Leo que la ley Antitabaco que ha aprobado el Gobierno vasco prohibirá fumar en "cualquier tipo de transporte privado donde estén presentes personas menores de edad". Son evidentes aquí las buenas intenciones del gobernante, pero hay varias cosas que me cuesta entender. La primera es obvia: ¿por qué la Administración pública considera necesario proteger a los menores del tabaco de los adultos en un automóvil particular y no en los hogares? La misma doctrina que inspira esta prohibición debería, por lógica, trasladarse a lo que se hace en las casas, en caso contrario es totalmente incongruente. Estoy seguro de que el padre o la madre que fuman mientras llevan en el coche a su hijo al colegio no se cortan ni un pelo a la hora de hacerlo también cuando cenan, les ayudan en los deberes o miran juntos la tele. ¿Está dispuesta la Administración a poner un policía en cada hogar para controlar si los progenitores tienen más o menos cuidado de no convertir a sus vástagos en fumadores pasivos? En estos casos, el poder democrático confía (no tiene medios ni recursos para hacer otra cosa) en que los individuos padres serán lo bastante sensatos para con los individuos hijos. Confía y espera que la libertad y el sentido común eviten mayores desgracias. Así hemos funcionado hasta la fecha.
Y volvemos al punto de partida. ¿No valen los razonamientos sobre la frontera entre lo doméstico y lo público si hablamos de coches? Supongo que la clave del asunto es el espacio reducido de los automóviles. Si es así, seguro que la Administración vasca sabe que, dentro de su territorio, hay pisos cuyas dimensiones no son mucho más generosas que las de un turismo, lo cual nos lleva otra vez al meollo del problema. De tal suerte que uno, estirando la incoherencia de este punto de la ley, podría pensar en un agravio comparativo entre los niños de padres fumadores que van en coche (tutelados por la Administración) y los niños de padres fumadores que van a pie, en bici o en bus (aquí también a salvo) pero que, luego, tragan humo durante horas.
No soy fumador y aplaudo que en los locales públicos se prohíba el tabaco. A la vez, estoy a favor de que los fumadores tengan sus espacios y de que no se les trate como a apestados. El lío aparece cuando las ansias prohibitivas rozan el absurdo. ¿Tiene que ser un guardia el que advierta a un progenitor al volante de que no regale a su criatura los humos de su cigarrillo o de su habano? Por esta regla de tres, el mismo guardia debería vigilar, de paso, que el padre o la madre en cuestión no le dé a su nene bollería industrial para merendar ya que todas las instancias sanitarias establecen que es mucho más sano comerse una pieza de fruta o un bocadillo. Y, al final, el pobre guardia acabaría junto a la cama de ustedes, indicándoles las posturas más recomendables según la OMS y el Ministerio de Igualdad.
10-IX-10, Francesc-Marc Álvaro, lavanguardia