´El día que Wittgenstein atizó a Popper´, Luis Racionero

La ocurrencia que voy a relatar se ha convertido en un símbolo. Es además un mito: la escenificación del momento en que la ciencia sustituyó a la filosofía como método de conocimiento de la realidad. Por eso Wittgenstein agitó, furioso e impotente, el atizador contra Popper. Merece la pena contarlo para poner a cada uno en su sitio, ya que Wittgenstein se ha llevado la fama y el glamur, mientras Popper era el que tenía razón.

Corría el año 1946, el viernes 25 de octubre el Club de Ciencia Moral de Cambridge celebraba su reunión semanal de profesores y alumnos de Filosofía. El club se reunía en el King´s College a las ocho y media de la tarde en el apartamento 43 del edificio Gibbs. El contertulio invitado era Karl Popper, profesor de Lógica y Método Científico en la London School of Economics. Popper era uno más de los vieneses judíos exiliados por culpa de Hitler. El chairman del club era Ludwig Wittgenstein, y entre los asistentes, Bertrand Russell.

En su autobiografía Unended quest de 1974, Popper cuenta que el tema de la reunión tal como estaba redactado en la convocatoria era: "¿Existen problemas filosóficos?" yque él enumeró una serie de problemas filosóficos reales. Wittgenstein los rechazó todos perentoriamente, mientras agitaba nerviosamente el atizador de la chimenea, que "él usaba - dice Popper-como un director de orquesta la batuta, para enfatizar sus opiniones". Cuando surgió una cuestión sobre el estatus de la ética, Wittgenstein le desafió a presentar un ejemplo de ley moral. "No amenazar a los conferenciantes invitados con un atizador", replicó Popper. Entonces Wittgenstein, furioso, arrojó el atizador al suelo y salió dando un portazo.

¿A qué venía esa furia? A que Wittgenstein se había perdido por el camino, confundiendo los fines con los medios: los hechos con las palabras, en tanto que Popper insistía en que los hechos son cruciales y que todavía existen problemas filosóficos. La disputa venía de Viena. En la Viena modernista, Schlick, Mach, Carnap, Kraft, Feigl, Weismann, Von Mises y otros, habían creado el Círculo de Viena, un grupo que adoptó el método filosófico del positivismo lógico, según el cual el significado de una proposición era su método de verificación, y por tanto que existen proposiciones -como "Dios existe" o "amo a Pepita"- que no son verdaderas ni falsas, sino inverificables, o sea, sin sentido.

Popper fue el primero de su generación vienesa que atacó el positivismo lógico, que desde el principio le pareció absurdo, como cuenta también en su autobiografía. Wittgenstein, en cambio, siguiendo la pauta de los positivistas, fue un paso más allá y se dedicó a estudiar el lenguaje, que es la herramienta de la filosofía occidental. Es como si el carpintero en vez de hacer la mesa, se pusiera a arreglar la sierra. A eso llegó la filosofía antes de reconocer que "de lo que no se puede hablar, es mejor callarse", Wittgenstein dixit. Por cierto, eso es lo que sugirió el Zen hace diez siglos, pero eso sería otro artículo.

La filosofía europea fue un invento de los griegos que usa definiciones, conceptos y silogismos para argumentar sobre la realidad. Combinando palabras - que son las etiquetas de los conceptos-se llega a un límite que se alcanzó con Kant y luego se degenera en el bla, bla, bla. La salida más allá de las palabras está en la ciencia: así la ontología, que es el estudio de ser, ha sido sustituida por la física cuántica, que profundiza en la esencia de la materia - átomos, partículas elementales-,así como la epistemología, que es la teoría del conocimiento, ha sido sustituida por la neurofisiología. Cuando conozcamos la estructura y funcionamiento del cerebro, quizás deduzcamos cómo surgen las ideas, pero se requieren instrumentos de precisión, microscopios, campos electromagnéticos y tecnologías aún no inventadas, pero no palabras. Con palabras lo que sucede en la mente ya lo explicó Hume y de ahí, con más palabras, es difícil profundizar más.

Por eso los filósofos más inteligentes, como Fernando Savater, se han dedicado a la ética, que ahí sí valen las palabras. Y por eso Wittgenstein se dedicó a estudiar la herramienta, el lenguaje por ver si analizando el lenguaje se podía llegar más lejos con él. Russell le había dado la pauta con su lógica simbólica que era un intento de matematizar la lógica. Ninguno llegó a nada. En cambio Popper se especializó en metodología de la ciencia, donde ha sido decisivo. Su idea de que la ciencia actúa por falsación de hipótesis ha sido crucial para el método empírico y para el avance de la ciencia.

A toro pasado -con perdón- Popper ha resultado mucho más efectivo que Wittgenstein para el progreso del conocimiento, si bien el divino Ludwig irradia una figura más romántica y glamurosa entre la intelectualidad sofisticada. Popper ha sido útil y Wittgenstein superfluo. Quizá en ese seminario del 25 octubre de 1946 Wittgenstein se percató de ello y arrojó, desesperado, el atizador por los suelos.

Por supuesto, existe un libro dedicado a dilucidar qué se dijo y se hizo en la famosa reunión del Club de Ciencia Moral de Cambridge: Wittgenstein´s poker o "la historia de un debate de diez minutos entre dos grandes filósofos", donde se contrastan no menos de cinco versiones diferentes del encontronazo. La de Popper se ha impuesto por su patetismo, por resumir la encrucijada de la filosofía occidental, que pasa a ser una "crítica de las cosmologías" y deja a la ciencia el conocimiento del mundo real.

7-III-10, Luis Racionero, lavanguardia