La pregunta es clara: "¿Aprueba que el Gobierno negocie la liberación de personas secuestradas?". Es una encuesta de la edición digital de La Vanguardia.Ayer por la mañana, habían respondido a este sondeo 4.486 lectores y los resultados eran los siguientes: un 56% está a favor de negociar, un 42% está en contra, y un 2% no sabe lo que haría. Mientras, el PP exige al Gabinete de Zapatero que aclare si se pagó rescate por Vilalta y Pascual. La oposición actúa de modo infantil, pues la cuestión de fondo ante el desafío de cualquier grupo terrorista no es pagar o no, sino aceptar o no la negociación, esté por medio un maletín de dinero o un canje de prisioneros. En catalán decimos que "el que no es paga amb diners es paga amb dinars". Es público que los secuestrados por la franquicia magrebí de Al Qaeda han sido liberados tras una larga y complicada negociación. Sabemos que una de las exigencias de los terroristas, la excarcelación del autor del secuestro, se aceptó. Hay otros detalles de la operación que nunca conoceremos.
La verdadera pregunta política que atraviesa este episodio es incómoda: ¿por qué se negocia en unos casos y no en otros? Digámoslo de una forma más directa: ¿por qué el Estado decide que hay rehenes de primera y rehenes de segunda? Es inevitable, aunque resulte ingrato, establecer una comparación con los secuestrados por ETA. Por rigor en el análisis. Que hablemos de fenómenos terroristas de naturaleza absolutamente distinta no resta pertinencia a la pregunta. Lo que cambia - y de ahí la distorsión valorativa-es la gestión de las emociones públicas. Cuando ETA secuestró y asesinó a Miguel ÁngelBlanco, la ciudadanía asumió que el Estado debía permanecer firme, pasara lo que pasara. Ante el terrorismo islamista o la piratería, es generalmente aceptada la idea de la negociación. Paradójicamente, el mayor atentado islamista en Europa sucedió en Madrid en el 2004. Sería bueno explorar la alambicada relación entre esta actitud y esa página negra.
¿Negociaría con terroristas? Con rigor, la pregunta es incontestable para usted, amigo lector, y para mí. A menos que usted sea el presidente del Gobierno o un ministro. Porque ni usted ni yo nos movemos en el estrecho desfiladero de la responsabilidad política, trágica por definición (elegir entre dos males), según Isaiah Berlin. Y de ahí pasamos al problema de "las manos sucias", por usar palabras de Sartre, autor de lectura obligada a pesar de sus complicidades totalitarias. Un personaje de su obra Las manos sucias,el líder comunista Hoerderer, declara: "Tengo las manos sucias hasta los codos. Las he hundido en mugre y sangre. ¿Acaso piensas que puedes gobernar inocentemente?". Los dirigentes democráticos tampoco gobiernan inocentemente, aunque a la guerra la llamen "misión de paz" y aunque revistan su atroz inanidad con el ampuloso sayo de las buenas intenciones.
27-VIII-10, Francesc-Marc Álvaro, lavanguardia