(narco)miedo en el Bicentenario mexicano

Blindado. Con miedo. Entre impresionantes medidas de seguridad y el inaudito llamado del Gobierno a los ciudadanos a seguir los festejos por televisión. Así celebró México el Bicentenario de la Independencia. O, mejor dicho, así conmemoró los 200 años del inicio de una guerra que llevó el país a la emancipación de la corona española. Ahora, otra guerra, la que se libra contra el narcotráfico, es la que restringe, limita y condiciona la mayor fiesta popular de los mexicanos.



El miedo a un atentado de las mafias de la droga fue conjurado y la tradicional verbena que suele prolongarse hasta la madrugada del 16 de septiembre terminó temprano y en paz. "¡Saldo blanco!", proclamaron las autoridades de la capital, donde se aplicó un dispositivo de seguridad nunca visto. Más de 12.000 efectivos, entre los que se contaban numerosos francotiradores, tomaron el casco antiguo de la ciudad y el eje que une el paseo de la Reforma con el Zócalo, la emblemática plaza de la Constitución, adonde sólo tuvieron accesos invitados especiales y un número contado de ciudadanos anónimos. Allí, desde el balcón principal de Palacio Nacional, el presidente Felipe Calderón, con semblante adusto y sólo acompañado de su esposa, dio el protocolario Grito de la Independencia.



Poco antes, frente a miembros del Congreso, Calderón había dicho: "Nosotros somos la generación del Bicentenario. Nuestro designio histórico es lograr la patria justa, libre y democrática que anhelaron nuestros libertadores, es luchar por ella y superar todos los desafíos, incluyendo el de preservar nuestra seguridad y la libertad".

El enemigo, sin embargo, no dio tregua. Muchos kilómetros al norte de la capital, en el estado fronterizo de Nuevo León, un tiroteo entre militares y narcotraficantes acabó con 19 sicarios muertos. Y muchos kilómetros al sur, agentes de la policía judicial detuvieron a ocho presuntos integrantes de la organización criminal Los Zetas, antiguo brazo armado del cartel del Golfo, que pretendían atentar durante los actos de celebración del Bicentenario en la estratégica zona turística de la ciudad de Cancún.

La conmemoración de esta fecha histórica no sólo se vio empañada por el temor a eventuales acciones de narcoterrorismo, sino también por el debate público y las fuertes críticas contra el gobierno de Calderón por el dispendio de recursos y la deficiente de planificación de los fastos.

El blanco principal de los ataques fue el desfile conmemorativo de carros alegóricos que recorrió el centro de Ciudad de México. Una rúa sin ningún atractivo especial que inexplicablemente costó 34 millones de euros. Pero el mayor descontento ciudadano señala los demás proyectos, obras públicas y eventos organizados, cuya factura global asciende a 176 millones de euros.

Según una encuesta publicada el lunes pasado por el periódico Reforma,ocho de cada diez ciudadanos de la capital mexicana opinan que el gasto en los festejos ha sido excesivo. Muchos mencionan el bochornoso caso de la Estela de Luz como el mejor ejemplo del mal manejo de las celebraciones. El monumento, una torre de más de cien metros de altura que está siendo construida frente al bosque de Chapultepec de la capital, sería el principal legado de los festejos para futuras generaciones. Sin embargo, la obra no estará lista hasta finales del 2011, es decir, después del próximo aniversario de la independencia y su costo se duplicará.

La polémica alcanzó también el que debía de haber sido uno de los aspectos más festivos de la celebraciones.

Su canción oficial, El futuro es centenario,fue recibida con un aluvión de críticas. Su mezcla de pop comercial con géneros puramente mexicanos fue abucheada en el Zócalo frente al balcón presidencial.

17-IX-10, E. Sabartés, lavanguardia