personas, arrojó un 62,5 por ciento a favor de la despenalización y 37,5 por ciento en contra.
En un tema tan crítico para una sociedad como lo es el de la droga, en que se cruzan libertades individuales con potenciales actividades criminales, conviene mantener una actitud práctica basada en la experiencia antes que guiarse por creencias y preconceptos.
9-IX-09, Raúl Sohr, safe-democracy