in memoriam Anton Geesink

Muchos países interpretan una disciplina deportiva como algo propio. India ha colonizado el cricket. Los finlandeses se vuelven locos con el lanzamiento de jabalina. Austria tiene el esquí alpino y China, el tenis de mesa. Kenianos y etíopes se disputan el atletismo de fondo. Japón, que cuenta con el sumo, también tuvo el judo. En el caso japonés, las cosas habían sido así, al menos, hasta 1961: se trata del primer gran año de Anton Geesink, un gigante holandés entre los judocas japoneses, más técnicos y más ensimismados. A través de sus dos títulos mundiales y de su oro olímpico, Geesink universalizó el judo, deporte que hoy practican millones de jóvenes de todo el mundo en escuelas y gimnasios. Murió el pasado 28 de agosto, a los 76 años, en Utrecht, tras una enfermedad que el Comité Olímpico Holandés no ha revelado. Deja esposa, Jans, y tres hijos, y una calle a su nombre en su ciudad.

En japonés, judo significa "camino de la suavidad", definición que parece una paradoja si pensamos en Geesink. Hablamos de un hombre de 1,98 mde estatura y 120 kilos: ante esos datos, se le presume el uso de la fuerza explosiva. Se equivoca quien piense así.



Aun valiéndose de su envergadura, Geesink fue un judoca técnico e insistente, alguien que utilizó el juego de los desequilibrios y los barridos para descabalgar a los talentos japoneses, que hasta entonces habían monopolizado la disciplina. Antes de 1961, Japón había acaparado los títulos mundiales de este deporte.

Geesink acabó con eso: se impuso en los Mundiales de 1961, en la categoría abierta, y repitió en 1965. Y entre medias, fue mucho más allá. Derrotó a Akio Kaminaga, ídolo local, en su propia casa, en los Juegos de Tokio´64. Aquel día, mientras 15.000 desolados espectadores bajaban la cabeza, otros cargaban contra Kaminaga: en Tokio (donde el judo debutaba como deporte olímpico), Japón se adjudicaría el oro en tres categorías (ligero, medio y pesado). Sólo cedió en peso libre: el oro de Geesink.

Semejantes proezas le acreditaron para cualquier cosa. Sólo cuatro judocas han alcanzado las dimensiones de un décimo dan. Geesink es uno de ellos. Por supuesto, se encuentra entre tres japoneses: Toshiro Daigo, Ichiro Abe y Yoshimi Osawa.

Luego, tras sumar trece títulos europeos (en el Viejo Continente nadie le tosía), se convirtió en un instructor profesional, antes de incorporarse en el Comité Olímpico Internacional (COI). Permaneció aquí hasta su muerte.

"Todos recordarán la gigantesca estatura de esta figura holandesa, cuyas dimensiones son equivalentes a su bondad", reza el comunicado de la Federación Internacional de Judo (IJF). "Hoy, el judo es una actividad universal gracias a la fórmula educativa que Jigoro Kano había creado a finales del siglo XIX. Sin embargo, eso no hubiera sido posible si, en primer lugar, Anton Geesink no hubiera sido el gran campeón que fue. Y, en segundo lugar, si no se hubiera convertido en un fantástico embajador, durante y después de su carrera".

6-X-10, S. Heredia, lavanguardia