En Ciudad Juárez hay unos 7.000 soldados y unos 2.000 policías federales que han demostrado una notable inoperancia en combatir al narcotráfico. Los habitantes critican a los gobernantes porque el número de muertos no cesa de aumentar. "Entre ellos mismos se tapan", decía una pancarta. Según la prensa local, "tras sepultar a sus deudos mucha gente se marcha en busca de seguridad, Juárez lleva camino de convertirse en una ciudad fantasma".
"¡Hagan algo, por Dios, hagan algo! No permitan que asesinen impunemente a nuestros hijos", gritaba desesperada a los militares una madre de Ciudad Juárez tras el asesinato de 14 personas (once adolescentes), el domingo por la noche en una fiesta de cumpleaños. Otros 14 resultaron heridos, algunos de extrema gravedad. En la ciudad más violenta del mundo había ayer un sentimiento de indignación, horror y miedo ante esta masacre ocurrida en un barrio popular.
Los jóvenes eran buenos estudiantes. Uno de ellos acababa de recibir un premio del gobernador de Chihuahua porque "siempre sacó puros dieces en sus notas". Eran chicos que no pertenecían a pandillas ni tenían nexos con el narcotráfico. La fiesta había reunido a unos 60. El homenajeado cumplía 17 años. Todos habían cooperado en la compra de cervezas y refrescos.
Luz del Carmen Sosa, reportera del Diario de Ciudad Juárez y recién galardonada con el premio de periodismo Manuel Vázquez Montalbán, que entrega el Colegio de Periodistas de Catalunya, por su cobertura de la violencia del narcotráfico, comentó a este corresponsal que no hay un móvil aparente por la matanza. "Eran chicos deportistas, sin vínculos con la droga. Yo no veo más móvil que el de enviar otro mensaje de intimidación a la población por parte de los capos".
El estudiante del cumpleaños reunió a sus amigos en su casa. Para protegerle de la inseguridad, sus padres no le permitieron celebrar el festejo en una discoteca. Los jóvenes escuchaban música, comían y charlaban. Cuando la fiesta estaba más animada, siete camionetas pararon ante la casa, cercaron a los muchachos, bloqueando los accesos y salidas de la calle. De los vehículos bajaron pistoleros encapuchados que, arma en ristre, entraron en la vivienda y, sin mediar palabra, abrieron fuego indiscriminadamente. Algunos estudiantes intentaron huir saltando la tapia; muchos fueron alcanzados por las ráfagas. Los sicarios los siguieron y los acribillaron en viviendas contiguas donde buscaron refugio. Al oír los disparos, los vecinos abrieron sus casas para dar protección a los chicos. Un testigo dijo que, una vez terminada la masacre, "los asesinos se fueron despacito, en fila, sin temor, sin que nadie les dijera nada".
Luz del Carmen Sosa cuenta que "todo el barrio está de luto, en las aceras aún hay charcos de sangre y restos de masa encefálica, como evidencia de la brutalidad de los sicarios". La casa atacada, según ella, "permanece abierta y el olor a muerte inunda el lugar; los vecinos lloran, gritan, nadie encuentra consuelo".
Los vecinos aseguran que las ambulancias tardaron más de 40 minutos en llegar, por lo que los familiares trasladaron a los heridos al hospital en coches particulares. Después de minutos eternos para quien tenía a su hijo agonizando, aparecieron soldados y policías. En vez de atender a los heridos, dijeron que no se tocara a las víctimas. Un padre se encaró a ellos y les dijo: "¿Cómo no vamos a moverlos, chingados,si mi hija se está muriendo? En vez de servir de algo, estorban".
Otros testigos aseguran que militares y policías federales estaban cerca y no hicieron nada por detener a los asesinos.
2-II-10, J. Ibarz, lavanguardia