las mujeres de los guantes rojos

La mujer mira a la cámara con determinación. A primera vista parece una joven iraní como cualquier otra, vestida con una gabardina negra que cubre casi todo su cuerpo y un pañuelo del mismo color que tapa el contorno de su rostro. Sólo queda al descubierto su cara, expresiva como la de casi todas las iraníes que dominan el arte de hablar con los ojos. Hay un detalle, sin embargo, que no encaja en el contexto y sorprende a quien se detiene frente a la fotografía: las manos de la joven no están libres, se esconden bajo unos guantes de boxeo rojos.

Pocas imágenes describen con tanta exactitud la vida de la mayoría de las iraníes como esta foto de la reconocida fotógrafa Newsha Tavakolin, quien lleva años capturando imágenes que representan las batallas que estas mujeres tienen que librar cada día en su casa, en el trabajo, en la sociedad, y que al final ha terminado por convertirlas en unas combatientes crónicas.



Luchan por poder casarse con quien quieren, por elegir cómo tienen que vestirse, por montar en bicicleta, por tener mejores oportunidades laborales, por tener mejores derechos ante la ley y mil cosas más. Son tan valientes y decididas que parecen haber perdido el temor a todo.

"Somos las personas que estamos más motivadas para pelear por los derechos de la sociedad", asegura Maryam, una filósofa y lingüista de 42 años que como todas las mujeres que decidieron contar su vida en este reportaje pidió ocultar su identidad. "Estamos tan acostumbradas a las dificultades que ya no sabemos qué es difícil y qué no lo es".

Maryam, que se ríe todo el tiempo cuando habla, cree que estas batallas diarias de las mujeres ha tenido como consecuencia que para ellas sea normal salir a las calles a protestar cada vez que hay convocada una marcha. Se asegura que cientos de mujeres han liderado las protestas sociales que han renacido en las últimas semanas en Irán.

"No hablo de mujeres activistas, que son muy valientes y han pagado muy cara su lucha por defendernos a todas; me refiero a mujeres comunes de todas las edades. Me impresiona que últimamente salgan muchas mujeres mayores. Siento que lo hacen para defender a los jóvenes, como si fueran las madres de todos", cuenta Maryam, que al igual que muchas mujeres occidentales ha decidido por ahora no casarse.

En Irán, donde todavía se presiona socialmente a las jóvenes para que se casen bastante jóvenes, esta opción de vida ha terminado por ser un problema para esta mujer que tiene una maestría y habla cuatro idiomas. "No puedo, por ejemplo, hacer un doctorado porque no estoy casada", dice. Tampoco puede pedir un niño en adopción, como es su sueño. O hacer turismo en solitario. Nunca la dejarán estar en una habitación de hotel si saben que es soltera. A eso se suma que vive con su madre, "por puras razones económicas", explica. Para la mayoría de jóvenes de clase media iraní, incluso aquellas que vienen de familias liberales, es muy difícil independizarse debido a la carestía de la vida. Los alquileres son imposibles para alguien que no gana más de 800 dólares al mes como ella.

"Yo siento que mi pelea como mujer cambió después del 2009 cuando surgieron las protestas y salimos a la calle", cuenta Nagme, una ingeniera de 53 años divorciada y madre de tres hijos. "Toda mi vida luché para ser mejor que los hombres. Era la única manera que pensaba que me iban a respetar y que podía ganarme un espacio", asegura Nagme cuya historia no es diferente a la de muchas mujeres iraníes que han tenido acceso a la universidad. La mayoría compite por ser la mejor.

Ahora, dice, su batalla es diferente. Ya no combate por sus derechos sino por los de la sociedad en general: hombres y niños incluidos. Le preocupa, como a muchas madres iraníes, el futuro de sus hijos debido que las opciones de trabajo son pocas. "Si no se está con la gente que toca es muy difícil para los jóvenes de clase media salir adelante. Yo creo que esta es una de las razones por las que las madres no tienen miedo en salir a protestar", dice Nagme. Cuenta que para ella fue muy difícil tener que ponerse el velo y cambiar su manera de vivir tras la revolución islámica. Es un dolor que siempre ha llevado consigo, dice.

A esta pena se sumó que cuando se separó hace 15 años tuvo que aceptar que sus hijos se fueran a vivir con su padre, como dice la ley. "A pesar de lo difícil, nunca me vi como una víctima, como pasa con muchas mujeres aquí", explica.

Reconoce, al fin y al cabo, que es afortunada. Su madre, que siempre ha sido una mujer independiente, le enseñó desde siempre a decir no. "Esto es lo más difícil para una mujer iraní, que por lo general se siente muy sola y no tiene con quien compartir sus angustias".

Esta actitud de mirar a la vida de frente también se la ha enseñado a su hija. Fariba tiene 24 años y no tiene problema en compartir su vida con su novio o dedicar parte de su tiempo a dar apoyo moral a otras mujeres u hombres que no tuvieron la misma suerte que ellas.

"Esta es una sociedad donde las tradiciones pesan más que la misma religión y la política y eso no lo podemos olvidar", concluye Nagme, que antes de irse cuenta que el martes 8 de marzo, día de la mujer, participará en la marcha de protesta convocada en honor a la mujer.

En Irán, al fin y al cabo, cada mujer libra una batalla a su manera. Así no se las vea, la gran mayoría de ellas también esconden sus manos bajo esos guantes de boxeo rojos.

Najid, 24 años. Tras las elecciones del 2009 libró la batalla más dura de su vida. Decidió, despuésde años de meditarlo, que dejaría de usar el chador que llevaba desde que tenía 10 años. Cuando entró a estudiar en la facultad de Medicina empezó a pensar que había llegado el momento de dejarlo, pero no lo hizo por su familia. Despuésde las elecciones, dice, no se sintió lo suficientemente fuerte como para continuar luchando en mostrar que las mujeres con chador no eran enemigas de los otros jóvenes. Sigue siendo muy religiosa, confiesa.

Matin, 28 años. Para ella crecer fue realmente difícil. Y no como consecuencia de la separación de sus padres, que hicieron todo lo posible para mantener una buena relación entre ellos. Lo complicado, asegura esta mujer, fue asumir la actitud de la sociedad hacía ella y su hermano, que tuvieron que irse a vivir con su padre. "Un día un vecino acusó a mi padre de habernos abandonado, lo que era mentira", afirma. Sufrieron mucho. Pero esta experiencia, añade, les enseñó a todos a ser fuertes y a luchar contra todo.

Sahar, 30 años. Su madre decidió con quiénse casaría. Escogió para ella el hijo de una de sus compañeras del trabajo. Tenía grandes credenciales. No sólo era profesor en una universidad sino que tenía un gran apartamento. ¿Quémejor para su hija? Lo que no esperaba es que ese hombre fuera un amante del sadomasoquismo, y esperaba que ella, virgen cuando se casó, lo complaciera todas las noches. Dos años despuésse separó. Su hijo sólo la ve cada dos semanas porque vive con el padre.

Mitra, 38 años. Sobrevive vendiendo bragas y sujetadores en el vagón de mujeres del metro de Teherán junto a decenas de mujeres más que han encontrado en la venta ambulante la opción para sacar a sus familias adelante. "No es bien visto, pero no podemos hacer otra cosa. Nadie me da trabajo porque soy mayor", dice Mitra que trabaja porque su esposo no está en condiciones de hacerlo. Confiesa con vergüenza que es adicto a las drogas. Ella, con los seis dólares que gana al día, tiene que sostener a toda su familia.

7-III-11, Catalina Gómez Ángel, lavanguardia