Una anécdota de estas elecciones es el pulso mantenido por un miembro del Partido Verde y descendiente del último emperador de Austria, Ulrich Habsburgo-Lorena, por su derecho a ser candidato. Ingeniero de montes y republicano confeso, este Habsburgo intenta derogar la ley que en 1919 prohibió a los miembros de la familia imperial aspirar a cargos políticos. La ley, desfasada, fue resultado de la prevención de la I República Austriaca, fundada en 1918 como resultado de la derrota en la Gran Guerra y del hundimiento del imperio austrohúngaro, ante posibles riesgos desestabilizadores vinculados a la popularidad de la familia.
Ulrich, de 68 años, dice que la ley convierte a su familia, incluso a la familia política, en ciudadanos de segunda clase y se ha declarado "un austriaco desfavorecido por sus genes" desde su página web. Aludiendo al lamentable ascenso de ultras y neonazis, ha ironizado diciendo que "los austriacos parecen tener más miedo de los Habsburgo que de los nazis". El Tribunal Constitucional desestimó su apelación, pero la ley quizá sea revisada pronto...
El presidente austriaco, Heinz Fischer, socialdemócrata, ganó ayer su segundo mandato de seis años en una elección sin emoción en la que recibió casi el 80% de los votos. Sus adversarios eran Barbara Rosenkranz, del derechista Partido de la Libertad, y el estrambótico Rudolf Gehring.
Rosenkranz pertenece a la serie de horror que tantos países de Europa, desde Hungría hasta Bélgica, pasando por Dinamarca, Holanda e Italia, están recreando con partidos de extrema derecha logrando apoyos considerables. De 51 años y madre de diez hijos que llevan nombres nórdicos y germanos castizos, Rosenkranz es una ultraderechista xenófoba, ambigua hacia el holocausto y anti-Unión Europea, que quiere descafeinar las leyes antinazis. El resultado que obtuviera era el dato más interesante de la jornada. Se quedó con alrededor de un 15%. En las europeas del 2009, su partido y el del fallecido Jörg Haider obtuvieron casi un 18%.
Gehring, de 61 años, del Partido Cristiano, defiende posiciones antihomosexuales y antiabortistas, y advierte del peligro de que el Gobierno intente colocar chips en los cerebros de los ciudadanos. Obtuvo alrededor del 6%. Así que, con Fischer, parece haber ganado el sentido común. Su elección estaba apoyada, además de por su partido, por la otra gran formación, el conservador Partido Popular, y por los verdes.
Una anécdota de estas elecciones es el pulso mantenido por un miembro del Partido Verde y descendiente del último emperador de Austria, Ulrich Habsburgo-Lorena, por su derecho a ser candidato. Ingeniero de montes y republicano confeso, este Habsburgo intenta derogar la ley que en 1919 prohibió a los miembros de la familia imperial aspirar a cargos políticos. La ley, desfasada, fue resultado de la prevención de la I República Austriaca, fundada en 1918 como resultado de la derrota en la Gran Guerra y del hundimiento del imperio austrohúngaro, ante posibles riesgos desestabilizadores vinculados a la popularidad de la familia.
Ulrich, de 68 años, dice que la ley convierte a su familia, incluso a la familia política, en ciudadanos de segunda clase y se ha declarado "un austriaco desfavorecido por sus genes" desde su página web. Aludiendo al lamentable ascenso de ultras y neonazis, ha ironizado diciendo que "los austriacos parecen tener más miedo de los Habsburgo que de los nazis". El Tribunal Constitucional desestimó su apelación, pero la ley quizá sea revisada pronto.
Fischer llegó a la presidencia en el 2004, batiendo en las elecciones a la conservadora Benita Ferrero-Waldner. No se le considera una figura de gran carácter, pero su popularidad le viene por su condición de político conciliador y su imagen de integridad.
La participación electoral fue baja, ligeramente por encima del 50%. Por primera vez los jóvenes de 16 años podían votar.
26-IV-10, R. Poch, lavanguardia