fiebre por el ganchillo

Las generaciones actuales recuperan lanas y agujas para crear todo tipo de objetos. Tejer y hacer ganchillo ya no es cosa de abuelas y se ha convertido en una práctica (no sólo femenina) que fomenta las relaciones sociales y que ha propiciado un nuevo movimiento artístico

"La aguja de hacer crochet es algo que engancha, es brutal”, cuenta Laura Gómez junto a los estantes repletos de lana de su pequeño local situado en el barrio barcelonés de Gràcia. “Aprendí a tejer de niña con mi madre y mi abuela. Me gustaba, pero durante la adolescencia lo dejé porque me parecía hortera. Después lo retomé y, desde entonces, ¡no he parado!”. Licenciada en Publicidad, nació hace 32 años en Puertollano (Ciudad Real) y en el 2004 se trasladó. Tras una temporada trabajando en una empresa editora de cómics, lo dejó para volcarse en lo que realmente le gusta: coser. Así surgió Nido de Abeja, una “tienda molona para mamás modernas”, define, que es a la vez mercería, boutique de tejidos y libros de tricot, y también un espacio donde se imparten clases de costura y de ganchillo. “¡No hace ni un año que inauguré el establecimiento, y los talleres, al poco de anunciarlos, se llenan enseguida!”, explica contenta. El negocio de Laura es un ejemplo de los tantos que han surgido en plena crisis económica y que, a pesar de la mala coyuntura, tienen mucho éxito. Son conocidos como comercios de artes y oficios ( arts & crafts) y el motivo de su popularidad y demanda es la nueva tendencia de coger agujas y lana con el fin de crear todo tipo artículos. Hacer ganchillo ha dejado de ser una labor de abuelas y una tarea doméstica. Tejer ya no se asocia a la imagen de la mujer mayor que, recostada en la mecedora o apoyada en la mesa camilla, elabora minuciosamente jerséis para vestir a sus nietos. Ha pasado a concebirse como una práctica sencilla y divertida que cada vez tiene más adeptos entre la gente joven. Aunque la mayoría de aficionados son chicas, también los hombres se interesan por el crochet y se atreven a probarlo. “Venimos de una época de excesivo consumismo y, recientemente, se ha vuelto a la necesidad de confeccionar las cosas artesanalmente”, opina Laura Gómez. Esta moda de retomar las agujas también va ligada a la estética vintage, que echa una mirada hacia el pasado. Pero lo que realmente ha impulsado el tricot es internet. La proliferación de blogs, donde sus autores relatan las propias experiencias e incluso cuelgan vídeos, ha llevado a que muchos aprendan las técnicas básicas y a que otros reinventen sus nociones. La costura tradicional ha experimentado un giro pronunciado gracias también a las innovaciones en los materiales, lanas e hilos ya no se destinan únicamente a producir mantas y prendas de vestir. Se pueden tejer desde alfombras, cestas, envolturas para múltiples objetos como lámparas, mesas, teléfonos móviles y tazas, bisutería y hasta pequeños muñecos que, originarios de Japón, reciben el nom

