"Los nuevos movimientos eclesiales", L. Fermín Moreno

Luís Fermín Moreno, periodista y colaborador de publicaciones como ´Misioneros´, ´Ecclesia´, ´Alandar´ o ´¿Por qué?´. Ha trabajado en el diario ´Ya´, ´Pueblos del Tercer Mundo´, ´Familia Cristiana´, ´Cáritas´ y ´Reinado Social´.


De las clásicas ordenes religiosas a los nuevos movimientos eclesiales. Así puede describirse uno de los principales efectos del pontificado de Juan Pablo II en el interior de la Iglesia católica. O, cuando menos, en las relaciones de influencia y poder de los distintos grupos de la Iglesia en torno al Vaticano y a la jerarquía eclesiástica. Tan es así que movimientos como el Opus Dei o Comunión y Liberación pueden ser decisivos en el resultado del próximo cónclave, si juzgamos por los cardenales que pertenecen a ellos o se mueven en su órbita.

El advenimiento de Karol Wojtyla al solio pontificio supuso, prácticamente desde el comienzo, un cambio claro de orientación. Al poco de llegar al Vaticano, el Papa elaboró su proyecto de nueva evangelización, que tenía un objetivo doble: por un lado, restaurar la fuerza de una Iglesia que consideraba debilitada por las derivas del Concilio Vaticano II y, por otro, reforzar la presencia católica en una sociedad cada vez más secularizada.

Juan Pablo II decidió poner su proyecto en manos de lo que después se ha dado en llamar "nuevos movimientos eclesiales" en detrimento de la hasta entonces vanguardia de los ejércitos papales: jesuitas, dominicos y franciscanos, principalmente, que habían llegado, a su juicio, demasiado lejos en la interpretación de la nueva Iglesia que anunciaba el Concilio, aprovechando el mar de dudas que fue Pablo VI en sus últimos años. Estos nuevos movimientos, todos ellos de reciente creación y eminentemente laicales, tenían nombres desconocidos que hoy suenan a casi todo el mundo: Opus Dei, Camino Neocatecumenal, Legionarios de Cristo, Comunión y Liberación o Focolares, entre otros.

En 1978, la Compañía de Jesús era la orden religiosa más grande del mundo, con 30.000 miembros, colegios y universidades en los países más ricos del planeta y numerosos medios de comunicación. Pero también era la principal animadora de la teología de la liberación, cuya aproximación al marxismo no podía consentir un Papa originario de una Polonia subyugada por el comunismo.

El control de la Compañía se inició en 1980. El Papa prohibió a Pedro Arrupe, prepósito general, la convocatoria de una Congregación General en la que éste, enfermo, pensaba dimitir, para evitar la elección del norteamericano O´Keefe, hombre polémico, partidario, entre otras cosas, del sacerdocio de los hombres casados. Juan Pablo II tuvo aislado durante un año a Arrupe, suspendió la constitución jesuítica y nombró al frente de la orden a una persona de su confianza, el italiano Paolo Dezza, de 80 años. El gobierno de la Compañía no se normalizó hasta 1983 con la elección del actual prepósito general, Peter Hans Kolvenbach. Hoy, los jesuitas son poco más de 20.400, y siguen en la vanguardia de la evangelización, pero, aunque todavía rigen la prestigiosa Universidad Gregoriana de Roma y nueve de ellos son cardenales, sólo podrán votar en el conclave y su influencia en la Iglesia es escasa.

Con el resto, bastó el ejemplo de lo ocurrido con los jesuitas: la condena de la teología de la liberación en Puebla (1979), los procesos abiertos por la Congregación para la Doctrina de la Fe -el antiguo Santo Oficio- a teólogos como Hans Küng (1979) o el franciscano Leonardo Boff (1984), y las llamadas de atención a los episcopados considerados más avanzados, como la admonición a los obispos holandeses en 1980.

Paralelamente, los nuevos movimientos fueron tomando posiciones en torno a Roma, con el Opus Dei como punta de lanza. De hecho, Juan Pablo II no ocultó nunca su cercanía a este movimiento, que hasta entonces había sido visto con desconfianza por el Vaticano. Con el nuevo Papa, su ascensión fue vertiginosa. Ya en 1978, pocos días antes del primer cónclave después de la muerte de Pablo VI, el entonces cardenal Wojtyla visitó Villa Tevere, la sede del Opus Dei y rezó ante la tumba de Escrivá. En 1982, con las reticencias de la mayoría de los cardenales, otorgó a la organización el título de "prelatura personal". Creado amedida para el Opus Dei, este estatuto le concede los atributos de una verdadera diócesis sin limitación territorial. El prelado de la Obra depende directamente del Papa, escapando así a la autoridad de los obispos diocesanos.

