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´China: disidencia y ciberespacio. El caso de Liu Xiaobo´, Augusto Soto
Lo que debía ser una fiesta amenaza con convertirse en un grave conflicto internacional. Estados Unidos, Alemania, Francia y la UE en bloque reclamaron ayer a Pekín la puesta en libertad de Liu Xiaobo, cuya disidencia arranca en Tiananmen en 1989. El Gobierno chino, exigió explicaciones al embajador noruego acerca de por qué el Comité Nobel había decidido otorgar la distinción a un disidente que la justicia china "encontró culpable de violar la ley china y fue condenado a prisión por los órganos judiciales chinos", según el comunicado del Ministerio de Asuntos Exteriores.
El problema, como bien dijo ayer Óscar Arias, Nobel de la Paz en 1987, es que "Liu Xiaobo es una piedra en el zapato del Gobierno de Pekín", en alusión a que sitúa a las autoridades chinas en la difícil tesitura de tener que modificar su política en materia de derechos humanos o enfrentarse a la mayoría de sus socios comerciales.
Liu Xiaobo, de 54 años, condenado a once años de prisión en las Navidades del 2009 por su activismo político, fue premiado ayer "por su larga y pacífica lucha a favor de los derechos humanos fundamentales en China", resaltando la estrecha relación que existe entre estos y la paz, según argumentó el secretario del comité, Thorbjörn Jagland, al leer el fallo del jurado.
Este escritor y antiguo profesor universitario es un veterano luchador por la democracia en China. Estuvo encarcelado veinte meses por su participación en las protestas estudiantiles en la plaza de Tiananmen de junio de 1989. Más tarde, entre 1996 y 1999, estuvo internado en un campo de reeducación laboral. Desde entonces ha permanecido bajo supervisión policial.
Fue detenido de nuevo en el 2008 y acusado de promover la llamada Carta 08, que pide unas elecciones libres, que acaben con el sistema de partido único. Por esta acción, la justicia china le condenó en diciembre pasado a once años de cárcel. Su delito fue "incitar a la subversión del poder del Estado".
Ayer, su esposa, Liu Xia, no salía de su asombro. "Estoy totalmente sorprendida y muy feliz. Lamento que él no esté aquí", comentó a través del servicio de mensajes cortos Twitter, poco después de conocerse la noticia.
Una noticia que muy pocos de los mil trescientos millones de chinos conocieron. La primera reacción de las autoridades chinas fue la de sellar esta información. Se prohibió a los medios de comunicación la difusión de la noticia. Cada vez que las cadenas de televisión internacionales como la BBC o la CNN, hablaban de la concesión del premio a Liu se cortaba la conexión y la pantalla se quedaba en negro. Y tampoco se podían enviar mensajes de texto a través de móvil con el nombre del activista en mandarín.
Era la respuesta práctica a una noticia que el Gobierno de Pekín se negó a aceptar y calificó la designación de Liu de "blasfemia". porque "viola el espíritu de los galardones creados por Alfred Nobel", según la nota emitida por el ministerio de Exteriores. Un comunicado, a través del cual, la portavoz Ma Zhaoxu aseguró que "esta decisión afectará a las relaciones con Noruega".
Era la confirmación de las advertencias que con anterioridad había efectuado la viceministra de Asuntos Exteriores, Fu Ying, durante una visita a Oslo, acerca de las intenciones de dar el Nobel de la Paz a un activista chino.
Y así lo recordó ayer en rueda de prensa Thorbjörn Jagland. El secretario del Comité se encargó de recordar a Pekín que el mandato del comité no era el de atender a las relaciones entre China y Noruega, sino el testamento de Nobel y que "tiene una responsabilidad para decir lo que otros no pueden o no quieren decir". Añadió que "cuando un hombre es condenado a once años de cárcel por expresar sus opiniones y difundirlas por internet, para el comité es imposible no darle el premio" y, amodo de conclusión, Jagland apostilló que "ahora no se podrá decir que el Comité Nobel sólo se atreve con países pequeños y con poca influencia".