bre de amigurumis. Las posibilidades son infinitas... tan sólo hay que dar rienda suelta a la imaginación Lejos de ser una mera artesanía Además de ser un arte, tricotar se ha convertido en una actividad social. La madrileña Siona quiso llevar su devoción por la lana más allá del sofá de casa y creó Madrid Knits!, un grupo de tejedores que se reúne en una cafetería del distrito de Tetuán todos los viernes y los primeros sábados de cada mes de cinco a siete de la tarde. “No sólo es tejer –asegura Siona–, conoces a gente con la misma afición y realmente le das más a la charla que a las agujas”. En los encuentros participan mujeres y hombres de edades comprendidas entre los 25 y los 70 años y con profesiones muy diversas. También se acercan personas de otros países porque “es una forma de conocer gente en Madrid con el mismo hobby y una manera de conversar en diferentes idiomas”. Siona remarca que la costumbre de reunirse no es reciente, sino algo que ha existido siempre. “Antes, las reuniones se hacían en el portal de casa. Las mujeres salían a la calle con sus sillas y se reunían para tejer. Quizás ahora estamos recuperando un poco esta tradición que, por cuestiones laborales, dejamos un poco aparcada”, reflexiona. Montse Palacián, de 42 años y a quien su abuela le contagió el entusiasmo por el crochet, fundó en la capital aragonesa otro círculo similar bajo el nombre de Urban Knitting Zaragoza. En su caso, el día D es el sábado por la mañana en el Centro de Historias de la ciudad. Durante aquellas horas, los integrantes, que son chicas de edades muy dispares –aunque últimamente se ha incorporado un joven de 30 años–, intercambian conocimientos y técnicas. “El ganchillo y las reuniones son para nosotras una terapia absoluta, porque cuando tejemos nos evadimos completamente de los problemas”, afirma Palacián, consciente de que muchas de sus compañeras están en el paro y pasan por situaciones difíciles. Hacer nuevas amistades, desarrollar la creatividad de uno mismo, relajarse y desconectar, son algunas de las razones que empujan a las generaciones actuales a descubrir el hábito de tricotar. También lo es la satisfacción de construir algo con las manos. De niña, las monjas del colegio enseñaron a la barcelonesa Patricia Piñana a desenvolverse con los hilos. Ahora, a sus 33 años, se apunta a cursillos en tiendas arts & crafts para aprender nuevos métodos. “Cada vez que comienzo una pieza es como si fuera un reto y, cuando la termino, me siento muy feliz”, explica. Y añade: “Es cierto que los materiales son caros, pero intento sacarles el máximo partido. Además, cuando quieres hacer un obsequio, a veces resulta más económico y bonito tejer una bufanda que comprar un regalo”. ¡A la calle! No es extraño salir una mañana a pasear y encontrarse papeleras, estatuas y bicicletas forradas con estampados de colores llamativos. Atrapados por la curiosidad, los transeúntes se detienen, se acercan a las ropas, las tocan y las fotografían. Después, retoman su camino con ganas de saber por qué el crochet adorna aquel rincón de la ciudad. ¿Quién está detrás de todo este lanudo montaje? Todo empezó cuando un día de invierno del 2005, Magda Sayeg cubrió el pomo de la puerta de su pequeña tienda en Houston (Texas) con una funda de lana trazada por ella. “¡La gente paraba los coches únicamente para mirarla!”, explicaría después Sayeg a The New York Times. El impacto fue tal que se le ocurrió vestir de colores el paisaje con la intención de alegrar las calles. Decoró señales de tráfico, postes de luz y cabinas telefónicas. La reacción de los vecinos fue cálida y sorprendente: cogieron las agujas y se sumaron a esta peculiar forma de arte urbano. Pronto, la red se hizo eco de lo que sucedía en Houston y cientos de americanos y europeos se aventuraron a imitarlo. Tras el éxito, Sayeg fundó el grupo Knitta Please y viajó a distintos países para dar cuenta del fenómeno. Un nuevo movimiento llamado Yarn Bombing (bombardeo con ovillos), una guerrilla del ganchillo, estaba dando la vuelta al mundo. Tejedores de Japón, Australia, China... cubrían las calles de lanas para reivindicar el crochet como una artesanía rompedora y moderna. El libro Yarn bombing: the art of crochet and knit graffity, escrito por las canadienses Mandy Moore y Leanne Pralin en el 2009, consolidó las bases de esta corriente. El bombardeo de hilos también ha llegado a diversas ciudades españolas. Valencia, Palma, A Coruña y Bilbao son algunas de ellas. Anuska Cosgaya, conocida por Cotton Ché, su alias guerrillero, forjó Urban Knitting Bilbao, un equipo de 20 personas que actúa cada uno o dos meses. “Es una forma de expresión, como el graffiti, y en nuestro caso respetamos el medio ambiente, ya que no dañamos el soporte donde actuamos y los materiales que utilizamos no son nocivos”, explica Cosgaya. Se organizan a través de las redes sociales y hacen reuniones para planear las intervenciones. “Ponemos en común las ideas y de allí salen las acciones, que llevan mucho trabajo. No sólo es tejer, también hay que buscar patrones, comprar lana, distribuirla entre todos y coser las piezas. Y antes de eso, hacer fotos del sitio, medirlo...”. Han colgado calabazas, arañas y murciélagos de ganchillo por la ciudad el 31 de octubre, recubierto de flores un andamio de obras para celebrar la llegada de la primavera y decorado árboles por el día del Libro. Asimismo, Urban Knitting Zaragoza también sale a la calle. Pocas jornadas antes de poner en marcha las operaciones, Montse Palacían publica en el blog del grupo algunas pistas sobre las coordenadas en las que tendrá lugar la acción. “Es como un juego: aviso a los ciudadanos de que vamos a hacer algo pero nunca desvelamos en qué consistirá ni dónde lo realizaremos”, cuenta divertida. Han forrado la fachada de un edificio con un mantón gigante, esparcido ranas y nenúfares por las aguas de una fuente, e incluso repartido corazones entre la población por San Valentín. Sea por la nostalgia, por la ilusión de confeccionar ropas uno mismo o para colorear las calles. Las razones que llevan a tejer son diversas, pero si hay algo que no se puede negar es que el ganchillo engancha, y de qué manera.

20-IV-13, Aina Mulet, es/lavanguardia