En inglés se utiliza la expresión "sentir frío en los pies" (cold feet) para describir aquellas situaciones en las que nos invaden las dudas justo en el último minuto. Para los anglosajones, es la comezón que asalta a los actores antes de salir al escenario o a algunas parejas antes de pronunciar el "sí, quiero". Para los castizos, viene a ser la suerte taurina llamada espantá o, más técnicamente, "precipitarse hacia el burladero como alma que lleva el diablo".
Es también lo que le pasa a la UE con Turquía. Sesenta años después de que Turquía se convirtiera en miembro fundador del Consejo de Europa, todavía discutimos su europeidad. En 1963, en 1987, en 1999 y en 2005, es decir, en todas y cada una de las ocasiones que la UE ha tenido que manifestarse al respecto, ha confirmado que Turquía es elegible para ser miembro. Es más, la decisión de abrir las negociaciones de adhesión se tomó por unanimidad de los 25 asistentes al Consejo Europeo de diciembre de 2004 y fue refrendada por 407 votos a favor (y 202 en contra) en el Parlamento Europeo. Y sin embargo, como señala el reciente informe de la Comisión Independiente sobre Turquía, de la cual forman parte Martti Ahtisaari, Emma Bonino, Anthony Giddens, Michel Rocard y el español Marcelino Oreja, desde que comenzaran las negociaciones de adhesión en 2005, la UE y Turquía se han encerrado en un círculo vicioso de sospecha y desconfianza mutua.
Por un lado, la UE ha entrado en una aguda fase de introspección y dudas acerca de sí misma. Erróneamente, ha achacado todos los males relativos al fallido proceso de elaboración y ratificación de la Constitución Europea a los procesos de ampliación a los nuevos miembros de Europa central y oriental, prefiriendo concentrarse (en realidad, consolarse) con lo que algunos han denominado "una fase de consolidación". Pero detrás de esta retórica se esconde una realidad mucho más incómoda: que la llegada al poder de Nicolas Sarkozy y Angela Merkel en Francia y Alemania ha supuesto un giro de 180 grados en la política europea hacia Turquía. Frente a la posición de sus predecesores (Chirac y Schröder), ambos líderes han dejado claro en numerosas ocasiones su oposición a la adhesión de Turquía, prefiriendo en su lugar ofrecer a Ankara una "relación privilegiada". Pies fríos a este lado.
Por otro lado, en Turquía, la vocación europea flaquea como consecuencia de los continuos desplantes y desprecios de Bruselas. Contra todo pronóstico, los islamistas moderados de Erdogan adoptaron en un breve periodo de tiempo hasta 10 reformas constitucionales que buscaban alinear la Constitución turca con los requerimientos de la UE. Pero ante la falta de avance del proceso de negociación con la UE (en cuatro años sólo se ha cerrado un capítulo de los 35 de los que consta la negociación), la parte turca también ha perdido la fe en la UE. El resultado es sumamente preocupante: al comienzo, los islamistas moderados pensaron que la adhesión a la UE les ayudaría a consolidar su poder frente al Ejército y los partidos laicos. Hoy, sin embargo, los islamistas están consolidando su poder y buscando su institucionalización mediante métodos más ortodoxos (el control de los aparatos del Estado, el hostigamiento a los medios de comunicación críticos y la afirmación de los valores religiosos frente a las libertades públicas). Pies fríos también por allí, donde, según las encuestas, sólo el 30% de los turcos se siente europeo.
El resultado es que Turquía y la UE, en lugar de converger, se están alejando progresivamente debido a este círculo vicioso en el que la falta de incentivos debilita las reformas, lo que a su vez aleja a Turquía de la UE, y así sucesivamente. Se trata, en definitiva, de una profecía autocumplida: en 2004, un 73% de los turcos quería la adhesión; hoy sólo la apoya un 47%. Pero, reveladoramente, dos de cada tres turcos piensan que su país no logrará nunca ser miembro. Y a este lado, las cosas no tienen mejor aspecto, pues los europeos están mayoritariamente en contra de la adhesión, a razón de dos de cada tres en contra y sólo uno de cada tres a favor.
Que nadie cree que las negociaciones vayan a llegar a buen puerto es un secreto a voces en Bruselas. Y si nadie tira la toalla y rompe la baraja es porque ambas partes esperan que sea el contrario el que lo haga primero para así no tener que asumir los costes de haberse vuelto atrás. La adhesión de Turquía era un proyecto de la élite europea y de una minoría cosmopolita, pero la élite se ha echado atrás. Recomponer las relaciones después de semejante espantá será muy difícil.
2-XI-09, J.I. Torreblanca, jitorreblanca@ecfr.eu, elpais