Mientras la política nacional domina nuestros titulares, es en Europa donde han tenido lugar los verdaderos acontecimientos históricos. Puede que Gran Bretaña tenga su primer gobierno de coalición en 70 años, pero Europa ha hecho algo mucho más trascendental. La UE ha dado su paso más decisivo hacia convertirse en un verdadero Estado unitario al pasar políticas clave sobre impuestos y gastos públicos del nivel nacional al federal.
Esa decisión, una de las más polémicas de la historia europea moderna y que ha sido tomada sin mucho conocimiento público ni debate, es un tributo al estilo piramidal del gobierno perfeccionado por las élites políticas de la UE. La versión de la UE de la democracia representativa elitista, a pesar de sus aparentes desventajas, puede pasar a la historia como un mecanismo mucho más próspero para gestionar las complejas concesiones que exige un mundo que se encuentra en medio de grandes cambios geopolíticos que los modelos más populistas de EE.UU. o Gran Bretaña.
La historia comienza, como casi todas en la actualidad, con la crisis financiera. Tras el colapso de Lehman Brothers en 2008, fue casi inevitable que el pánico financiero se extendiese a Europa y amenazase la supervivencia del euro. La crisis llegó en otoño de 2009 y alcanzó su clímax el fin de semana del 8 y 9 de mayo, cuando el Gobierno griego fue incapaz de devolver préstamos cuyos plazos expiraban al lunes siguiente.
Los líderes europeos se dieron cuenta de que un fallo griego desencadenaría el pánico en todos los bancos, no solo en ese país, sino también en Irlanda, Portugal, España y Europa Central. En días, si no en horas, los euros de los bancos de Grecia, España e Italia valdrían una fracción de los que estuviesen en bancos alemanes y holandeses. En efecto, el euro dejaría de existir.
La noche del 9 de mayo, Europa estaba al borde de un precipicio. Pero sus líderes crearon un mecanismo financiero, por un valor de 750.000 millones de euros, para rescatar a las naciones que no fuesen capaces de recaudar dinero de inversores privados. Y, mucho más importante, Angela Merkel, la canciller alemana, se tragó sus principios y aceptó suspender la “cláusula de no rescate” que había sido concienzudamente introducida en el tratado de Lisboa para tranquilizar a la población alemana de que adoptar el euro no los haría económicamente responsables de los gobiernos derrochadores del “Club Med”. Igual de increíble fue que el Tesoro británico aceptase unirse a los programas y poderes de crédito de la UE para supervisar los planes de gastos e impuestos nacionales de Bruselas que crearon de manera efectiva un presupuesto federal de la UE. “Fue una noche de verdaderos milagros”, dijo Emma Bonino, ex comisaria italiana en la UE.
El acuerdo para salvar al euro no lograría sobrevivir sin algún tipo de compromiso con garantías colectivas permanentes para las deudas de los gobiernos de la eurozona. Dichas garantías nunca podrían funcionar sin mecanismos para transferencias fiscales en la eurozona. Y dichas transferencias nunca habrían sido aceptadas por Alemania ni ninguna otra nación acreedora sin un control central de los presupuestos nacionales mayor que cualquiera que hubiese sido sugerido hasta entonces.
En la cumbre de la UE celebrada en Bruselas el pasado fin de semana, estos mecanismos fueron acordados en principio. La mayoría de los titulares trataban temas secundarios, como la defensa por parte de David Cameron del cheque británico y la insistencia de Angela Merkel en revisar los tratados de la UE. La verdadera historia, sin embargo, era que Alemania había vuelto a ceder. En la cumbre se acordó que ningún país podría ser obligado a abandonar el euro por no poder pagar sus deudas.
La repercusión, aunque nadie, ni siquiera los propios líderes, pueden precisar lo que se acordó, fue que la UE crearía un mecanismo permanente de apoyo financiero mutuo entre todos los países de la eurozona, consagrado en futuros tratados de la UE. La insistencia de doña Merkel en realizar cambios en los tratados, lejos de proteger a los contribuyentes alemanes de las consecuencias financieras, refuerza el compromiso con futuros rescates. Al modificar explícitamente la cláusula de no rescate, las revisiones del tratado de Merkel asegurarán que el federalismo fiscal de la UE tenga una fuerza legal irreversible.
¿Por qué iban a aceptar los políticos alemanes unas obligaciones nuevas y tan costosas? Hay dos razones: la primera, que la economía y la industria alemanas dependen en gran medida de la estabilidad y la prosperidad de la eurozona. La segunda, que la unificación política es considerada como un destino manifiesto por la élite empresarial y política alemana.
Sin embargo, los alemanes no son tontos. No se comprometerán a convertirse en fiadores permanentes de los países europeos menos previsores sin una supervisión financiera mucho mayor. La condición para el federalismo fiscal será un grado de centralización política que puede ser difícil de imaginar en el presente, pero que está empezando a parecer inevitable.
Por ejemplo, es casi imposible imaginar que distintos países puedan tener edades de jubilación, ayuda social e incluso modelos de asistencia sanitaria tan diferentes si los gastos de dichas políticas se garantizan de manera conjunta. En efecto, la convergencia gradual hacia la jubilación a los 67 años que se está produciendo en toda Europa es una de las consecuencias más alentadoras de la crisis financiera desde un punto de vista estrictamente económico.
La integración europea siempre ha avanzado en las crisis, y un gran salto hacia el federalismo fiscal y político se ha convertido en algo irreversible tras la crisis sufrida este año en la eurozona. Es precisamente lo que pretendían los creadores del euro.
3-XI-10, Anatole Kaletsky, TheTimes, presseurop.eu