Turquestán Oriental / Xinjiang, un país ocupado, un pueblo reprimido

Las medidas de seguridad son rigurosas en el centro de la ciudad de Urumqi. Tropas del ejército patrullan armadas por las calles de la capital de la región autónoma uigur de Xinjiang, en el noroeste de China, y la población disimula su preocupación ante el temor de que se vuelvan a producir los violentos choques interétnicos del año pasado. Unos enfrentamientos entre miembros de la minoría musulmana uigur, de lengua turca, y de la etnia mayoritaria china han, que entre el 5 y el 7 julio del 2009 causaron la muerte de 197 personas y dejaron heridas a más de 1.700. Los peores en décadas.

Un año después todo el mundo mira el calendario con temor. Las autoridades chinas no quieren que esta semana haya brotes de violencia y para ello ha desplegado un impresionante dispositivo de seguridad. La población también está preocupada por lo que pueda pasar.



Para evitarlo Pekín ha dispuesto un fuerte despliegue de seguridad, que se extenderá hasta el 20 de julio. Es especialmente visible en la plaza del Pueblo, donde el año pasado se inició la violencia, y en las calles cercanas, donde viven y trabajan los uigures. Allí la tensión es palpable. Fuerzas de la policía están apostadas en numerosas esquinas y en puntos estratégicos.

Y ver circular jeeps y camiones con soldados armados por el centro de la ciudad se ha convertido en una rutina en estos últimos días. "Su presencia me da seguridad", comenta Xiaomei, una joven han de veintinueve años mientras ve pasar a un grupo de soldados pertrechados.



Pero la presencia militar es sólo una parte de este despliegue. Las autoridades de Urumqi han dispuesto más de 40.000 cámaras de vigilancia, que se han instalado en autobuses, estaciones, taxis, calles, plazas, escuelas, guarderías, centros comerciales y supermercados, así como en otros lugares públicos, según publica la prensa local citando fuentes municipales.

Y la vigilancia se ha extremado. Todo bolso de mano es controlado. Miembros de la seguridad inspeccionan su contenido en las estaciones de autobús, oficinas gubernamentales, hoteles, en el Gran Bazar y en el Mercado Internacional de Erdoqiao. También son registrados los vehículos que entran en los parkings.



Además, la policía también sugiere a la población que hoy se quede en casa. "Nos han dicho que el día 5 de julio [ hoy para el lector] no se puede salir", señala Muharamat, un venerable uigur de edad totalmente imprecisable que regenta un pequeño puesto de frutas cercano a la mezquita de Hantagri.

Un industrial chino de la etnia mayoritaria han, que prefiere permanecer en el anonimato, reconoce en privado que a lo largo del último año las relaciones entre han y uigures se ha degradado. "Ahora hay mucha desconfianza", dice y añade que "si otros han te ven comprando un pan a los uigures te puedes encontrar que te insulten por la calle. Esto antes no pasaba".



Las mismas fuentes reconocen que la violencia interétnica del 2009 ha hecho mucho daño a la región. "Los disturbios del año pasado han provocado un retraso económico equivalente a diez años respecto a Shenzhen [ una de las zonas industriales punteras del país]

Pero estos recelos y el miedo a la violencia también han pasado factura a los pequeños comerciantes de la minoría musulmana uigur. Sattar, una mujer que regenta una tienda en el Gran Bazar, hoy carente del bullicio normal de vendedores y compradores, señala que "antes vendía cientos de pañuelos al día, ahora, si vendo unas decenas ya soy feliz".

Esta situación, derivada del brote de violencia del pasado año creó gran preocupación en el Gobierno chino. Xinjiang es uno de los graneros del gigante asiático. Cuenta con importantes yacimientos de gas natural y de allí se extrae el 20% de la producción petrolífera china, aunque es una de las regiones más pobres del país. Por estas razones Pekín ha decidido invertir más de un millón de dólares para desarrollar esta región a partir del 2011. Considera que a través de un mayor desarrollo podrá mejorar el nivel de vida de los uigures y reducir las tensiones existentes.