En 1984, nombró director de la oficina de prensa de la Santa Sede -y, por tanto, único portavoz papal- a un periodista español miembro de la Obra, Joaquín Navarro Valls, auténtico muñidor de toda la estrategia de comunicación del Papa. En 1992, el fundador de la Obra fue beatificado apenas a los 17 años de su muerte. En 1994, tras el fallecimiento del sucesor del fundador, monseñor Álvaro del Portillo, Juan Pablo II volvió a la sede de la prelatura y rompió significativamente el protocolo -que dice que el Papa sólo se arrodilla frente a los restos mortales de un cardenal- al arrodillarse ante su féretro. En el 2002, finalmente, Escrivá de Balaguer llegó los altares como san Josemaría.

El apoyo del Papa a los movimientos fue claro desde el principio. En diversas ocasiones, Juan Pablo II reunió a sus líderes, aprobó su tarea y les animó a continuar haciendo su misión. Ya en 1981 declaró en un congreso sobre nuevas realidades eclesiales que estos "movimientos y las manifestaciones de energía y de vitalidad eclesiales que los caracterizan han de ser considerados ciertamente como uno de los más hermosos frutos de la vasta y profunda renovación espiritual promovida por el último concilio". Y lo reiteró, entre otras ocasiones, en 1996: "Uno de los dones del Espíritu en nuestro tiempo es el florecimiento de los nuevos movimientos eclesiales, que desde el inicio de mi pontificado continúo indicando como motivo de esperanza para los hombres. Ellos son un signo de la libertad de formas, en los que se realiza la única Iglesia y representan una segura novedad".

Este respaldo quedó oficializado en el famoso Congreso Internacional de los Movimientos Eclesiales, celebrado en Roma en el significativo día de Pentecostés de 1998. Aunque este encuentro congregó a 56 de estos nuevos grupos, el Papa decidió reunirse en público con los líderes y fundadores de siete de ellos, escogidos "en virtud de su extensión y representatividad universal": Kiko Argüello, del Camino Neocatecumenal; Chiara Lubich, de los Focolares; Luigi Giussani, de Comunión y Liberación; Patti Mansfield, de la Renovación Carismática Católica; Marcial Maciel, de los Legionarios de Cristo; Andrea Riccardi, de la Comunidad de San Egidio, y Joaquín Allende, de Schoenstatt. "El Espíritu Santo está aquí -dijo Juan Pablo II aquel día- esta tarde, con nosotros, y vosotros sois la prueba de esa nueva efusión, la respuesta providencial al dramático desafío de este fin de milenio". Y concluyó: "A partir de ahora se abre una nueva etapa, la de la madurez eclesial".

Así, mientras las congregaciones tradicionales pierden vocaciones amarchas forzadas y la edad media de sus miembros ronda los 63 años, los movimientos, minoritarios antes de 1978, han conseguido reunir varios millones de fieles en todo el mundo, la mayoría de ellos jóvenes. Y, sobre todo, han logrado acrecentar su influencia en la Iglesia. Este auge se debe, sin duda, a algunas de sus características -líderes carismáticos, promoción de los laicos, preeminencia de la espiritualidad, fidelidad absoluta al Pontífice- que les ha llevado a gentes y lugares a los que la estructura tradicional de la Iglesia no llega.

Pero a nadie se le oculta que precisamente esas características provocaron al principio -y aún lo hacen en algunos sectores- serias reticencias en la Iglesia institucionalizada -congregaciones, parroquias y muchos obispos-, debidas en parte a otros rasgos negativos que también se les imputan a los movimientos, como el fundamentalismo de sus planteamientos, la ausencia de dimensión social o la creación de una Iglesia paralela. El propio Juan Pablo II lo reconoció en el Congreso de 1998: "La difusión de las nuevas comunidades ha suscitado interrogantes, malestares y tensiones; algunas veces ha implicado presunciones e intemperancias, por un lado, y no pocos prejuicios y reservas, por otro. Ha sido un periodo de

prueba para su fidelidad, una ocasión importante para verificar la autenticidad de sus carismas". Una fidelidad que el Pontífice devolvió con creces. En 1991 dio un primer aviso que luego repitió en varias ocasiones: "La gran novedad consiste en la coesencialidad de los movimientos en la vida de la Iglesia junto a la jerarquía". Hoy, los movimientos gozan de un respaldo vigoroso por parte de esa jerarquía y muchos obispos los solicitan para animar la vida católica en sus diócesis. Sabe, además, que Roma está con ellos y no dudan en apelar directamente al Papa cuando es necesario, como resaltó Kiko Argüello en el Congreso de Católicos y Vida Pública celebrado en noviembre del 2003 en Madrid: "Contamos al cien por cien con el apoyo del Papa".

