Desde que empezó el 2010, las relaciones entre EE. UU. y China van de mal en peor. El año arrancó con el ciberataque a Google procedente del gigante asiático. Washington respondió reclamando libre flujo de información en internet. Siguió el anuncio de ventas de armas de EE. UU. a Taiwán por 6.400 millones de dólares. Pekín reaccionó con la imposición de sanciones, no especificadas, a las compañías de EE. UU. implicadas y con la congelación de la cooperación militar. Poco después la sección americana del Pen Club decidía promover la candidatura del disidente Liu Xiaobo, condenado a once años de prisión, al Nobel de la Paz. Pekín ha ratificado esta semana la condena y ha aplicado penas a otros dos disidentes. Por otra parte, EE. UU. ha impuesto aranceles a los neumáticos chinos y Pekín amenaza con hacerlo con la importación de pollo estadounidense. Y la Casa Blanca crítica la infravaloración del yuan.
Ni la reunión entre el Dalái Lama y Barack Obama, ni la venta de armas de Estados Unidos a Taiwán son acontecimientos anómalos. Todos los presidentes de Estados Unidos, en los últimos años, han recibido al líder tibetano, y la venta de armas a Taiwán, que Pekín considera parte de China, es también una rutina en la política exterior estadounidense.
¿Por qué, entonces, la tensión actual entre Washington y Pekín? ¿Es una indignación coreografiada que pasará enseguida? ¿O refleja disonancias de fondo más difíciles de resolver? Entre las élites diplomáticas y militares de Washington no hay acuerdo...
En otoño, Obama plantó al Dalái Lama - era la primera vez que un presidente no lo recibía en Washington desde 1991-para no irritar a Pekín en vísperas de su viaje a China. Ya entonces, y en medio de las protestas de grupos de derechos humanos y de congresistas demócratas y republicanos, la Casa Blanca dijo que la visita no se anulaba, sino que se aplazaba. Pekín sabía que la reunión con el Dalái Lama llegaría tarde o temprano.
No pasa semana sin que Pekín y Washington se recriminen mutuamente alguna acción que disgusta a la otra capital y las relaciones van de mal en peor. Ayer fueron las autoridades chinas las que exigieron a la Casa Blanca que Barack Obama cancele su reunión con el Dalái Lama del próximo día 18. Esta protesta china constituye el último episodio de una serie de desencuentros entre las dos potencias que ha situado sus relaciones bilaterales a un nivel inimaginable hace unos meses. Una situación que se ha deteriorado, no tanto por las disputas comerciales o las diferencias políticas, como por el hecho de que Washington se ha inmiscuido en aquellos asuntos considerados especialmente delicados por el régimen de Pekín, como son Tíbet, Taiwán y los derechos humanos.
No es de extrañar, pues, que, en este contexto, el portavoz del Ministerio de Exteriores chino, Ma Zhaoxu lanzara ayer una dura advertencia a las autoridades estadounidenses acerca del anuncio lanzado la víspera de que Obama recibirá al líder espiritual tibetano en la Casa Blanca. Ma no dudó en señalar que Washington debe anular esta cita "si no quiere que se degraden aún más" las relaciones entre las dos potencias. "China se opone formalmente a que el Dalái Lama visite Estados Unidos y a que los líderes de este país se reúnan con él", dijo el portavoz de Exteriores, quien recordó que la postura del Gobierno de su país sobre este asunto siempre ha sido "clara y coherente".
China considera al Dalái Lama un "responsable separatista peligroso por fomentar el malestar en la región", señalaron las autoridades chinas la semana anterior, cuando trascendió la intención de Obama de reunirse con el líder espiritual tibetano. Entonces la Administración estadounidense dio a entender su deseo de entablar un diálogo constructivo con el Dalái Lama. Una panorama que Pekín rechaza de plano.
Para las autoridades chinas, esta iniciativa de Estados Unidos es una intromisión en sus asuntos internos, y consideran que la Administración Obama debería abstenerse de emprender cualquier iniciativa. "Urgimos a la parte estadounidense a que comprenda que el de Tíbet es un asunto delicado, cumpla con su compromiso de reconocer Tíbet como parte de China y se oponga a la independencia de Tíbet", recalcó el portavoz de Exteriores.
Con sus declaraciones de ayer, Ma no hizo sino confirmar la advertencia lanzada por Pekín una semana antes, acerca de que la reunión entre Obama y el Dalái Lama "no tenía ninguna razón de ser y era inútil". Y es que el Gobierno chino intenta en todo momento marginar la actividad del líder tibetano. Le disgusta que le reciban las autoridades de otros países y que le den un contenido político a estas reuniones por temor a fortalecer sus reivindicaciones nacionalistas.
Pekín considera que la región autónoma de Tíbet, situada en el sudoeste del país ycon una superficie de 1,2 millones de kilómetros cuadrados, es parte irrenunciable de su territorio. En cambio, círculos próximos al Dalái Lama sostienen que la región debería incluir las zonas de otras provincias chinas habitadas también por tibetanos. Es lo que denominan el Gran Tíbet, que se extendería otro millón de kilómetros cuadrados.
Es precisamente para no alimentar estas reivindicaciones por lo que ayer Ma, en nombre de su gobierno, insto a la Administración Obama a que se abstenga de dar facilidades al Dalái Lama para que, en su opinión, lleve a cabo actividades separatistas.
En esta espiral de tensión en que se encuentran las dos potencias, todo induce a pensar que la respuesta de Pekín a esta afrenta será política. Los observadores internacionales apuntan a que China podría reconsiderar, o como mínimo retrasar, el apoyo que le reclama Estados Unidos para castigar a Irán, así como retardar su cooperación en Afganistán.
13-II-10, I. Ambrós/M. Bassets, lavanguardia