Los tiempos de la ropa sucia lavada en casa han tocado a su fin. Ante la vergüenza de la pederastia en sus filas, la Iglesia católica empieza a asumir que tan graves delitos deben ser denunciados a la justicia civil, y merecen del tribunal eclesiástico el peor de los castigos. A la jerarquía le ha llevado 20 años aprender esa lección, desde que trascendieron los primeros casos en la archidiócesis de Boston y, al poco, en Canadá. El Papa pidió perdón por ello en su viaje del 2008 a Estados Unidos, e hizo lo propio por similares sucesos al ir a Australia ese mismo año. La mancha se extiende: tras Irlanda, surgen denuncias en Alemania, Austria y los Países Bajos, afloran en la mismísima Italia, y cuesta creer que España esté libre de pecado. Viéndose asediada, la Santa Sede carga contra sacerdotes pecadores y riñe a obispos encubridores sin ceses ni dimisiones-, pero falta una asunción de responsabilidades de quienes encarnan el gobierno universal de la Iglesia, la curia romana, que ayer abandonó al heroico portavoz Federico Lombardi, inerme, ante la prensa.
Benedicto XVI hizo pública ayer una larga y densa carta pastoral a los católicos de Irlanda. El Papa expresó, en primera persona, la "vergüenza" y el "remordimiento" que siente por el escándalo de los abusos sexuales de niños y adolescentes cometidos por clérigos y religiosos.
El Pontífice fue muy duro con los curas pederastas y con los obispos irlandeses que los encubrieron o que minimizaron el problema. En cambio, no escribió palabra alguna de autocrítica vaticana por la gestión del escándalo. Joseph Ratzinger no atribuyó responsabilidades directas a las autoridades centrales de la Iglesia, al Vaticano ni a él mismo, quien como cardenal dirigió durante casi veinte años la Congregación para la Doctrina de la Fe.
La presentación y valoración de la carta ante periodistas de todo el mundo corrió a cargo del director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, el sacerdote jesuita Federico Lombardi. Estaba ostensiblemente solo, frente a toda la prensa internacional. Ningún cardenal de la curia vino a echarle una mano. Y lo más extraño fue lo que Lombardi dijo al final, casi por casualidad, en respuesta a una pregunta. El portavoz vaticano reconoció que no había hablado de la carta con el Papa, sino sólo con algunos de sus colaboradores. Ejerció, pues, de intérprete de las palabras de Benedicto XVI en uno de los problemas morales más graves afrontados jamás por la Iglesia, sin hablar antes en persona con el Pontífice.
La carta, de siete páginas - y texto original en inglés-,empieza con la admisión del Papa de que se siente "profundamente consternado" por los abusos. "Comparto la desazón y el sentimiento de traición que muchos de vosotros experimentasteis al enteraros de estos actos pecaminosos y criminales, y del modo en que fueron afrontados por las autoridades de la Iglesia en Irlanda", subraya Joseph Ratzinger.
A los autores de los abusos les dice que deben responder ante Dios "y ante los tribunales debidamente constituidos". El principal reproche a los obispos irlandeses es haber "fracasado" en la aplicación de las normas establecidas por el derecho canónico para los casos de abusos a menores y haber cometido "graves errores de juicio". La carta no anuncia dimisiones (tres obispos las presentaron y no se las ha aceptado hasta ahora). El Pontífice anuncia una "misión nacional" en Irlanda para obispos, sacerdotes y religiosos, un procedimiento para asegurar que se ha llegado al fondo del problema. También avanza que enviará una delegación a algunas diócesis irlandesas, seminarios y congregaciones.
Según el Papa, la crisis de la pederastia debe enmarcarse en un contexto más amplio, "de rápida transformación y secularización de la sociedad irlandesa", que ha repercutido de manera negativa en las prácticas y valores católicos. Para Joseph Ratzinger, "el programa de renovación propuesto por el concilio Vaticano II fue a veces mal entendido" y "hubo una tendencia equivocada de evitar los enfoques penales de las situaciones canónicamente irregulares" (es decir, hubo laxitud).
Quizá el elemento de mayor autocrítica para la Iglesia universal es la referencia a "los procedimientos inadecuados para determinar la idoneidad de los candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa". También ve el Papa con inquietud "la insuficiente formación humana, moral, intelectual y espiritual en los seminarios y noviciados".
El Pontífice lamenta "la tendencia de la sociedad a favorecer al clero y otras figuras de autoridad" y "una preocupación fuera de lugar por (preservar) el buen nombre de la Iglesia y por evitar escándalos, lo que resultó en la falta de aplicación de las penas canónicas en vigor".
21-III-10, E. Val, lavanguardia