"La autoridad al poder", Glòria Serra

Nuestro amigo sevillano se ha puesto serio de golpe, en mitad de una sarcástica conversación sobre la actualidad política, y nos suelta: “Lo que necesitamos es alguien fuerte, con autoridad, que tome las riendas del país con fuerza y ponga orden de una vez”. Un colega le hace la pregunta que todos tenemos en mente: “Entonces, ¿piensas votar a Vox?”. “No he dicho eso, no les pienso votar, tengo dos hijas y no me gusta por dónde van. Pero necesitamos autoridad y orden”. Su reflexión nos ha dejado atónitos, hacía sólo unos minutos que nos contaba que en Andalucía muchos votaron a Vox sin saber mucho a quién votaban y ahora se arrepienten. Pero, más allá de análisis electorales, las palabras sobre la autoridad y el orden me han acompañado toda la semana. Los sueños de un liderazgo ejercido desde la fuerza no han desaparecido aún en España. Medio siglo de democracia no ha conseguido disolver el caudillismo oculto en el inconsciente colectivo. ¿Se prefiere la autoridad por encima de la responsabilidad, la credibilidad o el pactismo, características más útiles en democracia que la fuerza? ¿Se prefiere el orden y el silencio a la cacofonía de voces y disidencias propias de una sociedad plural?

Quizá el resultado de las próximas elecciones generales ayudará a dar respuesta a estas preguntas sobre cómo los españoles quieren que sean sus líderes. De momento, lo que ha quedado claro es que uno de los mayores escándalos de perversión de la democracia que ha vivido el país desde los GAL está pasando prácticamente desapercibido en la precampaña. Me refiero a la ­difusión interesada que el comisario Villarejo está haciendo de todos los encargos empresariales, políticos, administrativos y mediáticos que recibió para encontrar atajos, ventajas y vías ilegales a los que no quieren someterse a la ley para conseguir sus objetivos. Es el caso, aparentemente, del Ministerio del Interior cuando lo dirigía Fernández Díaz bajo la presidencia de Mariano Rajoy. Por un patriotismo basado en exclusiva en acabar con los “enemigos de España” como fuera, mintiendo, manipulando o extorsionando, se encargó a algunos mandos policiales que se saltaran la ley en nombre de un bien superior. El intento de desprestigiar a Podemos para parar su crecimiento electoral se suma a la llamada operación Catalunya para hacer lo mismo con los líderes del independentismo. La metodología es calcada: inventarse informes y difundirlos a través de periodistas y medios afines o directamente comprados. Es el “a por ellos” negro sobre blanco: no se va contra personas que hayan cometido algún delito. Se va contra ideologías o propuestas políticas. Esto tiene un nombre feo y se llama dictadura: así se han comportado las policías autocráticas, se llamen Stasi, DINA o Gestapo.

Quizá estos patriotas de bandera gigante y golpe en el pecho han conseguido momentáneamente su objetivo. Pero no han salvado España, sino la peor versión del país, la de los muertos asesinados en las ­cunetas, los exiliados y los represaliados. No han matado al adversario, han matado la democracia, manoseando sus institu­ciones y corrompiendo su alma. ¿Es esta la autoridad y el orden que algunos echan de menos?

07/04/2019 - lavanguardia