Después del impacto emocional por el terrible accidente de Barajas surge la autocrítica profesional, imprescindible: ¿debían los medios audiovisuales abordar a los familiares y los amigos de las víctimas que, sin saber todavía nada, esperaban desesperados que alguien les contara lo que ocurría? En todas las cadenas de televisión vi, el pasado miércoles, imágenes extrañas de personas cazadas en medio de sus privadas charlas telefónicas, en medio de sus sollozos, en medio de su ansiedad, que es sólo de ellos y no del público. No me gustó nada que, por impericia, por morbo o por llenar la ausencia de declaraciones oficiales, los noticiarios de televisión nos mostraran la intimidad del dolor. Es un abuso de poder del periodismo sobre el individuo, en un momento de gran indefensión de este.
Seamos claros, seamos técnicos y seamos serios: las declaraciones confusas de un hombre que no sabe si su hija ha fallecido dentro del avión siniestrado no informan de nada, no aportan nada, no explican nada, no sirven de nada. Al contrario, mostrar a ese hombre en ese instante es desfigurar el acontecimiento, explotar lo que nunca debe explotarse, dejar de respetar el perímetro del dolor y de la incertidumbre a la que todos tenemos derecho. El periodismo, a mi modesto entender, está en otra parte. ¿Por qué no dejamos que, en estas situaciones, los allegados de las víctimas puedan vivir su angustia sin exponerse a los focos? Al fin y al cabo, no hablamos de figuras de relevancia social, extremo que nos permitiría enarbolar un argumento a favor de la intromisión mediática. A una chica la entrevistaron dos veces, primero cuando pensaba que su hermano había fallecido y, más tarde, cuando le llegó la información de que estaba herido. Comparar los momentos de tristeza y de euforia nerviosa de esa muchacha, esa montaña rusa emocional ante millones de espectadores, no tiene ningún sentido ni arroja luz alguna sobre el trasfondo del accidente. Finalmente, todos supimos que su hermano, desgraciadamente, había fallecido.
¿Aplicamos, sin apenas darnos cuenta, las reglas voraces y descarnadas de la prensa del corazón a la gente de la calle? Más allá de lo que digan los jueces sobre el derecho a la intimidad y el honor, el sentido común y un mínimo de empatía (y de compasión) deberían guiar los pasos de los periodistas televisivos ante ciertos acontecimientos, se trate de veteranos curtidos o de becarios inexpertos a los que un agosto trágico convierte en estrellas. "Querían imágenes a toda prisa", me replica un ex alumno de periodismo, para justificar la caza de esa señora que andaba pérdida y llorando en medio del aeropuerto, móvil en mano. Y nosotros queremos información, le respondo. Capturar los rostros rotos de la desesperación, so pretexto de recoger la tragedia, no tiene nada que ver con comunicar la verdad.
24-VIII-08, Francesc-Marc Álvaro, lavanguardia