Tan frecuente como las elecciones democráticas, el golpe militar ha sido en el mundo moderno un método socorrido para cambiar de gobierno. Bolivia, por ejemplo, padeció 189 pronunciamientos en sus primeros 168 años de independencia. Pero el mundo ha cambiado, y el golpe militar, como la energía, se transforma. A mediados del pasado marzo, después de la revuelta popular egipcia, Jaled Saad Zaghlul, periodista de Al Ahram, definió la caída de Hosni Mubarak como “un golpe inteligente” del ejército.
La decisión del ejército egipcio de no disparar contra los manifestantes en la plaza cairota de Tahrir fue el tiro de gracia para Mubarak, comandante supremo y presidente desde 1981. Fue lo nunca visto. O casi, ya que antes el ejército tunecino también se declaró contrario a de reprimir la revuelta. El ejemplo de los militares egipcios sorprendió en Occidente, pero no ha hecho escuela en el mundo árabe. En Bahréin, Yemen, Omán y Siria, los militares hacen ahora el trabajo por el que cobran del rey, el sultán o el presidente. En Libia, el ejército se ha dividido según las líneas tribales del país, pero Muamar el Gadafi, siempre temeroso de la lealtad de los militares, ha recurrido a la milicia que fundó en 1980 –la Legión Panafricana–, integrada por mercenarios de Sudán, Egipto, Ghana y Chad, entre otros.
Mohamed Husein Tantaui, mariscal de campo, es el jefe del Consejo Supremo Militar que tutela el cambio político egipcio después de la caída de Hosni Mubarak. Ministro de Defensa y de Producción Militar, dirige un ejército que, a su vez, controla un floreciente imperio económico. La posibilidad de que la sociedad civil supervise al ejército indicará el nivel de democracia en el nuevo orden.
El poder lo ha asumido en Egipto el ejército, que recibe anualmente de Estados Unidos 1.300 millones de dólares. Y el poder de los generales egipcios no sólo se debe a los tanques: se apoya, como explica Robert Springborg, experto en asuntos castrenses en la Naval Postgraduate School de Monterey, en“un floreciente imperio económico que produce una inmensa gama de bienes y servicios, tanto militares como civiles, que no aparecen en el presupuesto nacional” (Vanguardia Dossier, abril 2011).
Ashfaq Parvez Kayani es el general con más poder de Pakistán. Fue jefe del todopoderoso servicio de inteligencia (ISI) y dirige un ejército que controla un conglomerado, entre tierras y fábricas, cuyo valor ascendería a los 20.000 millones de dólares. Desde la independencia, en 1947, el ejército ha protagonizado cuatro golpes. Pakistán, que creó los talibanes, es un difícil aliado de Washington en Afganistán.
Todos los presidentes egipcios desde Gamal Abdel Naser han sido militares. Y no sólo eso: la columna vertebral del ejército es originaria de Menufiya, la patria chica de Mubarak, lo que excluye, entre otros, a coptos y beduinos del reparto de los privilegios. Las empresas de los militares producen, sin que paguen impuestos, desde aparatos de televisión hasta automóviles, pasando por el bombeo de petróleo, que corre a cargo de la Misr Petroleum. Y con el pretexto de la seguridad nacional, el ejército controla el litoral –tierra de turismo– y las áreas desérticas, donde financia operaciones agrícolas e industriales.
Isik Kosaner, general, es el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de Turquía. El ejército turco, garante de la laicidad de la república, ha protagonizado tres golpes de Estado clásicos (1960, 1971 y 1980) y otro virtual en febrero de 1997, cuando logró que el islamista Necmettin Erbakan dimitiera como primer ministro. El ejército controla 600 empresas, desde bancos hasta fábricas de automóviles.
El poder económico de los militares egipcios no es una excepción entre las sociedades que pretenden sacudirse la dictadura o que reclaman más democracia. En Cuba, por ejemplo, el poder es asunto del gobierno paralelo integrado por la élite militar, que, según el Institute for Cuba and Cuban-American Studies, controla más del 60% de la economía a través del Grupo de Administración Empresarial SA (Gaesa). Y el principal negocio de Gaesa resulta ser Gaviota, compañía que explota el turismo.
Raúl Castro, ministro de Defensa de Cuba desde 1959, ha sucedido a su hermano, Fidel, el líder histórico, al frente de la revolución y del conglomerado empresarial que dirige el ejército a través del Grupo de Administración Empresarial SA (Gaesa). El principal negocio de Gaesa es Gaviota, la compañía que explota la fuente del turismo: controla unas 8.500 habitaciones de hotel de las 40.000 existentes.
El caso egipcio se acerca más, sin embargo, al de Pakistán, donde, como dice la chanza, es el ejército quien tiene un país, y no al revés. El ejército pakistaní, con abundante ayuda estadounidense, deja votar entre golpe y golpe, pero, tanto si ocupa la cúpula política como si no, dirige un consorcio que Ayesha Siddiqa, autora de Military Inc: inside Pakistan’s military economy, cifra en unos 20.000 millones de dólares. Una historia parecida se repite en Argelia. Un caso distinto, como en Indonesia, es Turquía, donde el ejército, garante de la laicidad, controla 600 empresas a través de Oyak, grupo fundado un año después del golpe de 1960. Oyak creció con otro golpe, el de 1980, pero las privatizaciones realizadas por el islamista Recep Tayyip Erdogan, en el poder desde el 2002, están erosionando su economía.
¿Es exportable entonces el modelo turco a Egipto? Puede serlo. Turquía y Egipto se parecen porque los principales actores son el ejército y los islamistas, y en los dos casos los militares temen perder sus privilegios. Pero también hay grandes diferencias. Primero, porque Turquía ha cambiado por las presiones de la Unión Europea, que aprieta con la promesa (incumplida) de la integración, cosa que no hará a Egipto. Y segundo, porque Turquía no tiene petróleo ni gas, lo que le ha obligado a espabilarse. Los militares turcos, que se apoyan en partidos liberales, temen a la élite islamista emergente. Y los oficiales egipcios temen lo mismo, pero no descartarían, como dice Marc Lavergne, director del Centre National de la Recherche Scientifique, un compromiso con los Hermanos Musulmanes, que en marzo ya votaron por la limitada reforma constitucional dictada por los cuarteles.
30-IV-11, Xavier Batalla, lavanguardia