A la fuerza ahorcan. La tan denostada política se ha convertido, de la noche a la mañana, en la ansiada esfera de la seguridad, la confianza y la transparencia ante un mercado a merced de seísmos de enormes e imprevisibles consecuencias. La política, contra la que es fácil disparar (a menudo con causa, otras veces por inercia o ignorancia), aparece ahora como un espacio de restauración imprescindible, la única tabla de salvación de unos ciudadanos atemorizados por los efectos devastadores de la crisis global (y local, a pesar de las fantasías hiperbólicas de Zapatero). Contra todo pronóstico, la política volverá a ser sexy, aunque los políticos disponibles, aquí y allá, cerca y lejos, son los mismos de hace un año, cuando el hastío político reposaba cómodamente sobre unas sociedades confiadas en lo que iba dando de sí el empleo, el consumo, la concesión fácil de hipotecas y demás motores. Los líderes reunidos en la reciente minicumbre de París tratan, según parece, de volver a hacer política.
¿Se acuerdan de cuando, en Catalunya y otras tribus del orbe, no nos cansábamos de hablar de la desafección política?
Tan entretenidos estábamos con esas especulaciones que no nos dimos cuenta de que la intoxicación letal estaba en otra parte. Nadie vio - tampoco algunos sabios que ahora nos riñen- que la política estaba tan ocupada psicoanalizándose (en Europa y en Estados Unidos, cada cual con sus demonios), que se olvidó de arbitrar bien y vigilar las cosas de comer. Poníamos a los políticos en la plaza pública y los sometíamos al escarnio inmisericorde, viniera o no a cuento. Olvidamos que, a menudo, los gobernados no son mejores que sus gobernantes. Los pájaros de Wall Street o las culebras inmobiliarias de nuestros pagos nos han sacado del error a un precio muy alto. Pero no hagamos como si los demás, los que no participamos del botín, fuéramos simples espectadores. Como ha escrito Ferran Sáez, detrás de la crisis "hay también una inacabable suma de conductas individuales de altísimo riesgo, como la de quienes solicitaban créditos hipotecarios a 50 años sobre el 120% del valor de una vivienda ridículamente sobrevalorada; o la de los que, en vez de intentar pagar lo que adeudaban, unificaban deudas gracias a estrambóticos productos financieros que los ataban de pies y manos el resto de su vida". Sin un clima generalizado de irresponsabilidad, los temerarios, los incompetentes y los delincuentes no lo habrían tenido tan fácil para imponer sus manejos.
Estoy contento, a pesar de la que está cayendo, porque siempre he defendido la política como algo necesario, no sólo para evitar que nos matemos, también para dar sentido y dignidad a nuestras vidas. La política vuelve a ocupar el lugar que nunca debería haber abandonado, no nos queda más remedio, y esto es una excelente noticia. Un buen amigo, preocupado por el bajo nivel de muchos políticos dentro y fuera de nuestras fronteras, se alarma cuando le explico mi pronóstico. No pasa nada, le aclaro, la crisis es la mejor ocasión para hacer un poco de criba y animar a nuevas figuras. Tal vez se vayan a casa los más grises y aparezcan líderes que encarnen, de verdad, el coraje que reclaman los momentos más graves. La crisis tendrá la virtud - me atrevo a aventurar- de destruir y crear liderazgos y proyectos. Es verdad que existe, no debe menospreciarse, el peligro de los populismos; la tentación antipolítica trata de ganar adeptos cuando la tormenta se desata, pero ello debe ser un acicate para afinar los argumentos en pro de los valores positivos de la sociedad abierta. Más política puede leerse de modo simplista como más Estado o más intervencionismo. Sería reducir, desfigurar y distorsionar mi tesis. Estos días asistimos a un festival de revanchismo infantil que, confundiendo términos y conceptos adrede, interpreta la presente crisis mundial como el final apocalíptico del sistema de libre mercado y la globalización. Incluso se ha querido, forzando las analogías hasta lo risible, comparar lo ocurrido ahora con la caída del muro de Berlín en 1989. Los mismos que todavía son capaces de afirmar que la idea comunista sigue siendo estimable a pesar de su nefasta realización histórica consideran, en cambio, que el hundimiento de la banca de inversiones estadounidense y sus efectos es la prueba incontestable de la maldad intrínseca de un orden que, según ellos, sólo crea pobreza, explotación y exclusión.
Algunos, es evidente, están ansiosos por tirar al niño junto con el agua del barreño. En esta labor cuentan con la colaboración involuntaria de algunos liberales dogmáticos o pseudoliberales que andan confundidos. Son los mismos que batallan para que las opiniones de la Iglesia prevalgan sobre las leyes del Parlamento, privatizan monopolios públicos para darlos a sus amigos en lugar de liberalizarlos de veras, desprecian todas las lenguas y las culturas minoritarias y afirman que el nacionalismo del vecino es malo mientras ellos hacen ondear una bandera gigantesca. Esta especie se da mucho en Madrid y va unida, a menudo, a una política destructiva y fanática.
La política que merece tal nombre es escoger siempre el mal menor y, en este caso, el mal menor es el rescate público de los bancos afectados, ya sea en Estados Unidos o en Europa. Pero ello debe hacerse bien, revisando a fondo las reglas de juego, sacando el dinero de la oscuridad y llevando a los tribunales a quien toque. Es la hora de los moderados, vengan de la derecha o de la izquierda. A ellos corresponde volver a seducirnos con la política.
6-X-08, Francesc-Marc Álvaro, lavanguardia