´violaciones correctivas´: violencia homofóbica extrema

Me gritó: "¡Deja de una vez de  ser lesbiana! No eres un hombre. Te enseñaré a ser mujer". Me violó.

- ¿Le conocías?

- Aún vive a diez casas. Le veo a menudo en el centro comercial. Si le veo, algo me quema por dentro. Me contagió el sida y me dejó embarazada.

En Tsakane hay que saltar una zanja estrecha para llegar al arco iris. Hay bastante basura, pero esta zona de la barriada a las afueras de Johannesburgo es alegre. Los techos de las casas son gris uralita, pero cada vecino pintó las paredes de colores distintos. Al final de la zanja hay una fábrica de ladrillos. En ese lugar, Noxolo Nogwaza, de 24 años, fue asesinada en mayo porque era lesbiana. La última vez que la vieron viva tomaba algo en una taberna cercana. Al anochecer se despidió de sus amigos y se fue a casa. La alcanzaron en la zanja: varios chicos la violaron, le clavaron trozos de cristal de una botella rota y le aplastaron la cabeza con un ladrillo. Es difícil creer que ningún vecino oyera sus gritos. Kunu Semake, amiga de la víctima y activista de Equality Project, grupo de defensa de los derechos de los homosexuales, sabe que sí pero se encoge de hombros para no responder.



En Sudáfrica las llaman violaciones correctivas porque los agresores violan a las lesbianas para corregir su orientación sexual. En el país con más infectados de VIH del mundo - 5,6 millones el año pasado-,ser violada es además que te fuercen a jugar a la ruleta rusa con varias balas en el revólver. Un estudio del Consejo de Investigación Médica subrayó que, si la víctima sobrevive, ese tipo de violaciones y las heridas provocadas multiplican el riesgo de exposición al virus. A veces, el diablo lo sabe. "Junto al cadáver hallaron ocho condones usados; miedo al sida, supongo", dice Kunu. En los últimos doce años, 31 mujeres han sido asesinadas por su condición sexual y miles han sufrido violaciones correctivas.

Kunu se cruza con un grupo de chicos que comparten una litrona de cerveza de jengibre. "Lo que le pasó a esa chica no está bien", dice uno. "A mí las lesbianas no me importan, sólo los gais me dan asco. A esos matarlos no, pero sí les obligaría a marcharse de aquí". Kunu respira hondo.



Sobre el papel, Sudáfrica debería ser un paraíso del respeto. Su Constitución fue una de las primeras del mundo en prohibir la discriminación sexual y en el 2006 se convirtió en el quinto Estado en permitir matrimonios homosexuales (España fue el tercero). A Karati no le cuentes historias. "Si eres pobre no puedes ser lesbiana". La violaron en 1996. Nos recibe elegante en la chabola de sus padres. Me da su nombre de nacimiento, pero pide que le llame Karati. El nombre de mujer ya no lo quiere. Aquella chica se quedó en una explanada de hierba seca hace quince años. Dos vecinos la atacaron y uno de ellos la violó. Era su primer contacto sexual, contrajo el sida y se quedó embarazada.

Después de que la agredieran, no hizo nada. Ni siquiera fue al hospital. Por miedo. "¿Ir a la policía? Se habrían reído". En octubre (más de una década después del primer crimen de odio) se declaró culpables por primera vez a cuatro hombres por violar y acuchillar a una chica lesbiana. Poco antes, en marzo, después de recibir 170.000 firmas de 163 países, el Gobierno aceptó crear un grupo de trabajo para abordar el tema. La reacción llega tarde y el silencio ha sido el único refugio de miles de víctimas durante demasiado tiempo. En Sudáfrica se denuncian 154 violaciones al día pero sólo se reportan uno de cada nueve casos. Ahí se difuminan las violaciones del odio a lesbianas, aunque algunas organizaciones de derechos humanos calculan más de 500 al año. Pero, como en el caso de Karati, casi nunca se denuncian.



Tras el ataque, Karati no hablaba. No salía de casa ni para ir a comprar. Aún hoy apenas va a jugar a fútbol y nunca sale a tomar algo. "Cuando me creció la barriga, mi madre se enteró". Sus padres fueron a hablar con la familia del agresor, hijo de unos vecinos de toda la vida, y su reacción destapó ese mar de vergüenza y moral frágil de cuando la estabilidad social es más importante que la justicia: propusieron que violador y víctima se casaran. Karati se negó y se quedó sola con el siday uncrío en la cuna. Al enterarse de que estaba infectada, su familia la echó de casa. "Cuando supe que tenía el virus quise matarme". Pero como una madre con su hijo en brazos podría hacer amainar un huracán a soplidos, Karati halló fuerza en su bebé.

"Violada, con sida y embarazada. No he tenido suerte en la vida, ¿verdad? Pero ser madre me ayudó a no rendirme". Karati se medica desde el 2003 y hace seis meses conoció a su compañera. Su hijo sigue siendo su gran apoyo para seguir luchando contra el odio y el sida. En realidad lo ha sido desde el primer día. Cuando nació, le puso de nombre Somgelo. Significa aceptación.