En esta misma línea, los nuevos movimientos, sin abandonar a los laicos, se han ido clericalizando en mayor omenor grado, creando ramas sacerdotales, formando a sus propios curas e incluso fundando sus propios seminarios. Naturalmente, los sacerdotes asociados o miembros de estos movimientos han sido promovidos a la jerarquía en los últimos años y han ido situándose en las estructuras de poder, tanto en el Vaticano como en las iglesias locales.

El movimiento más influyente en la Iglesia actual es el Opus Dei. Con 84.000 miembros, según la Oficina de Información de la Prelatura, 1.800 de ellos sacerdotes y el 26% numerarios -célibes-, está presente en los cinco continentes y cuenta con dos cardenales y numerosos obispos, principalmente en América Latina: siete en Perú (uno de ellos, monseñor Cipriani, cardenal arzobispo de Lima), cuatro en Chile, dos en Ecuador, uno en Colombia, uno en Venezuela, uno en Argentina y uno en Brasil. Es significativo que dos de ellos hayan sido nombrado sucesores de personalidades como Óscar Romero, en San Salvador, y Hélder Cámara, en Recife. Suiza y Austria también tienen obispos de la Obra, mientras que en España ya hay dos: Jaume Pujol, nombrado directamente arzobispo de Tarragona, y Francisco Gil Hellín, arzobispo de Burgos, llegado de la curia romana. Aunque cuenta con la simpatía de casi todos los demás obispos españoles: 50 de ellos asistieron a la canonización de san Josemaría en octubre del 2002. El más entusiasta es, sin duda, el primado de Toledo, Antonio Cañizares.

Pero su influencia se nota sobre todo en la curia romana. Miembros del Opus ocupan puestos importantes en casi todos los dicasterios vaticanos. Entre ellos, destacan los españoles Julián Herranz, nombrado cardenal en octubre del 2003 y presidente del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos; Joaquín Navarro Valls, portavoz del Vaticano, y Justo Mullor, director de la Escuela Diplomática. Cercanos se consideran igualmente el secretario personal del Papa, monseñor Diwisz; los cardenales Sodano, López Trujillo y Moreira Neves; el secretario para las Relaciones con los Estados, monseñor Lajolo, y el cardenal arzobispo de Milán y papable Dionigi Tettamanzi. Por lo demás, la influencia de la Obra se extiende a las elites políticas, económicas, militares y universitarias de numerosos países, sobre todo en España, Italia y América Latina. En total, el Opus Dei está relacionado con 500 colegios y universidades en el mundo, 52 radios, doce productoras de cine y televisión, doce editoriales -una de ellas, la poderosa Mondadori italiana-, 604 periódicos y revistas, 38 agencias de información y 18 bancos.

Por su número, ya que no por influencia, hay que mencionar después al Camino Neocatecumenal. Este "itinerario de formación cristiana", como lo definen sus estatutos, está difundido por 105 países y cuenta con algo más de un millón de seguidores, integrados en 16.700 comunidades. Dada su juventud (nació en 1964 en Madrid), no disponen de miembros entre la jerarquía romana, pero Kiko Argüello y Carmen Hernández, sus fundadores, han presumido de tener "abiertas las habitaciones privadas del Papa", y el gran teólogo del movimiento es el recién elegido presidente de la Conferencia Episcopal Española, Ricardo Blázquez, titular de la diócesis de Bilbao.

Lo suyo es la imbricación en las parroquias y la animación parroquial. Así, hay 16.700 comunidades en 4.900 parroquias de 883 diócesis de todo el mundo. El Camino sostiene además 53 seminarios propios -llamados Redemptoris Mater- con 1.500 alumnos y de donde ya han salido 731 sacerdotes. Cada año invitan a unos 150 obispos a encuentros para explicarles el Camino; y tienen centros religiosos en Israel, la Domus Galilae, para organizar cursos bíblicos; en Porto San Giorgio (Italia), Lima (Perú) y San Pedro del Pinatar y El Escorial (España).

En nuestro país, además de Blázquez, tienen el respaldo declarado de los cardenales Rouco y Carles y el obispo de Segorbe-Castellón, Juan Antonio Reig. Levante, Murcia -donde rigen la Universidad Católica San Antonio-, Andalucía y Madrid son sus zonas de mayor implantación.

