La Turquía poskemalista, es decir la Turquía del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) y del primer ministro Erdogan, no es antikemalista pero sí se ha desviado tanto de la república laicista y europeizante que fundó a primeros del siglo pasado Mustafa Kemal, Atatürk, que roza el enfrentamientos con los principios de la revolución kemalista.
Esa evolución era vista por Occidente, en líneas generales, como positiva para la república turca porque revela un mayor equilibrio social en el país. La preponderancia de la población urbana que sostuvo las reformas kemalistas ha cedido poder político y económico a las generaciones jóvenes del centro y este. Con Erdogan han llegado las ideas y los valores provincianos de gente con formación profesional y académica, pero que no está enrolada en las mafias del poder y los negocios heredados del kemalismo.
Según este análisis tampoco es malo que a la pasión laicista y la obsesión europeizante kemalista le siguiera una reorientación hacia la fe religiosa y las carreras personales basadas en el esfuerzo y la inteligencia, en vez del entramado de los poderosos -empresarios y jerarquía militar- de otrora. Un país dirigido por un Gobierno a imagen y semejanza de la sociedad es estable; sus compromisos son fiables y su desarrollo económico es más armónico.
Pero, sobre todo, este progreso socioeconómico de la república ha sido visto con buenos ojos en algunas capitales comunitarias porque creen que cuanto más avanza Turquía por sus medios, menores serán sus prisas por ingresar en la UE, aunque Ankara no haya descartado esta aspiración.
Y hasta cierto punto ha sido así. Pero no por menguar el interés de Ankara por pertenecer a la UE, sino porque ante las reticencias comunitarias al ingreso turco, este país ha optado por buscarse nuevos horizontes políticos y económicos. Concretamente, Turquía se está orientando hacia el mundo centroasiático y el Oriente Medio. Económicamente, esto no son evoluciones dramáticas… si se exceptúan las posibilidades del intercambio turco-iraní.
Lo que Occidente no ve con buenos ojos es que a la vez que la orientación económica hayan cambiado en Ankara las preferencias políticas. Turquía sigue perteneciendo a la OTAN, porque la Federación Rusa es un vecino tan inquietante para Ankara como lo fueron en su día la URSS o la Rusia zarista. Pero las relaciones con Israel han empeorado. En general, todas las naciones musulmanas han ganado puntos en la diplomacia de Turquía. La situación no es inquietante para Occidente -para Israel, bastante más-, pero se ha vuelto mucho más complicada. Una pieza importante del tablero político de Asia Central y Oriente Medio -Turquía- ha dejado de ser un aliado fiel y previsible para irse integrando más y más en el complicado juego de intereses de una región cada vez menos previsible.
8-X-10, Valentín Popescu, lavanguardia