Con la concesión del premio a un activista encarcelado y un enfrentamiento diplomático en ciernes, la gran duda que se plantea ahora es ¿quien recogerá el galardón el próximo 10 de diciembre? El Comité Nobel asume que le premiado no podrá viajar a Oslo, pero ayer aseguró que mantendrá el programa habitual, con la ceremonia enel ayuntamiento yel concierto en honor del premiado al día siguiente.
A las autoridades chinas les corresponderá decidir si permiten a la esposa de Liu Xiaobo, Liu Xia, viajar a Noruega o a quien designa para recibir el galardón sin que suponga una afrenta.
9-X-10, I. Ambrós, lavanguardia
Algunas veces es la callada por respuesta.Pero son las menos. Lo normal es que cuando uno aborda a un transeúnte en China y le pregunta por Liu Xiaobo, Wei Jingsheng, Cheng Guangcheng o Wang Dan, la reacción sea un encogimiento de hombros y una media sonrisa.
Es así. Los activistas, los disidentes, en China sólo son conocidos en esferas muy concretas de la sociedad. Las autoridades, evidentemente saben quienes son y los tienen perfectamente controlados. Pero la población, en general, tiene un absoluto desconocimiento acerca de quienes son y a que se dedican.
Su actividad, sus rostros, sólo son conocidos en núcleos reducidos de la población que está en relación con ellos. Y, por supuestos en el extranjero, ya sea a través de sus trabajos o vía las oenegés de derechos humanos, que se encargan de difundir su situación en el país asiático.
En este ostracismo juega un papel importante la estricta censura que aplican las autoridades chinas. Una vigilancia que no se limita tan solo a los medios de comunicación clásicos, sino que incluye internet. En el gigante asiático no sólo no hay prensa internacional, tampoco hay librerías extranjeras donde poder comprar libros editados en otros países. La oferta se limita a algunos autores clásicos y a algunas de sus obras.
Ante esta situación, a las nuevas generaciones les resulta muy difícil obtener información para poder contrastar la veracidad de algunos acontecimientos históricos importantes que ocurrieron antes de que ellos nacieran.
En este desconocimiento también juega la creciente prosperidad económica de la sociedad china. Una realidad, que lleva a aparcar conceptos ideológicos y solidarios frente a los deseos consumistas de poseer un buen coche, un apartamento o poder pasar unas vacaciones en Bali.
A ello se suma, un sentimiento nacionalista rampante. especialmente entre las capas más jóvenes de la sociedad, que consolida la acción del Gobierno frente a los litigios internacionales y minimiza cualquier atisbo de crítica.
Pero, en cualquier caso, el Gobierno chino no deja nada al azar. Actúa en función del conocimiento social que se tiene del disidente. Así, aquellos activistas que son ampliamente conocidos en Occidente acaban siendo deportados, en la práctica.
En segundo lugar, los líderes menos conocidos de la disidencia o de movimientos sociales reivindicativos concretos son identificados y condenados a penas de cárcel graves. En general, son acusados de poner en peligro la seguridad del Estado o de revelar secretos oficiales. En ambos casos, la condena puede ser de varios años de cárcel.
Finalmente, las autoridades intentan atender las quejas de colectivos sociales afectados de problemas genéricos. Con ello se pretende aislar a los líderes de estos movimientos y evitar que se generalicen las protestas y se produzcan desordenes sociales. La alteración del orden público es la mayor preocupación del Gobierno.
Así pues, el activismo político en China se concentra en círculos muy pequeños y concretos, que no tienen continuidad entre las capas más jóvenes de la sociedad china. A la mayoría de ellos les cuesta mucho discernir lo que significa la palabra disidente o disidencia. Como mucho lo atribuyen a los movimientos de los años ochenta y consideran que fue una pérdida de tiempo, según les han contado los mayores. Y en China, la palabra de los más adultos no se discute.
9-X-10, I. Ambrós, lavanguardia