Más pequeño en número, Comunión y Liberación (CyL) es el movimiento que más apoyo explícito tiene entre la jerarquía, dada su fuerte implantación en Italia, donde se fundó en 1954. No se conocen las cifras globales de miembros, pero están en 70 países, aunque generalmente su presencia, aunque activa y sobre todo vinculada a los ambientes universitarios, es testimonial. Buen ejemplo de ello es España, donde apenas llegan a los 1.500 en 24 ciudades, pero tienen la editorial Encuentro, el Banco de Alimentos y las asociaciones estudiantiles Universitas, Atlántida y Nueva Tierra. Con todo, a este movimiento están próximos los arzobispos de Granada, Francisco Javier Martínez, y de Oviedo, Carlos Osoro. Y cercanos están también el de Valladolid, Braulio Rodríguez; los obispos auxiliares de Madrid Eugenio Romero Pose y César Augusto Franco, hombres de confianza del cardenal Rouco, y gran parte de los escrituristas de la Escuela de Madrid.

En Italia, por el contrario, son más de cien mil, extendidos principalmente por el norte del país, y cuentan con los cardenales Scola, patriarca de Venecia y primer purpurado del movimiento, y Biffi, arzobispo de Bolonia, ambos también papables, como grandes valedores, además del aval de teólogos como el igualmente cardenal fallecido Hans Urs von Baltasar. En el país transalpino gozan también de cierta influencia cultural y económica -a través de la Compañía de Obras, asociación que engloba más de 9.000 empresas y obras de caridad- y política mediante el Movimiento Popular, rama de la refundada democracia cristiana. El jesuita y cardenal Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, es otra de las figuras eclesiásticas cercana a este grupo.

Mucho menor es, tal vez, la influencia de otros movimientos claramente respaldados por el Vaticano, como los Focolares o los Legionarios de Cristo. Los primeros, conocidos oficialmente como Obra de María, están en 182 países, pero apenas son 110.000, cifra que algunos amplían a 4,5 millones al sumar los simpatizantes que integran las 22 organizaciones de todo tipo -para sacerdotes, para jóvenes, para familias, para seglares de las parroquias, etcétera- que giran en torno a este movimiento. Los países de mayor presencia son Italia y Brasil, y su influencia no se debe tanto a su cercanía a la jerarquía de la Iglesia como a la economía de comunión, una modalidad de gestión empresarial que utiliza los beneficios obtenidos para obras de acción social y servicio a los propios clientes. En la actualidad, más de 700 empresas funcionan en el mundo según este método. De ellas, 274 en Italia, 90 en Brasil, 38 en Estados Unidos, 19 en Argentina y 13 en España. Aunque viven y actúan mucho más calladamente, al menos cinco obispos en Italia y uno en España -monseñor Francisco Pérez, arzobispo castrense y director de las Obras Misionales Pontificias- pertenecen o son próximos al movimiento focolar.

Por último, los Legionarios de Cristo -cuya rama laica se llama en realidad Regnum Christi- son unos 400.000 repartidos por 34 países, principalmente en México, su país natal, Estados Unidos, Chile y Colombia. De ellos, 530 son sacerdotes y unos 2.500 seminaristas. En Europa están aún poco extendidos, y casi todos ellos en España. Según el periodista José Martínez de Velasco, autor del libro Los Legionarios de Cristo, "España es la base operativa para la expansión legionaria hacia Roma y el continente europeo". Titulares de la universidad privada Francisco de Vitoria, los legionarios se centran en la educación de los más jóvenes. Hoy, la Legión escolariza a 60.000 alumnos en todo el mundo.

Por el contrario, en América los legionarios han llegado a rivalizar en poder con el Opus Dei. Como éste, han contado con el apoyo explícito del Papa y de varios cardenales de la curia. Su fundador, el padre Marcial Maciel, dirigió el primer viaje de Juan Pablo II por México al comienzo de su pontificado. El Papa ordenó personalmente a 60 legionarios en una ceremonia sin precedentes en la basílica de San Pedro en 1991. Y cuatro años después beatificó a Rafael Guizar, padre espiritual y tío abuelo de Maciel, primer obispo latinoamericano beatificado. Además, en México, dos centros universitarios de la Legión llevan el nombre de Juan Pablo II, lo que hubiera sido inconcebible sin su aval. Aunque, gestos públicos aparte, la influencia de los Legionarios de Cristo está a años luz de la del Opus Dei -en cuyas manos puede estar la elección del nuevo Papa- o el resto de los principales movimientos.

Sea como fuere, los nuevos movimientos eclesiales han aprendido a actuar calladamente en las cuestiones de política interna de la Iglesia, por lo que es difícil conocer los datos o la influencia real de cada uno de ellos. Pero, como señala un conocido teólogo madrileño que prefiere permanecer en el anonimato, "su poder actual es tal que haría falta un pontificado al menos tan largo como el de Juan Pablo II para acabar con él".

Es decir, que habrá nuevos movimientos para rato.

lavanguardia, 6-IV-05