El concepto de federación estuvo presente en la visión de los padres fundadores de la Unión Europea desde antes de que esta diera sus primeros pasos. Así, en 1943, mientras los ejércitos aliados libraban batallas decisivas, Jean Monnet dijo en Argel: "No habrá paz en Europa si los estados se reconstruyen sobre una base de soberanía nacional (...) Los países de Europa son demasiado pequeños para asegurar a sus pueblos la prosperidad y los avances sociales indispensables. Esto supone que los estados de Europa se agrupen en una federación o entidad europea que los convierta en una unidad económica común". Pero, realistas como eran, los fundadores circunscribían la unión -en un principio- a su vertiente económica, dejando que fueran el tiempo y el roce los que la extendiesen a otros ámbitos. Y así se ha venido haciendo, como lo prueba el hecho de que la realidad más importante consolidada hasta ahora, en el largo proceso de construcción europea, sea la moneda común - el euro-,que pone en manos comunitarias los resortes de una cuestión tan crucial como es la política monetaria, lo que supone una cesión importante de soberanía, no en vano la moneda de cada país constituye su divisa con mayor fuerza aún que su bandera.
Sin embargo, cuando la actual y grave crisis se ha manifestado en Europa con toda su potencia, ha quedado claro lo que ya se sabía desde la implantación del euro: que no es posible una política monetaria común si no va acompañada de unas políticas económica y fiscal que, como mínimo, estén coordinadas, lo que exige algún tipo de intervención y control por parte de las autoridades comunitarias respecto de las decisiones de los distintos gobiernos estatales. De ahí la importancia enorme, como precedente, de los acuerdos comunitarios del 8 de mayo pasado, por los que se adoptaron diversas decisiones en defensa del euro y se estableció un principio de intervención de la economía española, al imponer unas medidas rechazadas expresamente por el Gobierno español hasta la víspera. En esta intervención, no por aislada menos significativa, está el germen de la inevitable deriva federal que se ha comenzado a producir en Europa, al constatar los países europeos la imposibilidad de superar la crisis sin una profunda coordinación de sus políticas.
Una deriva federal nunca es fácil, ya que provoca la erosión de posiciones de poder consolidadas por la historia en manos de ciertos grupos, en detrimento además de sus correspondientes intereses. De ahí que, históricamente, el paso a una estructura federal desde otra estructura más laxa haya sido siempre traumático. Así sucedió, por ejemplo, en EE. UU., cuya federación se alcanzó tras una guerra civil larga y devastadora. Afortunadamente, no sucederá así en Europa, pero la inevitable y progresiva consolidación de mecanismos federales de intervención y control - como los que ahora se propugnan respecto de los presupuestos estatales-será la respuesta obligada a la actual situación de crisisy ala paulatina pérdida de protagonismo internacional de Europa. No en vano se ha sostenido con razón que en toda crisis se halla el germen de la regeneración. Ha llegado, por tanto, para Europa, la hora de la verdad, que es la hora de ser o no ser: o es capaz de consolidar las bases de una auténtica unidad económica, que vaya más allá de la moneda única y sea la antesala de una política exterior y de defensa compartida, o languidecerá. No hay términos medios.
6-VI-10, lavanguardia