Cuatro víctimas de curas pederastas protestaron ayer en la plaza de San Pedro, una acción sincronizada con la exclusiva de The New York Times.Eran dos hombres y dos mujeres, todos estadounidenses. Exigieron al Papa que abra los archivos y los entregue a la policía, y que la Iglesia expulse de inmediato a todos los sacerdotes que han cometido abusos. La policía italiana los llevó luego a comisaria para interrogarles. Horas antes, el cardenal portugués José Saravia Martins, en un encuentro con periodistas, dijo que el problema de la pederastia existe y se debe ser severo, pero habló, sin especificar el origen, de "una maquinación contra la Iglesia" y "un pretexto para atacarla". Saraiva admitió que se debe mejorar la formación de los curas.
El escándalo de la pederastia en la Iglesia católica está colocando en una posición cada día más incómoda al Vaticano. Ayer fue una jornada difícil, al salir a la luz detalles de un caso muy grave en Estados Unidos que muestra la laxitud disciplinaria que aplicó Joseph Ratzinger, el actual Papa, cuando era el cardenal al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Nunca es una buena noticia, en la batalla global de las relaciones públicas, cuando un medio tan influyente como The New York Times abre su portada con un serio tema de denuncia y publica un editorial de tono muy crítico hacia los líderes de la Iglesia católica. El jefe de la oficina de prensa de la Santa Sede, el padre jesuita Federico Lombardi, hubo de repartir una nota aclaratoria para mitigar los efectos en Roma.
Los hechos relatados por el diario estadounidense se refieren al sacerdote católico Lawrence Murphy, acusado de abusar sexualmente de unos doscientos niños y jóvenes de una escuela para sordos en el estado de Wisconsin, entre 1950 y 1974 . En la página web del periódico se adjuntan decenas de documentos sobre el caso, entre ellos cartas internas de la diócesis de Milwaukee, misivas cruzadas entre esta y el Vaticano, así como escabrosos detalles sobre qué hacía el sacerdote con los niños y cómo buscaba a nuevas vítimas potenciales. Murphy solía actuar mientras confesaba, quizá por tener mayor fuerza de intimidación.
Lo más dañino para el Vaticano es el intercambio de cartas que hubo entre la diócesis de Milwaukee y la Congregación para la Doctrina de la Fe cuando esta estaba dirigida por el cardenal Ratzinger. Su número dos era el hoy cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado del Vaticano. El obispo de Milwaukee quería expulsar a Murphy del sacerdocio, aun años después de los crímenes cometidos, porque lo consideraba una obligación moral ante la comunidad católica de Wisconsin. Aunque en un principio Roma estuvo de acuerdo, luego hubo una contraorden. El propio Murphy escribió una carta a Ratzinger argumentando que se encontraba enfermo y arrepentido, y que rogaba que le dejasen morir como sacerdote. Su deseo fue aceptado. Murphy murió cuatro meses después. El cura pederasta logró su objetivo y fue enterrado vestido como cura, lo cual aún indignó más a las víctimas.
Lombardi no desmintió las informaciones de The New York Times,pero las trató de matizar. Admitió que fue un "caso trágico" y que las víctimas de Murphy "sufrieron de manera terrible por lo que hizo", si bien indicó que la Congregación para la Doctrina de la Fe no fue informada del problema hasta 20 años después de que fuera conocido por la diócesis de Milwaukee y por la policía. Lombardi también recordó que la investigación de la justicia ordinaria no fue adelante.
Lo peor para el Vaticano es que casos como el de Murphy o el de un cura pederasta en Baviera ponen en duda la credibilidad del Papa, que en una reciente carta a los católicos de Irlanda fue muy severo y descargó las culpas de su escándalo de pederastia en los obispos de la isla. The New York Times decía en su editorial que el Vaticano "se queda corto"a la hora de "rendir cuentas" sobre su propia conducta.
25-III-10, E. Val, lavanguardia