´Costumbres chinas´, Francesc-Marc Álvaro

Las autoridades chinas han pedido a la población que cambie o modere algunas de sus costumbres durante los Juegos Olímpicos. Leo la lista y hay de todo. Desde guardar cola en la parada de autobús hasta retirar la carne de perro de los restaurantes, pasando por indicaciones tan peculiares como no llevar calcetines blancos con zapatos de piel negros o no visitar al vecino en pijama, lo cual no sabemos si excluye también las visitas en ropa interior o en cueros. Para el régimen chino, como para cualquier Estado, los Juegos son un gran escaparate ante el mundo, en el cual la gente hace de figuración. El matiz - y obviarlo sería obsceno- está en la naturaleza del sistema chino, tornasolado ensamblaje sin precedentes de totalitarismo político y capitalismo salvaje bajo el cual - digan lo que digan algunos- no querríamos vivir ni usted, amigo lector, ni yo, ni nadie que estime algunas cosas básicas como la libertad de expresión, la libertad sindical, el derecho de reunión y los derechos laborales. Que China sea un país gigantesco y milenario, donde nace, vive y muere la quinta parte de la población mundial, no relativiza estos hechos, sólo relativiza nuestra mirada occidental.

Y de miradas hay que hablar. Algunos se ponen la venda antes de la herida y nos advierten que no podemos juzgar lo que representan los Juegos de Pekín desde nuestros valores occidentales. Para una corriente desgraciadamente cada vez más extendida, debe trasladarse el relativismo cultural (que, por ejemplo, considera la ablación del clítoris algo aceptable en tanto que propio de una comunidad) al terreno de lo explícitamente político. Se nos invita, en contra de la herencia ilustrada, a aparcar al análisis crítico porque se parte de la idea de que nuestra lógica no puede comprender otra civilización y, por tanto, debemos actuar como meros espectadores neutrales ante cualquier fenómeno alejado de nuestra experiencia.

Esta forma de proceder se presenta como respetuosa y tolerante ante la diversidad cuando, en realidad, es profundamente paternalista, reaccionaria y neocolonial. Porque niega - en plena era hiperglobal- a otros pueblos no occidentales, en este caso a los chinos, la posibilidad de romper esquemas y adoptar aquellos valores y aquellas reglas que nosotros - europeos que gozamos de garantías de todo tipo- hemos colocado en el centro de nuestras vidas porque hemos entendido que asientan la dignidad, la libertad, la justicia y el bienestar. No es, aclaro, una cuestión de superioridad occidental sino de solidaridad entre humanos, y más cuando las comunicaciones han empequeñecido la Tierra.

Una cosa es que los chinos respondan a un complejo poso de tradiciones que nos es extraño y otra cosa, bien distinta, es que esta herencia sirva para justificar, sin más, la existencia de una tiranía como fatalidad histórica e inevitable mal menor.

2-VIII-08, Francesc-Marc Álvaro, lavanguardia