´(Memoria Histórica) La impostura de la Transición Democrática´, Francesc-Marc Álvaro

...El mito oficial de la transición democrática permanece intocable desde que se forjó a conciencia entre 1975 y 1982. Está tan blindado que puede resistir incluso disolventes tan corrosivos como las epopeyas lujosamente publicitadas de algún juez español que quiere hacer con ciertos dictadores latinoamericanos aquello que aquí no se hizo nunca ni con Franco ni con los franquistas tras la muerte del tirano. El mito oficial de la transición democrática se ha prolongado durante treinta años y ahora es un traje que a mí - supongo que a otros también- me viene demasiado pequeño. Ese relato plano y sin memoria, que sirvió para que mis padres aterrizaran en la democracia sin tanto miedo, se ha convertido hoy en un cuento obsoleto que no tiene nada que ver con nuestro presente. Porque está hueco por dentro y porque se fabricó a partir de una premeditada y exagerada subordinación del pasado al futuro que facilitó toda suerte de imposturas. Así se igualaron opresores y oprimidos, se aceptó que se podía haber sido demócrata dentro del franquismo y, en justa correspondencia, se dio por descontado que el mero hecho de oponerse a Franco ya convertía a alguien en demócrata. Todo esto no lo muestra la amable serie televisiva Cuéntame; rompería el hechizo colectivo si se atreviera a hacerlo.

De hecho, la transición democrática fue una gigantesca impostura. La de los héroes de una oposición incapaz de evitar que Franco se muriera en la cama y la de los ex franquistas que deseaban seguir teniendo vida después del régimen. Esta fábula oficial tiene una moraleja según la cual nos reconciliamos a través de la Constitución de 1978. Es pensamiento mágico creer que la reconciliación pueda venir automáticamente por la redacción de unas nuevas reglas de juego. Lo cierto es que nadie asumió responsabilidades de ningún tipo, ni nadie pidió perdón por nada, ni tan sólo hubo nada parecido a una Comisión de la Verdad. Las biografías de los totalitarios (franquistas y antifranquistas) fueron limpiadas de basura y las víctimas de Franco fueron ignoradas, porque lo único importante era mirar al futuro. Aceptemos que todo eso sirvió en aquel momento para salir de la dictadura, pero hoy constatamos la obsolescencia de dicho libreto.

¿Podemos los que éramos niños a la muerte de Franco reescribir hoy sin censuras la historia oficial y también las historias irreverentes de la transición? Podemos y debemos, para no ser prisioneros de aquella excepcionalidad trufada de temores, amenazas, silencios, tutelas, chantajes, ignorancias y tristezas. No podemos estar pensando eternamente en las antiguas violencias para seguir reeditando una ficción cada vez más amarillenta. Una ciudadanía madura no puede vivir del mito precario prestado por los viejos políticos que guiaron a nuestros padres. Los líderes de antaño se van jubilando, aunque Alfonso Guerra, por ejemplo, cual reliquia con prórroga, siga tratando de condicionar el futuro colectivo. Olvidemos ya las versiones fáciles. Ni la versión que explica la transición como un plan perfectamente previsto en la mente de cuatro preclaros hombres de Estado ni la que divulga la transición como fruto final de un estado insurreccional movido por la gloriosa oposición.

Nos merecemos otras palabras y otra sintaxis para contar sin trampas los trueques de la transición. Algo que sirva para revelar y no para esconder, para comprender y no para disimular. Algo que nos haga, finalmente, ciudadanos adultos.

culturas/lavanguardia, 16-XI-05.