La tregua de la Navidad de 1914 fue objeto de un embargo extraoficial de una semana por parte de la prensa aliada, sólo roto por The New York Times el 31 de diciembre. Le siguieron rápidamente los periódicos británicos con numerosos testimonios de primera mano, fragmentos de cartas y editoriales que hablaban de "una de las grandes sorpresas de una guerra sorprendente". El 8 de enero el Mirror publicó en portada las primeras fotos de soldados confraternizando, y textos que hablaban de "la falta de malicia por ambos bandos". La prensa alemana criticó en cambio tanto el espíritu de la tregua como a los autores de esos gestos amistosos, mientras que en Francia hubo una censura total.
Con la tecnología, hasta las guerras se han deshumanizado. En la Navidad de 1914, antes de que los políticos tomasen cartas en el asunto, soldados aliados y alemanes declararon una tregua extraoficial en las trincheras del frente occidental, se hicieron regalos, intercambiaron los cuerpos de camaradas caídos y hasta improvisaron un partido de fútbol con 50 jugadores por bando en los helados campos de Ypres.
En las navidades de los dos años siguientes ese tipo de confraternización resultó mucho más difícil, debido al envenenamiento de las relaciones, al uso generalizado de la artillería y la presencia de francotiradores, y a las órdenes expresas emitidas por políticos de ambos lados en contra de las treguas o cualquier otro gesto amistoso hacia el enemigo, que llegó a ser calificado de traición. Sir Ian Colquhon, de la Guardia Escocesa, fue condenado por una corte marcial por desafiar esas instrucciones, pero se benefició de una amnistía gracias a que era un hombre de considerable influencia y estaba emparentado con el primer ministro británico, Herbert Asquith.
Aunque la tregua de 1914 ya era conocida, un libro del profesor de la universidad de Aberdeen, Thomas Weber (Hitler´s First War,La primera guerra de Hitler) revela nuevos detalles sobre aquella espontánea decisión de cien mil soldados de abandonar las armas por unas horas o unos días (en algunos lugares el cese de hostilidades se prolongó hasta el 1 de enero), regalarse cigarros o comida, adornar con velas los árboles de la campiña belga y francesa, y cantar villancicos en una cacofonía de idiomas.
Por qué unos regimientos participaron en la tregua de aquella Navidad de 1914 y otros no ha sido objeto de considerable debate, especulándose con que los alemanes de Baviera habían sido mucho más amistosos que los sajones o los prusianos. El profesor Weber sostiene, sin embargo, que dependió mucho más de la composición de los batallones aliados a quienes se enfrentaba el poderío teutón, con los franceses mucho menos inclinados a confraternizar que los anglosajones.
El libro de Weber documenta que en 1915 también se registró una pequeña tregua navideña al sur de Lille, a pesar de que para entonces la brutalidad y el odio acumulados hacían mucho más extraordinarios ese tipo de gestos. Y que muy a finales de 1916, un soldado de origen escocés que combatía con las tropas canadienses escribió una carta a casa relatando cómo tanto su regimiento como los alemanes habían abandonado las hostilidades el día de Navidad, salido de las trincheras para intercambiar regalos e incluso ayudado a los heridos del bando contrario. Aquel soldado, Ronald McKinnon, murió días después en la batalla de Vimy Ridge.
El profesor Weber ha investigado las treguas de aquellas navidades dentro de un libro sobre el comportamiento de Hitler como soldado durante la I Guerra Mundial, no encontrando ninguna prueba de que confraternizara con el enemigo, ni tampoco de los supuestos actos de valentía que se atribuyó posteriormente con historiadores afines al régimen. El que luego sería Führer luchó en frente occidental junto a numerosos alemanes judíos.
En la primavera de 1914, tras ser rechazado por tropas británicas y francesas en la batalla del Marne y ver frustrado su avance hacia París, el ejército alemán se retiró hacia el valle del Aisne y preparó posiciones defensivas.
Para la Navidad de ese año se había alcanzado prácticamente una situación de punto muerto desde la frontera suiza hasta el mar del Norte atravesando Flandes, sin que ninguno de los dos bandos pudiera penetrar en las líneas del enemigo en la carrera para alcanzar la costa del Atlántico...
"La guerra siempre es horrible, pero la experiencia de aquella tregua de la Navidad de 1914 fue una de las experiencias más emotivas de mi vida - escribió Bruce Brainfather, que luchó en el frente occidental-.El rugido de las armas se apagó al aproximarse la Nochebuena. Al poco de abandonar la trinchera, distinguí a un teniente alemán y le ofrecí por gestos intercambiar un par de botones de nuestros uniformes, que aún guardo. A nuestro lado, uno de mis hombres, que en la vida civil era peluquero, cortaba el pelo a un boche mansamente arrodillado. Es una imagen que no se me olvidará nunca".
25-XII-10, R. Ramos, lavanguardia