En un París capital del lujo que abre hoteles a 20.000 euros la suite, el regalo más preciado en navidades, fue un librillo de 12 por 21 cm, 32 páginas y precio mini: 3 euros. Sin publicidad. Un éxito fraguado por libreros y público. Indigène, editorial alternativa de Montpellier, obtuvo así su primer superventas: diez impresiones, 850.000 ejemplares, por delante del Goncourt. Indignez vous! (¡indignaos!)... Y el autor es un digno funcionario de las Naciones Unidas, de 93 años y cabellos blancos.
Observen al venerable señor de la fotografía.
A sus 93 años, parece reírse de los manuales del buen editor comercial, que aseguran que los ensayos políticos son veneno para la taquilla. Ah, amigos, eso era antes de la crisis. Su Indignez vous! se ha convertido en el regalo de moda estas Navidades en Francia, un país ya de por sí propenso a la indignación pero al que la crisis económica - y sus consabidos recortes sociales-está empezando a sacar de sus casillas.
Stéphane Hessel ha puesto palabras a una sensación vaga de cabreo general que flotaba en el ambiente. La gente, sí, está indignada, pero antes de Hessel no sabía muy bien por qué. Asistía al aluvión de lo que se le venía encima, intentaba cubrirse la cabeza, pero no entendía la complejidad de esa nebulosa de intereses económicos y organización del poder que, vaya casualidad, derivaba siempre en una pérdida de algo. Hessel no da compasivas palmaditas en la espalda a la gente, no les dice que "esto es lo que hay" y que hay que apechugar. Al contrario: su libro da coherencia y dignidad a la vida de sus apesadumbrados lectores, refuerza su manera instintiva de pensar, esa atávica desconfianza que anidaba en ellos hacia los poderosos y lo hace, además, sin caer en paranoicas teorías conspiracionistas al uso.
El libro de Hessel - a tres euros-dice cosas como que "la actual dictadura internacional de los mercados financieros (...) amenaza la paz y la democracia". Apunta, pues, hacia un enemigo y reivindica la actitud del resistente - él lo fue, contra los nazis-,y el mensaje creíble de que se pueden cambiar las cosas, apelando a ese noble sentimiento que, más o menos recóndito, anida en todos nosotros: la rebelión contra la injusticia.
Son cosas que suceden en esa extraña república francesa vecina. El reino de España, y sus súbditos, esperan todavía su panfleto.
Claro que Stéphane Hessel pertenece a una especie en vías de desaparición, y no sólo desde el punto de vista biológico. Afable, capaz de recitar de memoria decenas de poemas, con el mismo educado fervor defiende a los trabajadores indocumentados y a los palestinos.
El libro, por el que no cobra derechos, celebra el 60. º aniversario de la Resistencia, "cuyo motivo básico fue la indignación". Hessel pretende renovarla: "El poder del dinero, que tanto combatimos, nunca fue más insolente y egoísta, con servidores en las más altas esferas del Estado".
Desbordados por el éxito del libro, sociólogos y políticos parecen evocar a Cocteau: "Cuando una situación le resulte incomprensible - aconsejaba el poeta-finja ser el instigador".
Para Hessel no hay misterio: "La última década del siglo XX fue prometedora, cayó el muro de Berlín, creció la sensibilidad humanitaria y ecológica. Pero los diez primeros años del siglo XXI son de signo contrario: insolidaridad, crisis, abismo entre los más ricos y los más pobres. Y en el caso de Francia, una presidencia que ha exaltado el dinero, las diferencias y ese horrible término de identidad nacional".
Herejías para un hombre cuya vida giró en torno a la cultura, el arte, el amor y la solidaridad. Nacido en Berlín, en 1917, tenía siete años cuando su familia se radica en París, en el cogollo de la vanguardia. Su madre, Helen Ground, escritora y pintora, inspiró la Catherine del trío Jules et Jim,el del inolvidable filme de François Truffaut. Jules era su padre, Franz Hessel, alemán, judío, escritor y traductor. Y Jim, el francés Henri-Pierre Roche, autor de la novela en la que se basó Truffaut.
Nacionalizado francés en 1937, Stéphane fue de los primeros en seguir a De Gaulle. Clandestino en Francia, en 1944 cayó en manos de la Gestapo. Fue torturado y deportado a Buchenwald y, dos días antes del fijado para su ejecución, cambió su identidad por la de un muerto. Huyó, le atraparon, volvió a huir.
Esa vida de regalo y una frase de Sartre - "Sólo es hombre quien se compromete"-le impulsaron a ingresar en las Naciones Unidas: fue uno de los doce redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. "Fue un milagro. Creíamos que no habría más guerras. Se conocían los crímenes de los campos; la vida retomaba sus derechos. Poco después, Corea, las guerras de descolonización, el telón de acero, devolvían beligerancia".
Y que no le digan que son utopías su fe en el derecho internacional, en la paz para Oriente Medio - denuncia la ocupación-,en la posibilidad de un mundo sin violencia...
Hessel, protector de argelinos durante la guerra con Francia y de los sin techo y los extranjeros, hoy, reclama en su best seller "una insurrección pacífica contra el consumo masivo, el desprecio por los débiles, la competencia de todos contra todos".
31-XII-10, Ó. Caballero, lavanguardia