Rita Bernardini, diputada del Partido Radical:
«Europa se debería avergonzar por tolerar estos sitios», se queja.
Miguel Ángel Villarubio Henríquez, peruano, es un pobre diablo. No es así como él se describiría, pese a reconocer que ha trabajado como limpiador en los últimos 20 años en Italia y ni uno de sus empleadores le concedió los papeles para regularizarse. Ayoub el Barqui, un marroquí de 26 años, asegura haber luchado siete años en Irak contra EEUU. Miguel Ángel intentó suicidarse a principios de septiembre, ingiriendo pilas eléctricas y medio litro de una solución de cloro. Ayoub lo hizo anoche, cortándose las venas.
Ambos son inmigrantes indocumentados, fueron detenidos en Italia y están esperando turno para que les entreguen el cóctel de psicofármacos que reciben a diario para dormir, dicen. EL PERIÓDICO consiguió entrar en el Centro de Detención y Expulsión (Cie) de Ponte Galeria de Roma, el más grande de Italia. A los periodistas solo se les permite entrar bajo rígidas reglas, como no fotografiar las caras de los detenidos. Aquí, han transcurrido día y noche más de 31.000 sin papeles desde su apertura en 1998. El Gobierno de Silvio Berlusconi anunció recientemente que planea construir uno de estos presidios en cada región de Italia. El ministro del Interior, Roberto Maroni, es un arduo defensor de la mano dura contra los inmigrantes sin papeles.
Cerrojos y barrotes
Cerrojos, alambres, barrotes de hierro de más de cinco metros de altura y soldados y policías armados que vigilan el perímetro del recinto, con ametralladoras incluidas. A primera vista, el centro de Ponte Galeria se asemeja a una cárcel de alta seguridad. Las celdas, que se parecen a jaulas, están situadas a cielo abierto y vienen equipadas con unas escuetas habitaciones de unos 35 metros cuadrados. Cada una de estas puede alojar a entre seis y ocho personas, aunque los inmigrantes se las reparten por etnia de origen, lo que produce situaciones de hacinamiento. Todo el centro está protegido de las miradas indiscretas y los intentos de fuga por tres hileras de vallas de metal.
«Es imposible negarlo. Estas personas están detenidas aquí, aunque muchas cosas que dicen de estos centros son mentiras. Los inmigrantes mienten, no colaboran y todo eso amplía su permanencia», se defiende el director Fabrizio Romano, miembro de la Cruz Roja italiana, institución que gestiona el presidio.
No saben nada
Los presos-inmigrantes no saben si serán expulsados o cuándo, ya que los agentes les avisan a última hora porque temen la reacción del expulsado y de sus compañeros. Además, los trámites de identificación dependen también de los países de origen, quienes deben certificar la nacionalidad del sujeto previamente.
Los países de origen no siempre colaboran. «Marruecos identifica como máximo a tres o cuatro personas a la semana. China, casi ninguno», confiesa un agente.
«Además, la nueva ley de inmigración --aprobada por el Gobierno de Berlusconi-- amplió el plazo de detención hasta los seis meses, y los inmigrantes están muy nerviosos y amenazan siempre con revueltas”, admite Romano. Desde agosto, se cuentan al menos 17 episodios de motines e intentos de suicidio en toda Italia.
Así se vive ahí dentro; en medio de revueltas y a la espera de que una madrugada, llegue un agente con un pasaje de avión solo de ida. «Y te diga: ‘Levántese, ¡nos vamos!» Y eso, después de años y años transcurridos en Italia. Nos tratan como a animales», dice Miguel Ángel, quien presenta otra versión del lugar donde ha transcurrido los últimos tres meses. «Nací en Madrid, mi madre es macedonia; mi padre, croata y tengo una hija, nacida en Italia. ¿Le parece justo?”, dice una joven en la sección de mujeres.
Preocupación de la ONU
En un informe del Consejo de Derechos Humanos de la ONU del pasado enero, se señala «la preocupación» por las detenciones arbitrarias y violaciones de los derechos de los sin papeles en Italia. El documento, al cual tuvo acceso EL PERIÓDICO, fue realizado por investigadores de la ONU que visitaron estos centros en noviembre.
Además, algunos parlamentarios italianos vienen denunciando periódicamente la existencia de estos lugares. Es el caso de Rita Bernardini, diputada del Partido Radical. «Europa se debería avergonzar por tolerar estos sitios», se queja.
«La sensación de malestar de los detenidos es la principal causa de petición de píldoras calmantes», explica un médico del centro de Ponte Galeria. Tras él, Elisa Ángela, brasileña de 29 años, sonríe con una maleta en la mano. «Me avisaron ahora. En media hora, me voy, regreso a mi país», dice esta chica rubia desteñida. «¿Qué si soy feliz? ¡Más que en toda mi vida!», exclama, al saludar a sus compañeras de desventuras. No todos quieren quedarse en Europa.
11-X-09, I. Savio, elperiodico