Señales de alarma desde el Vaticano. Los responsables de la Iglesia católica hace tiempo que han asumido el tremendo golpe moral del escándalo de los abusos sexuales a menores. Han hecho público mea culpa y han tomado medidas. Pero lo que la Santa Sede parece no estar dispuesta a tolerar es que se quiera enlodar al propio papa Benedicto XVI. En su defensa se emplea un lenguaje áspero, poco habitual en los círculos vaticanos.
El portavoz de la Santa Sede, el sacerdote jesuita Federico Lombardi, denunció ayer en Radio Vaticano una campaña para implicar personalmente al Pontífice en el turbio asunto de los curas paidófilos, al atribuírsele responsabilidades indirectas, por negligencia, cuando fue arzobispo de Munich. Según Lombardi, hay "un cierto ensañamiento" en quienes lanzan acusaciones que no tienen fundamento. "Para cualquier observador objetivo, está claro que son esfuerzos fallidos", agregó Lombardi en una nota leída en la emisora oficial.
Lo cierto es que, en los últimos días, el escándalo de la paidofilia se ha acercado de manera peligrosa al Papa. El nerviosismo es evidente. Primero fueron los abusos sexuales que afloraron en el coro de la catedral de Ratisbona, que dirigió durante tres decenios el hermano del Pontífice, el sacerdote Georg Ratzinger. Luego se conoció el caso de un sacerdote abusador que fue transferido de Essen a Munich. En la capital bávara -en tiempos en los que el actual papa era el arzobispo-, se permitió al citado cura volver a un trabajo pastoral con jóvenes. El clérigo cometió de nuevo abusos y sufrió una sanción penal. Lombardi insistió ayer en que el Papa no fue informado entonces de las circunstancias y era totalmente ajeno al caso. Un cargo inferior asumió responsabilidades.
El caso Ratisbona se complicó ayer con comprometedoras revelaciones. Un antiguo miembro del coro dijo que las sevicias sexuales en el internado -entre compañeros- prosiguieron hasta bien entrados los años noventa del siglo pasado (antes se hablaba sólo de casos de los cincuenta y sesenta). En cuanto a Georg Ratzinger, quien reconoció hace unos días que, de manera ocasional -y siempre con remordimiento-, había dado algún cachete, hay testimonios que agravan su conducta. Ex miembros del coro lo describen como alguien muy irascible y colérico. Lo recuerdan lanzando sillas en el aula. En una ocasión se alteró tanto que hasta le saltó la dentadura postiza.
La Santa Sede mantiene una estrategia clara y un mensaje coordinado, pero los acontecimientos amenazan con desbordarla. Se sienten atacados, y eso exaspera los ánimos. El caso alemán es muy delicado, porque, lo quieran o no, salpica al mismo Papa. Es difícil rebatir esa percepción.
La Iglesia acepta la naturaleza muy grave del escándalo y la erosión moral que supone. Ha hecho acto de contrición y ha pedido perdón. Ahora bien, ha dejado también claro que la paidofilia es una lacra general en la sociedad, presente a menudo en el seno de las familias, que es injusto pues atribuir a la Iglesia católica una maldad singular. Otro de los puntos clave ha sido cerrar filas en torno al celibato sacerdotal. Sostienen que el celibato no guarda relación alguna con desequilibrios psicológicos que puedan empujar hacia los abusos a menores. Tampoco quieren que sea ahora una excusa para reintroducir el debate sobre la ordenación de las mujeres, otro tema que continúa siendo un tabú.
14-III-10, E. Val, lavanguardia