Desde que empezó la retransmisión en directo del rescate de los mineros chilenos no he dejado de pensar en Guy Debord, el padre del situacionismo, que debe de estar observando el fenómeno desde el cielo de los descreídos. Las brillantes intuiciones del autor de La sociedad del espectáculo se han visto superadas con creces por los hechos. Lo pienso, sobre todo, cuando leo en la crónica de Robert Mur que el presidente Piñera promete acabar con la inseguridad en las minas pero la realidad en la región es que cientos de mineros siguen trabajando en condiciones declaradamente precarias. "Los métodos de la democracia espectacular -escribe Debord- son de una gran flexibilidad, al contrario de la simple brutalidad de la imposición totalitaria". La emoción difundida y recogida planetariamente ante la proeza protagonizada por los hombres de la mina San José se convierte, inmediatamente, en orgullo nacional, y este, mediante un uso clásico de retórica inclusiva, se transforma en un baño de popularidad enorme para el Gobierno de Chile.
El homenaje a los héroes es también el homenaje a quienes los salva, los designa y los ensalza. Por eso Sebastián Piñera y Evo Morales están ahí, uno de derechas y otro de izquierdas, unidos en la única ideología eficiente, la de lo espectacular. El accidente -y más si acaba bien- permite que los gobernantes de turno aparezcan como líderes de un objetivo concreto y claro, exprimiendo hasta el último segundo toda la épica que la gesta genera, el dramático pulso vencedor del Estado contra la muerte y la desgracia. El relato es perfecto y, así que se asienta y amplifica, desplaza y oscurece las causas del accidente, esa complejidad que las imágenes no pueden recoger, el conflicto latente, enquistado en la historia, que el género emocional repele automáticamente.
La moral nacional rompe los registros en el punto exacto donde el éxito del rescate se impone al fracaso diario de unas minas que recuerdan más al siglo XIX que al XXI. Quien sintetiza las emociones, Piñera en este caso, se sale en las encuestas. "Convierte las crisis en oportunidades", le recuerdan sus asesores. Y la receta funciona. El accidente puede ser un buen pedestal para el estadista. Sólo hace falta saber manejarlo y un poco de suerte.
Paul Virilio nos advierte de que lo ocurrido en Atacama obedece a nuestras propias inercias: "Una sociedad que privilegia en forma desmedida el presente, el tiempo real, a expensas del pasado tanto como del futuro, privilegia también el accidente. Puesto que a cada momento ocurre de todo y casi siempre de manera imprevista, una civilización que se desenvuelve en la inmediatez, la ubicuidad y la instantaneidad pone en escena el accidente, la catástrofe". A día de hoy, en muchos gabinetes presidenciales, no pocos sueñan con historias tan emocionantes como esta.
15-X-10, Francesc-Marc Álvaro, lavanguardia