14-XII-11, X. Aldekoa, lavanguardia

"Te vamos a enseñar una lección". Esas son las primeras palabras que Ndumi Funda, directora de la ONG Luleki Sizwe explica que escuchan las víctimas de las conocidas como ´violaciones correctivas de lesbianas´. Una macabra clase de masculinidad para "enseñar que son mujeres, no hombres". Tras la violación, en muchas ocasiones, llega el Sida, el rechazo social, el desprecio de la policía y la muerte. Un susurro mortal que "sentimos cada día como una amenaza constante".

 
Ndumi Funda

Ndumi lidera un movimiento social con otras ONG sudafricanas que han conseguido llegar hasta el mismo Parlamento. Con la ayuda, entre otras, de la organización estadounidense change.org han llevado hasta el despacho del ministro de Justicia 176.000 firmas recogidas en 163 países. "Es la campaña internacional de recogida de firmas más importante de la Historia de Sudáfrica", explica Benjamin Joffe-Walt, responsable de comunicación de la campaña. Eso sí, menos de un 2% de las firmas son sudafricanas.

"El ministro ha prometido cambios inminentes y ayudas personalizadas a las víctimas. Hay una nueva reunión en cuatro semanas para aclarar propuestas", anuncia Benjamin.

La importancia del nombre en África

Ndumie ha sido también víctima de las violaciones. No directamente, lo fue su pareja. "Creé la ONG en 2008 para luchar contra la violencia que sufren las lesbianas en los township de Ciudad del Cabo (barriadas hacinadas de gente que vive en condiciones miserables a las afueras de la ciudad), tras ver morir a mi novia en 2007", recuerda. "Sizwe (su pareja) fue violada por cinco hombres que pretendían corregir su desviada conducta. Al principio no dijo nada, ni a sus padres. Luego confesó la violación por la que se infectó de Sida, y acabó muriendo por una meningitis. Fue una historia muy triste".

Antes, en 2005, prosigue Ndumie, "Luleki era una conocida lesbiana que no escondía su sexualidad. Trabajaba para la comunidad, luchando contra la violencia que sufren las mujeres y ayudando a la gente más pobre. Un día fue violada por su primo, que explicó que lo hizo para ´enseñarla que no era un hombre´. Murió tras contraer el Sida", recuerda. "En África los nombres son muy importantes, por eso el nombre de esta organización lleva el de ambas".

Pero la pesadilla de una lesbiana violada no termina con la agresión. El rechazo de la sociedad y la policía, junto a un más que probable contagio del Sida, son los siguientes pasos. "La Policía es muy homófoba. En muchas ocasiones la lesbiana va a denunciar y ni siquiera es escoltada para volver a su casa. Tiene que esperar aterrorizada en la parada del autobús o compartir minibús con sus violadores", denuncia Ndumie. Muchas, de hecho, optan por ni siquiera denunciar los hechos.

"Hubo diez denuncias en una semana y la Policía no hizo nada. En los últimos dos años han muerto más de diez lesbianas violadas", recuerda, mientras comienza a contar en voz alta sus nombres.

Rechazo de abogados, médicos, familias

Hay un evidente rechazo social al problema. "Los violadores forman parte de nuestros barrios. Los agentes los conocen y prefieren no detenerlos. Las familias rechazan en muchos casos a las hijas, hermanas... que declaran su homosexualidad. Los testigos y médicos no acuden a los juicios, los abogados no quieren defenderlas, lo que hace que sea un proceso interminable".

Su día a día es parecido. "Yo nunca entro en un bar de los township, sé que corro peligro. Si hacemos una reunión es en una casa, encerradas, y ninguna sale a la calle a partir de las ocho de la tarde".

Luego llega la enfermedad. "Muchos de los violadores son ex convictos que han sido violados en la cárcel. Tienen Sida, lo que acaba siendo una sentencia de muerte para nosotras". El rechazo se extiende también a sus hijos. "Muchas tenemos hijos y si en la escuela se enteran que su madre es lesbiana son apartados".

Sin embargo, la campaña ha abierto una nueva puerta a la esperanza. "Trabajamos en una asociación que tiene 350 mujeres. Tenemos dos equipos de fútbol y estamos creando uno de rugby. Hacemos obras de teatro y empezamos a perder el miedo a salir a la calle. La gente viene a vernos".

¿Qué le pides al ministro? "Una nueva legislación que califique la violación de lesbianas como un agravante, protección policial y ayudas a las víctimas. Les votamos para que nos protejan, no para que nos olviden", concluye.

Lo curioso es que Sudáfrica tiene una legislación especialmente dura contra las violaciones, una lacra social, y fue el primer país africano en legalizar el matrimonio homosexual y en penar la discriminación sexual. La presión internacional ha conseguido que las voces de las víctimas sean ahora escuchadas en el Parlamento.

 28-III-11, J. Brandoli, elmundo