"Tú serás el próximo", Plàcid Garcia-Planas

“Qué horrible, fantástico, increíble es que debamos cavar trincheras y usar máscaras antigás, aquí, por una pelea en un país lejano entre gente de la que no sabemos nada”.

Son las palabras más horribles, fantásticas, increíbles de un primer ministro británico en el siglo XX. Neville Chamberlain las pronunció por radio el 27 de septiembre de 1938. Y esa “gente de la que no sabemos nada”, capital Praga, era una de las pocas democracias que resistían en Europa. Dos días después, con el premier francés, Édouard Daladier, cedían ante Hitler y le entregaban Checoslovaquia.

El secreto mejor guardado del pacto de Munich es que Polonia se sumó al festín: mientras el Tercer Reich entraba en los Sudetes, las tropas de Varsovia tomaban un pequeño territorio checoslovaco –Zaolzie– de población polaca, ratificando la caída de Checoslovaquia (al festín se acabaría sumando Hungría).

Chamberlain creyó a Hitler. Regresó a Londres y agitó los folios del pacto en la misma pista de aterrizaje de Heston:

“¡Os traigo la paz de nuestro tiempo!”, dijo.

Daladier no creyó a Hitler. Daladier era francés, sabía lo que es el amor y, por tanto, la desesperanza: la ausencia total y absoluta de esperanza. Regresó a París creyendo que lo abuchearían y la gente le aplaudió por las calles:

“¡Ah... los gilipollas! ¡Si supieran!”, susurró a su secretario.

Pero la frase más definitiva, simple y sensacional la pronunció el oficial checo que entregó formalmente Zaolzie al oficial polaco:

“Vosotros seréis los próximos”.

Checoslovaquia, 1938 Checoslovaquia, 1938 (Raúl Camañas)

Empezaba el vals y 329 días después Alemania invadía Polonia: el Tercer Reich entrando por la izquierda... y la Unión Soviética por la derecha. El súbito y sorprendente pacto entre nazis y soviets para comerse Polonia tuvo su momento Marx (hermanos) cuando el ministro de Asuntos Exteriores de Hitler –Joachim von Ribbentrop– volaba hacia Moscú para firmar el acuerdo y el ministro soviético –Viácheslav Molótov– no tenía ninguna cruz gamada para recibirlo en el aeropuerto: a última hora localizaron una bandera nazi en los estudios de cine ruso donde se rodaban películas... antinazis.

El vals, por supuesto, no se detuvo ahí: 644 días después de que la Unión Soviética invadiera Polonia, Alemania invadía la Unión Soviética.

Polonia arrastra desde 1938 la cruz de Zaolzie. “No fue un error, fue un pecado”, reconoció el presidente polaco, Lech Kaczynski, ante los líderes occidentales reunidos en el setenta aniversario del inicio de la Segunda Guerra Mundial.

El oficial checo de Zaolzie se adelantó ocho años a la gran reflexión de Bertolt Brecht –“cuando los nazis se llevaron a los comunistas, callé porque yo no era comunista”... y así hasta que vinieron a por mí–, que sería la frase más brillante del dramaturgo si no fuera porque no la dijo él ni se dijo en ningún sótano izquierdista. La declamó en 1946 un pastor luterano alemán, Martin Niemöller, dentro de una iglesia en plena Semana Santa: “¿Qué hubiera dicho Jesucristo?”, se titulaba el sermón.

La última Yugoslavia se rompió bailando este vals. Cuando empezó la guerra en Liubliana, Zagreb era una fiesta (o casi). Cuando la guerra llegó a Zagreb, Sarajevo era una fiesta (o casi). Y cuando la guerra pasaba por Liubliana, Zagreb y Sarajevo, Belgrado era una fiesta. En verano de 1992, con el casco urbano de Sarajevo machacado, los diarios de la capital serbia discutían sobre una casa de la ciudad. Pregunté de qué iba y me contestaron que se debatía si derribar o conservar el edificio donde se fundó el partido comunista yugoslavo. Una sola casa. Siete años después, casi como una ley física, las bombas llovieron sobre Belgrado.

El máximo delirio de este bucle lo descubrió hace seis años un becario de La Vanguardia, Adrià Attardi, hoy estupendo periodista en Ser Catalunya. Terminaba su carrera en Israel cuando se conmemoró el aniversario del bombardeo más mortífero de la aviación italiana sobre Barcelona –marzo de 1938– y le encargué un artículo sobre otro Eixample que los italianos bombardearon dos años después. No era modernista, sino Bauhaus: Tel Aviv.

Attardi localizó a un arqueólogo jubilado que, cuando tenía 12 años, vio caer las bombas. Y el arqueólogo le desveló algo que le había confesado un pionero de las fuerzas aéreas israelíes: que recibió su formación en Italia por pilotos que participaron en el bombardeo de Tel Aviv.

La historia no se entiende sin este bucle, el bucle que cegaba la mirada del oficial polaco que tomó Zaolzie, el bucle que, leve o intenso, respira en las noticias que cada día nos llegan del mundo.

Está esculpido en Milán, en el memorial de la Shoah: INDIFERENCIA.

Barcelona, 13/04/2019 lavanguardia