´Educación, la derrota más sentida´, Gregorio Morán

Lo cierto es que los ochenta vivieron una variante de aquella dialéctica de la Ilustración, en versión pedagógica, que ya el moderado Adorno había analizado como deriva a la barbarie. Y en ella estamos metidos. Empieza a ocurrir con la enseñanza pública algo similar al combate contra el narcotráfico, y lo digo consciente de la envergadura de la metáfora. Todos sabemos que va de mal en peor, que la educación en los institutos se ha convertido en una pelea entre la dignidad y la impunidad, que las asociaciones de padres son un comedero utilizado como trampolín para la política - y que me disculpe el progenitor honrado y desconocido-,que los sindicatos del gremio viven de las permanencias y el conchabeo, pero ¿quién lo dice en público y por derecho? ¿Acaso hay algo más patético que la discusión sobre una hora más de castellano, o de catalán, o de inglés? Cualquier profesor veterano podría ilustrar a la clase política, no digamos ya a los avezados columnistas, que da absolutamente igual sumar horas o restarlas, porque las clases transcurren en un esfuerzo titánico por que no se vaya al traste la situación y poder llegar al final del tiempo, como en un round, y que la campana o el timbre permitan al boxeador profesor quitarse la esponja de la boca; una pausa para seguir el combate...

Los pedantes decimos que estamos ante un cambio de paradigma. La base de la escuela tradicional carece de sentido porque estaba basada en tres pilares, hoy al parecer obsoletos: escritura, lectura y cuentas. Si no  saben escribir, ni leer, y suman con el móvil, ¿cuáles son los pilares sobre los que basamos la educación? Por supuesto que esto es un problema limitado a los pobres, o a los que creen en la enseñanza pública. En la privada estos asuntos están de más. No hay disciplina ni rigor que no los establezca el que paga. Y así, pasito a pasito, llegamos a la paradoja más curiosa de la enseñanza en España. En la enseñanza privada los padres tienen conciencia de que son clientes de un establecimiento que ellos sufragan (y nosotros), y que el servicio a sus hijos ha de ser eficaz, exitoso. En la enseñanza pública los alumnos se han constituido en clientes, y ellos ponen las normas; sus padres consideran lo público como aquello en lo que tienen más derechos que el profesor, porque le pagan para que aguante a sus retoños.

El curso pasado, en el colegio público Gloria Fuertes de Alicante, a un profesor harto del comportamiento de una niña de primaria se le ocurrió que escribiera cien veces la frase "debo hacer lo que me mandan". La sanción es de una simplicidad digna de otra época, cuando los profesores sencillamente mandaban, que para eso constituían la autoridad en clase. Lo curioso fue que el padre de la alumna puso una denuncia al profesor, por "maltrato y vejaciones". Le pidió mil euros de condena.

Lo más doloroso de la derrota de la enseñanza pública es que la han liquidado los mismos que más la hubieran necesitado.

11-IX-10, Gregorio Morán, lavanguardia