El comportamiento depredador de los humanos ha destruido bosques, aniquilado especies y agotado océanos. Pensábamos que también el mar era una fiesta, que los recursos pesqueros nunca se acabarían, pero un nuevo estudio ratifica lo que la comunidad científica ya lleva años advirtiéndonos sin que le hagamos caso: ya no quedan nuevos caladeros por explotar. Hemos ido demasiado lejos y la fiesta, también en este ámbito, se ha acabado. Ahora se trata de que los ciudadanos vayan tomando conciencia de que hay especies que mejor no comprarlas. La moda del sushi ha colocado en una difícil situación al atún rojo. Pero no sólo los túnidos están sufriendo la voracidad de la industria pesquera. El biólogo catalán Enric Sala constata esta crítica situación en un estudio y recomienda que el camino que seguir supone, inevitablemente, reducir el volumen de capturas y cerrar a la pesca amplias zonas marinas para garantizar la supervivencia de aquellas especies sobreexplotadas.
Hubo un tiempo, no hace tanto, en que parecía que el crecimiento iba a durar para siempre. Cuanto más se gastara, más se conseguiría. Algunos agoreros habían advertido que un día toda aquella riqueza se iba a acabar. Avisaban de la imposible multiplicación de los euros y los peces. Nadie les hizo caso.
¿Les suena este guión? La crisis que estalló después no es la de los euros sino la de los peces. Es la crisis ecológica - no la económica-de la que advierte un equipo internacional de oceanógrafos que ha analizado la expansión global de la pesca desde 1950.
"El volumen de capturas ha aumentado tanto en el último medio siglo que la pesca se ha tenido que expandir a nuevas aguas, pero se ha llegado a un punto en que no quedan nuevas aguas por explotar y el volumen de capturas ha empezado a reducirse", explica Enric Sala, coautor de la investigación del Centre d´Estudis Avançats de Blanes-CSIC y de la Sociedad National Geographic.
Las capturas se han multiplicado por cinco a lo largo del periodo analizado, en que se ha pasado de las 19 millones de toneladas anuales en 1950 a un récord de más de 90 millones de toneladas a principios de los años noventa. Este aumento de las capturas ha obligado a "extender la pesca a aguas que antes eran vírgenes", observa Enric Sala.
Según los resultados presentados el 2 de diciembre en la revista científica Plos One,entre 1950 y 1980 las zonas de pesca se ampliaron a un ritmo de un millón de kilómetros cuadrados al año, lo que equivale al doble de la superficie de España. A finales de los años ochenta y principios de los noventa, la expansión se había acelerado hasta ganar cada año una superficie similar a la de la selva amazónica de Brasil: entre tres y cuatro millones de kilómetros cuadrados.
Pese a esta expansión acelerada, el volumen de capturas dejó de aumentar. Nunca se han vuelto a igualar los 90,7 millones de toneladas que se extrajeron del mar en 1994. En el 2006, último año analizado, la cifra se había reducido a 86 millones.
Es "un ritmo de explotación no sostenible", advierte Sala. Si la industria pesquera tomó todas las aguas productivas, razona, es porque en las zonas de pesca tradicionales ya no había suficiente pescado para cubrir la demanda. Y eso ocurrió no sólo porque la demanda aumentó, sino sobre todo porque, en esas zonas, la producción biológica se redujo.
La industria pesquera "ha adoptado desde hace décadas la estrategia de no dejar atrás ningún pez", sostiene en un comunicado Daniel Pauly, oceanógrafo de la Universidad de British Columbia (Canadá) y director de la investigación. Esta estrategia "degrada los ecosistemas marinos, que se vuelven menos productivos", añade Sala. "Nuestro estudio demuestra que la era de la gran expansión global de la pesca ha llegado a su fin y que el sistema actual de pesca no podrá continuar".
La alternativa, añade, es hacer una transición hacia estrategias de pesca sostenible, lo cual requerirá reducir el volumen de capturas. Sala aboga por cerrar a la pesca amplias zonas marinas que garantizarían la supervivencia de especies sobreexplotadas y, allí donde se autorice la pesca, realizarla de manera que no se destruyan los ecosistemas.
13-XII-10, J. Corbella, lavanguardia