A pesar de que Helmand es el granero mundial del opio, la operación de la OTAN no pone demasiado énfasis en enmendarlo. Desde Helmand salen las grandes rutas mundiales del opio, transformado o no en heroína. Una cruza el Beluchistán pakistaní hasta la costa, otra atraviesa Irán y Turquía, hasta llegar a Europa, y una tercera pasa por Asia Central y Rusia. Como sucedió en los noventa, los talibanes se apoyan en los impuestos al tráfico de droga para financiar la guerra.
Con su particular lectura del Corán, el derrocado gobierno talibán erradicó en su día la producción de hachís -con palizas, cárcel e inmersiones en agua fría para los infractores- porque afectaba a los afganos. Sin embargo, autorizó la producción de opio para ganarse a los campesinos, con el argumento de que los adictos no eran afganos.
La ONU ha calculado que en el fabuloso negocio de la heroína, el 1% del beneficio va para los agricultores, el 2,5% para los intermediarios locales, el 5% para los intermediarios de países de tránsito y más del 90% para las mafias que operan en Occidente. La heroína es uno de los nudos gordianos de esta guerra...
16-II-10, J.J. Baños, lavanguardia