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- reformar -para impulsar- la ONU
El siglo XX estuvo repleto de propósitos de enmienda. Fue una constante: a cada gran guerra siguió el anuncio de una iniciativa para evitar que la historia se repitiera. El primer acto de contrición fue la Sociedad de Naciones, creada bajo los auspicios del presidente estadounidense Woodrow Wilson. El proyecto fue ambicioso, pero el optimismo de la voluntad no pudo con el pesimismo de la inteligencia. El ideal de Wilson, sin embargo, no cayó en saco roto. Y la fundación de la ONU, en 1945, fue un esfuerzo para mejorar la experiencia. Nació como ágora de la coalición vencedora en la Segunda Guerra Mundial, con una cincuentena de países, y los objetivos que se fijó no fueron menos ambiciosos: eliminar las causas de la guerra, la tiranía y la injusticia.
La ONU conmemorará ahora el 65º aniversario de su nacimiento. Y el mundo ha cambiado, pero no ha sucedido así con el máximo organismo internacional, que, en su cúpula de máximo poder (los países miembros permanentes del Consejo de Seguridad), sigue reflejando la relación de fuerzas de 1945, no la de principios del siglo XXI.
La próxima semana, la Asamblea General de la ONU comenzará su reunión anual. No faltan problemas y conflictos para analizar, desde la crisis económica hasta la pobreza en el mundo, pasando por los conflictos que son una amenaza desestabilizadora del orden - o desorden-internacional. Pero la ONU también necesita reflexionar sobre sí misma. Muchos de los más graves problemas que tiene planteados el mundo son globales y, por eso, se necesita una respuesta global. Y para que pueda haber una respuesta global también los máximos órganos de poder de la ONU deben reflejar la actual difusión del poder.
No será fácil un acuerdo. El sistema heredado de la Segunda Guerra Mundial es obsoleto. En el actual Consejo de Seguridad, cinco países (Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Gran Bretaña) son los que deciden. Son miembros permanentes (los otros diez son rotatorios por un periodo de dos años) y tienen derecho a veto, lo que quiere decir que pueden imponer su voluntad al resto de la organización. De estos cinco países hay quienes son grandes potencias. Otros no lo son. Y hay países que antes no pintaban nada y que ahora son potencias emergentes, aunque siguen teniendo las puertas cerradas. El debate ha puesto sobre la mesa distintas fórmulas, pero ninguna ha prosperado, ya que no es fácil renunciar o compartir el poder. La ONU es más necesaria que nunca, pese a sus detractores, pero también es necesaria su reforma.
19-IX-10, lavanguardia