Además, ha cambiado a los responsables políticos de la provincia de Xinjiang y de la ciudad de Urumqi, con el fin de mejorar la cooperación con esta minoría musulmana de habla turca.

Pekín intenta cambiar de esta manera la imagen que tienen los uigures de las autoridades chinas. Esta minoría musulmana de habla turca se queja de estar discriminados y acusan al Gobierno chino de intentar restringir su cultura y su religión, a través del desarrollo económico, así como de impedirles acceder a determinados empleos y puestos de la Administración. "La política desarrollada por el Gobierno en la última década ha empobrecido a la gente del sur de Xinjiang. Los uigures sólo trabajan, básicamente, en restaurantes y pequeños comercios de venta de fruta y de pan", señala Li, un ejecutivo de la etnia mayoritaria han.

Las autoridades chinas, por su parte, rechazan que exista un conflicto interétnico y atribuyen la violencia que se produjo en Urumqi a grupos terroristas, separatistas, que reclaman la independencia de la región de Xinjiang de China. Para demostrarlo y dar confianza a la población, la policía anunció la semana pasada que había desarticulado un grupo terrorista que operaba en el sur de Xinjiang.

5-VII-10, I. Ambrós, lavanguardia

El pasado viernes, las mezquitas de  Urumqi, la capital de la región autónoma de Xinjiang, estaban llenas de fieles en la hora de la plegaria. En una de ellas, oraban bajo una gran pancarta que instaba a rechazar el separatismo y a "apoyar la unidad de la Madre Patria", y lo hacían bajo la vigilancia de policías antidisturbios.

Ayer la situación aún era más tensa. El ejército y la policía controlaban con rigor el centro de la ciudad y los barrios de la minoría musulmana uigur, de habla turca. Se cumplía el primer aniversario del inicio de los sangrientos enfrentamientos entre uigures y chinos de la etnia mayoritaria han, que culminaron con un balance de cerca de 200 muertos y más de 1.700 heridos. Unos choques que tuvieron su origen en una manifestación pacífica de uigures reclamando justicia por la muerte de dos trabajadores de esta etnia en la ciudad de Guangdong, en el sur del país.

Hay miedo de que cualquier malentendido haga saltar la chispa. "El conflicto no está resuelto", dice un han que no quiere ser identificado y que añade que "uno de los problemas es que la gente del sur de Xinjiang se ha empobrecido en la última década, lo que ha creado tensiones e influyó en los choques del 2009".

Hablar con la gente no es fácil en Urumqi en estos días. "Hablar con un extranjero puede costar muy caro", dice Zulifeiya, una joven estudiante que acto seguido se marcha. Y los que lo hacen, en el interior de un taxi o en un restaurante apartado, prefieren permanecer en el anonimato.

Las autoridades chinas son conscientes de que detrás de la violencia de julio del 2009 se esconde un grave problema de frustración económica, unido a un sentimiento de marginalización demográfica y de asfixia religiosa y cultural entre los uigures.

Al igual que con Tíbet, las autoridades chinas están convencidas de lograr la concordia en la región a través del desarrollo económico. Así, ha lanzado un plan, cuyo objetivo es transformar la sociedad en el 2020. La estrategia incluye convertir Kashgar, la mítica ciudad de la ruta de la seda y bastión de la cultura uigur, en la primera zona de desarrollo económico del oeste de China.

Pekín aspira a que Kashgar, fronteriza con Pakistán, Kirguistán, Afganistán, Uzbekistán y Tayikistán, se convierta en el principal centro logístico y comercial de la región, y que transmita riqueza a la zona. Algunos comparan ya a Kashgar con Shenzhen, el pequeño pueblo de pescadores vecino de Hong Kong, que en treinta años se ha convertido en uno de los principales centros productivos del país.

6-VII-10, I. Ambrós, lavanguardia