Primero fue Joan de Sagarra y ayer Francesc de Carreras, así que me siento como el ajo repitiéndose en el estómago de los lectores, quizás sorprendidos de que tantos hagamos mención del mismo intelectual, en tan corto tiempo. Pido disculpas, pero este artículo bailaba en mi cerebro desde hacía tiempo, y ha sido precisamente la mención de mis colegas la que me ha empujado a cumplir mi intención. En estos tiempos fugaces, de pensamiento hamburguesa, es una buena disciplina repetir algunos conceptos. Hablamos de Albert Camus, y, si no yerro el tiro, creo que los tres lo respetamos por lo mismo, a pesar de nuestras miradas tan distintas de la realidad. Pero nos une, si me perdonan mis colegas, una misma incorrección. Al fin y al cabo, ¿no somos Sagarra, Carreras y yo misma tres bichos raros, amantes de la heterodoxia y viajeros por libre? Y ¿qué era sino un bicho raro el propio Camus? Hace años participé en un congreso sobre terrorismo en París, cuyo marco era, precisamente, un homenaje a Camus, y fue entonces cuando retorné al gran intelectual francés, impresionada por la validez actual de sus reflexiones.
¿Por qué Camus, y no otro? Porque Camus fue el inventor de la incorrección de izquierdas, fue el intelectual engagé que se plantó ante los delirios prototalitarios de la progresía de su época, fue el hombre que denunció el uso del terrorismo para defender causas nacionales y fue, en definitiva, el intelectual demonizado por los propios, porque su conciencia crítica los alcanzó a ellos. Mientras los Sartre babeaban por Pol Pot en los mayos de la Sorbona, Albert Camus se plantaba ante el uso de bombas en los bares de Argel; mientras unos defendían la bondad de las dictaduras comunistas, Camus levantaba la bandera de la libertad, contrapuesta a todos, a los fascistas de derechas y... a los siempre invisibles y tolerados fascistas de izquierdas. No tengo ningún empacho en asegurar que, para mí, y para otros parias de la izquierda como yo misma, Albert Camus es, quizás, el último referente. En mi conferencia en París, que titulé "La démocratie blessée", rematé con esta frase de Camus: "A pesar de las ilusiones racionalistas, e incluso marxistas, toda la historia del mundo es la historia de la libertad". Aún hoy y... sobre todo hoy. En realidad no nos hemos movido demasiado. En las épocas de Camus, los renombrados intelectuales que hablaban de libertades en las universidades franquistas defendían sin ambages a los Ceausescu. Sus herederos de hoy en día están presentes en los griteríos previsibles, pero ausentes de las causas que destruyen los derechos en el mundo. Camus fue un hombre de izquierdas. Por eso mismo, la izquierda intolerante lo expulsaría hoy del paraíso, como lo expulsó ayer. Repito lo dicho hace tiempo: "Hay que cuidarse de una derecha muy diestra, y de una izquierda muy siniestra".
8-I-10, Pilar Rahola, lavanguardia