Mohsen Makhmalhaf
Primero en arrojar la toalla. Fue el primer director de cine que con Ahmadineyad arrojó la toalla. Hoy vive en París. En el 2009 se convirtió en el portavoz en Europa del candidato opositor Mir Hussein Musavi.
Golshifteh Farahani
Sin velo en Hollywood. Fue la primera actriz iraní que trabajó en Hollywood. Fue detenida tras rodar Body of lies, con Leonardo Di Caprio y Russell Crowe (2008). La acusaban de haber actuado en una película internacional sin permiso y aparecer sin velo. Decidió abandonar el país.
Bahram Beizai
Lejos de Irán. Otro reconocido director de cine y teatro, Bahram Beizai, decidió abandonar Irán en el 2010. Otros directores de la vieja generación como Abbas Kiarostami o Bahman Farmanara han anunciado que no volverán a rodar con este gobierno.
Jafar Panahi lo advirtió en noviembre cuando presentó en un tribunal de Teherán su defensa contra el cargo de conspiración contra la República Islámica: “La sentencia que me caiga no va a ser sólo contra mí, sino contra todo el cine independiente”. Una vez más los cineastas iraníes, ahora a través de uno de los más importantes directores de la nueva generación, se enfrentaban
al régimen islámico.
El juicio a Panahi, al fin y al cabo, es una secuencia más de una larga pelea que se remonta a la
creación de la República Islámica en 1979, cuando los controles para realizar películas se hicieron
cada vez más severos, pero que se agudizó desde la llegada en el 2005 de Mahmud Ahmadineyad a la presidencia.
“Hemos entrado en un periodo de política típica de Estado estalinista que no acepta ningún tipo
de crítica”, asegura a La Vanguardia en un correo electrónico el director Bahman Farmanara, de 68 años, perteneciente a esa primera camada de realizadores que llevaron al cine iraní a ser reconocido en el mundo.
Como consecuencia, en estos últimos años un buen puñado de directores reconocidos y premiados en los principales festivales del mundo, como Mohsen Makhmalbaf (Kandahar, 2001) o Bahman Ghobadi (Las tortugas también vuelan, 2004), han decidido abandonar el país cansados de las presiones que se ejercen contra los cineastas y las concesiones que tienen que hacer para que les autoricen filmar.
Los que se quedan, lo hacen convencidos de que si se van su trabajo cinematográfico caerá en
picado. “La carrera de un artista asiático normalmente termina cuando abandona su país, porque
los juicios creativos de todos nosotros vienen de nuestra cultura y la tierra que vivimos”, aseguró
Farmanara.
Los directores independientes que han decidido quedarse en Irán, como Abbas Kiarostami, Panahi o Farmanara saben, al mismo tiempo, que tienen que pagar un alto precio: rodar sin permiso, sabiendo que no recibirán ninguna ayuda económica oficial.
También saben que pueden tener problemas con la justicia si los descubren y que lo más probable es que sus películas no reciban autorización para ser exhibidas en los cines del país. Si llegan a obtenerlo, después de muchos debates con el Ministerio de Cultura, lo más seguro es que no las exhiban más allá de un par de salas. Resultado: el número de producciones independientes en Irán es cada vez más reducido.
“He perdido la esperanza de mostrar mis películas en mi país”, escribió hace unos meses Abbas Kiarostami, tal vez el director iraní más reconocido en la escena internacional, en una carta
abierta al Gobierno en la que abogaba por la libertad de Panahi, su amigo y pupilo. Kiarostami asegura que vive de lo que le dejan sus fotos y no sus películas.
Jafar Panahi también ha sido objeto de presiones. La mayoría de sus producciones reconocidas
internacionalmente, como Círculo (2000) o Offside (2006), no se han exhibido en su país. Esta última, que cuenta la historia de unas jóvenes que se disfrazan de chicos para asistir a un partido
de fútbol, es una de las producciones que más rechazo ha recibido por parte del actual Gobierno.
“La sentencia a Jafar Panahi, junto con la de Mohamad Rasoulf, es un grito de alerta a todos
los directores de Irán”, asegura Farmanara, quien añade que uno de los objetivos del veredicto es “atemorizar al resto de nosotros”. Otro objetivo: presionar a Panahi para que se vaya del país.
Y es que la sentencia, que se conoció hace unos días, llegó con un mensaje mucho más drástico de lo que nadie imaginaba: Panahi, de 50 años, ha sido condenado a seis años de prisión y se le prohíbe realizar cualquier tipo de películas, escribir guiones, tener contacto con organizaciones extranjeras –especialmente con la prensa– y abandonar el país en los próximos 20 años.
El mensaje al mundo del cine independiente no se dio sólo por el lado de Panahi. Mohammad
Rasolouf, de 37 años, también tendrá que pasar seis años en prisión acusado de violar la seguridad nacional y adelantar propaganda contra el Gobierno. “Debido a que no hay ley escrita que nos obligue a pedir permiso para hacer una película, se añaden los cargos de querer derrocar el Gobierno para justificar la sentencia”, explica Farmanara, director de Smell of Camphor (2000) y Familar Soil (2008).
Panahi y Rasalouf se encontraban en medio de un rodaje cuando fueron detenidos en febrero
de 2009, en la casa del primero. Según fuentes cercanas a ambos cineastas, la película tenía como fondo la historia de una familia cuyo hijo fue arrestado después de las pasadas elecciones del 2009, cuando miles de personas salieron a las calles a protestar por la victoria del presidente Ahmadineyad, que no reconocieron como legítima.
Como consecuencia de las extremas medidas del gobierno islámico para detener la sedición,
unas cinco mil personas fueron detenidas y cien pudieron haber muerto en los enfrentamientos
en las calles o en las cárceles, según las organizaciones de derechos humanos.
“Me han acusado de hacer una película de la que no se ha rodado ni un tercio. ¿Por qué no me
dejan terminarla y la ven?”, dijo durante su defensa Panahi, quien aseguró que los artistas son observadores de los acontecimientos sociales de un país y que nadie puede prohibirles su derecho de ser testigos de lo que pasa. “Lo que buscan es que todas aquellas personas que les resultamos incómodas, especialmente los artistas, nos vayamos del país”, asegura otro director de cine desde Teherán, que pide que se omita su nombre. “Saben que nosotros buscaremos la manera de contar lo quepasa”, dice el mismo director, perteneciente a la nueva generación, y subraya que el pulso entre los cineastas y el Gobierno está en uno de sus momentos más tensos.
Esto quedó patente en la celebración anual de la Casa del Cine en Teherán. En el acto, en octubre pasado, Asgar Farhadi –mejor director en el festival de cine de Berlín del 2009 por su película A propósito de Elli– dijo en su discurso que esperaba que todos aquellos colegas y amigos que habían tenido que irse del país pudieran regresar pronto.
Días más tarde, Farhadi recibió la respuesta del Gobierno. Una orden judicial le prohibía continuar el rodaje de la película que filmaba entonces. Después de una largo cruce de cartas entre la Asociación de Cineastas y el Ministerio de Cultura, Farhadi recuperó el permiso. Pero el desafío
quedó cazado. Y sólo semanas después llegó la sentencia a Panahi y Rasoulf. En Teherán se asegura que esta es una pelea de largo aliento que todavía está lejos de terminar.
2-I-10, C. Gómez, lavanguardia