Al papa Benedicto XVI le amenaza cada día más su anterior personalidad, la del cardenal Josep Ratzinger. Si ya trascendió que no actuó contra el reverendo Murphy, quien abusó de 200 niños sordos en Wisconsin -alegó que era muy mayor-, ahora le ha salido otro asunto por lo contrario. Retrasó el correctivo al padre Stephen Kiesle, por dos casos en California, por "el perjuicio que puede causar en la comunidad de los fieles de Cristo, sobre todo considerando su joven edad". Kiesle tenía 38 años. Había pedido dejar el ministerio, tras ser condenado en 1978. Ahora ha emergido una carta en latín en 1985, firmada por Josep Ratzinger, en la que dice que el caso de Kiesle requería más tiempo y se debía tener en cuenta "el bien universal de la Iglesia". La queja inicial llegó al Vaticano en 1981. La secularización de Kiesle se produjo en 1987. Cumplió otra condena y hoy su nombre aparece en seis listas de delincuentes sexuales.
11-IV-10, F. Peirón, lavanguardia
Estos días el ajetreo es inusual en el bufete de Jeff Anderson, en el centro de Minneapolis. Llamadas, entrevistas, ruedas de prensa... El veterano abogado relanzó a finales de marzo el escándalo por abusos a niños en la Iglesia católica de Estados Unidos, al desvelar documentos que aparentemente vinculaban al papa Benedicto XVI al encubrimiento de un cura pederasta.
Desde entonces, Anderson ha vuelto a colocarse en el centro del esfuerzo judicial por que la jerarquía católica rinda cuentas por lo que él considera que han sido décadas de encubrimiento sistemático de crímenes contra menores. "El Vaticano y la cultura clerical no lo harán por sí solos. Siguen una tradición de cientos, si no miles, de años de secretos y protocolos", dice.
El abogado lleva desde 1983 denunciando, en nombre de las víctimas, a curas, obispos y diócesis católicas de EE. UU., y ganando millones de dólares para él y sus clientes. Para muchas víctimas, es un salvador, sin el cual el escándalo de abusos en EE. UU. nunca se habría destapado. Para los defensores del Vaticano, es un personaje casi diabólico.
¿Qué quiere Jeff Anderson? ¿Con qué se daría por satisfecho? "Lo primero que quiero que hagan es suspender de su ministerio a todos los párrocos delincuentes y denunciarlos a las autoridades", responde.
"En segundo lugar: decir la verdad. Esto significa desvelar los nombres de los delincuentes que han mantenido en secreto y han protegido, los pueblos donde viven y trabajan, y dónde delinquieron", prosigue.
En tercer lugar, Anderson exige a la Iglesia católica que publique los archivos secretos "que conciernen a los crímenes y la complicidad en ellos, y la participación de los obispos y los superiores".
"Cuatro: el Vaticano debería suspender inmediatamente e investigar a todo superior -sea obispo, cardenal o mandatario religioso- que haya sido cómplice de estos crímenes y haya permitido que ocurran, y que les denuncien a las autoridades civiles".
"En quinto lugar -añade-, poner fin a la negación de su responsabilidad, porque cada vez que niegan la responsabilidad, y echan la culpa a las víctimas, a los medios, a los abogados o a otros, hieren a quienes han sido heridos, y hacen que la traición original sea peor".
Como los delitos que hasta ahora han sido denunciados han prescrito, a quienes quieren que la Iglesia católica rinda cuentas les queda la posibilidad de obtener, por medio de una demanda civil, documentos que sirvan para exponer el encubrimiento y reclamar indemnizaciones.
Una de las acusaciones más repetidas a Anderson y a los abogados de las víctimas es que se han hecho ricos con las demandas a la Iglesia. En el 2002, según la agencia Associated Press, el abogado había ganado unos 60 millones de dólares. Él no lo confirma, y dice ignorar la suma total, así como el montante de las indemnizaciones que han estado recibiendo sus clientes.
"En más de la mitad de los casos que he llevado no he buscado ni he obtenido dinero", replica. Y subraya que "a veces las indemnizaciones pueden ser un mecanismo poderoso para que (los culpables) respondan de sus crímenes y no los repitan en el futuro". "No pido perdón por el hecho de que algunas víctimas hayan recibido una compensación ni porque a veces se me pague por mi trabajo", avisa.
Además del dinero, la otra vía para obtener una reparación, aunque sea moral, es la publicación de documentos sobre los abusos que ahora están en manos de la jerarquía.
Ahora, con otros abogados, Anderson intenta obtener documentos del Vaticano, e incluso la comparecencia ante un tribunal estadounidense de funcionarios del Vaticano.
No será fácil: el Vaticano es un Estado soberano. De momento, no obstante, dos tribunales federales de apelaciones -en Kentucky y Oregón- han aceptado demandas contra la Santa Sede.
Otra cosa, más improbable, sería un eventual procesamiento penal, que estos días algunos juristas han dejado flotar. "Las leyes internacionales de derechos humanos contienen algunas excepciones para procesar a jefes de Estado. Pero creo que queda un trecho largo, largo hasta que se procese a funcionarios del Vaticano en tribunales internacionales", admite.
Jeff Anderson puede parecer el clásico picapleitos de las películas estadounidenses. Pero también es una expresión de la cultura de lo que los anglosajones llaman accountability,la obligación de los poderosos de rendir cuentas en una sociedad democrática y plural.
Educado como protestante, Anderson, de 62 años, se casó y educó a sus hijos mayores en la Iglesia católica. Tras divorciarse y empezar a trabajar en casos de abusos, se hizo agnóstico, pero volvió a casarse, esta vez en la Iglesia luterana, donde ha educado a los hijos de su segundo matrimonio.
"Personalmente, creo profundamente en Dios, y tengo una vida espiritual rica, pero no encuentro demasiado consuelo en las iglesias. Lo encuentro en otros lugares", explica.
Anderson advierte que ha demandando "virtualmente a todas las confesiones religiosas en América". También ha demandado por casos de abusos sexuales a organizaciones civiles como los Boy Scouts. "Así que no es sólo la Iglesia católica. Lo que sucede es que en la Iglesia católica los problemas son más graves, extensos y profundos, y persisten, porque los han encubierto", argumenta.
- ¿Lo que diferencia a la Iglesia católica del resto es el celibato?
- No es el celibato. El celibato requiere la supresión obligatoria de la sexualidad, y ha contribuido al problema, pero no es el origen del problema. El celibato no causa el abuso sexual, del mismo modo que el matrimonio no causa el incesto. Si alguien quiere culpar el celibato o la homosexualidad, se equivoca. El problema es el secretismo".
11-IV-10, M. Bassets, lavanguardia