ŽEl tancredismoŽ, Joan-Pere Viladecans.

Los franceses estrenaron el siglo XX con la torre Eiffel, y los españoles con Don Tancredo. Todo un síntoma. Don Tancredo, Tancredo López, con su invención singularísima, actuó por primera vez en Madrid el 1 de enero de 1901. Ataviado con un disfraz blanco -muy Cirque du Soleil-; subido a un pedestal, también blanco, esperaba impávido ante el toril, la acometida de un astado. Pronto se convirtió en un héroe, y el tancredismo, como metáfora, pasó a formar parte del lenguaje culto y popular. Pocas personas tienen la suerte de convertirse en metáfora. El tal Tancredo López era un albañil valenciano -de ahí su empolvada vestimenta- con la ibérica tendencia a ganarse la vida ociosamente, con el mínimo funcionarial esfuerzo. Optó por quedarse quieto. Por no hacer nada, ni moverse ante la vida ni el peligro. Como un señor de los de antes. Y se hizo la estatua, el muerto, que es la más inmóvil de todas las actitudes. Un autista voluntario.

El tancredismo es la imagen de la rara relación que tenían los españoles con la realidad. Y que se exageró a partir de 1939. Una actitud cerrada, detenida, sin propósito de enmienda, poco democrática, ajena al mundo, nada republicana; unidireccional. Una anomalía. Dalí dijo de Franco que era un Don Tancredo ¿Iría en segundas? O terceras. Ya en la compleja colmena democrática -que, Dios o el demonio, guarde por muchos años-, el tancredismo podría ser un ismo político más, como el felipismo, el thatcherismo, el pujolismo, el gaullismo... ¿Quién le iba a decir al señor López que los políticos recuperarían su arte? ¿Arte? Suárez, zurbaranesco, no tuvo más remedio, y Zapatero perfila su martirologio. Claro que Don Tancredo era un autónomo que sólo se debía a sus peligros. Y los políticos, de un presidente a un concejal o a un alcalde, se deben a la ciudadanía; están para resolver problemas, no para eludirlos. Y no les vale ese gesto de escayola, entre ausente y ensimismado. Superior y tancredista. La sociedad por un lado y ellos por otro. ¡Aquí no se mueve nadie ni aunque se abra el portón y aparezcan un tumulto de crisis individuales y una colectiva infernal! ¿La soledad del poder? ¿El ensimismamiento como supervivencia? Un monolito de lógica interna, difícil de entender desde fuera. El tancredismo en estado puro. O quizás algo más sencillo. ¿No?

22-X-10, Joan-Pere Viladecans, pintor, lavanguardia