multitudes

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Leemos estos días encendidos elogios a lo que algunos llaman “acceso al protagonismo político de la multitud” y a su presunta “mayoría de edad política”. Son discursos que tratan de convertir en categoría las manifestaciones callejeras que el sábado de reflexión electoral se produjeron frente a las sedes del PP en varias ciudades. Hay profesionales del pensamiento que sienten una curiosa fascinación por las masas, quizá porque las confunden con la ciudadanía. Desde mi punto de vista, el momento importante de respuesta ciudadana ante las mentiras del PP no fue el sábado 13 de marzo sino el domingo 14, cuando, papeleta en mano, cada ciudadano ejerció su libre voluntad individual, que acabó cristalizando en un cambio. La auténtica mayoría de edad política en una democracia es la que se confirma en las urnas.

Hago una advertencia a los que quieran encontrar en estas líneas algo que no planteamos. No se cuestiona aquí en ningún momento el derecho democrático a la manifestación o a la libre expresión de opiniones. Faltaría más. Nos limitamos a advertir del peligro de colocar los movimientos de masas en el primer y absoluto lugar de la vida democrática y, en algunos casos, por encima de los cauces normales de la representación política. Porque la masa es una entidad arbitraria de la que nadie responde y cuya naturaleza aparentemente espontánea no la salva de manipulaciones, simplificaciones y brotes totalitarios, al contrario. La masa carece de toda responsabilidad y esto la convierte en el reino de la impunidad. Además, al margen de las consignas que una masa coree, toda masa tiende a imponerse y a suprimir la discrepancia. Peter Sloterdijk ha dicho que “la masa posmoderna sólo es una suma de microanarquismos y soledades; no tiene nada que ver con los movimientos obreros de final del siglo XIX, por ejemplo”. Sumemos a esta gráfica caracterización algo que escribió antes Elías Canetti en “Masa y poder”: “La masa es siempre algo así como una fortaleza sitiada, pero sitiada de manera doble: tiene al enemigo extramuros y tiene al enemigo en el sótano”. La disidencia dentro de la masa es vista como traición.

Quizá por este efecto de blindaje frente a la crítica, todos los entusiastas de la masa manifestándose ante los locales del PP rechazan el siguiente ejercicio de rigor intelectual: imaginar qué haremos el día en que las masas no se muevan por una causa que nos es próxima (la verdad frente a la mentira gubernamental) sino, por ejemplo, para reclamar la pena de muerte, la expulsión de extranjeros o el rechazo a una eventual reforma de la Constitución. ¿Qué dirán entonces sobre el protagonismo de la multitud?

lavanguardia, 24-III-2004