"Que se pudran", Francesc-Marc Álvaro

Voy a usar un término que gusta a los partidarios de hacer política, entre los cuales me incluyo: los empeoradores van ganando. El último sondeo de GAD3 para La Vanguardia incluía un dato que describe un país –aquí me refiero a España entera– más cercano a la lógica del Viejo Testamento que a esa autocrítica que pocos hacemos, es­perando que muchos colegas de Madrid (y de eso que antes se llamaba “provincias”) también la vayan haciendo. El dato es rotundo: un 64% de los españoles rechaza fron­talmente que el futuro gobierno es­pañol pueda indultar a los ­líderes independentistas en caso de que estos sean condenados por el Supremo a penas de prisión. Si se manejan los datos sin la ­proporción de encues­tados catalanes, el rechazo al indulto alcanza un 70%, mientras que sólo un 18% de ciudadanos no catalanes lo considera pe­rtinente. Resumen: el “a por ellos” carcelario es dominante en la so­ciedad española y es asumido transversalmente por votantes de todos los partidos, incluso una mayoría de los que eligen la papeleta de Podemos. Es lo que hay.

Puedo escuchar frases como “se lo merecen” o “ellos se lo han buscado” o “así aprenderán”, es la telepatía del articulista, no se asusten. Lectores habrá de este papel que pronuncien tales expresiones y que, en medio de un cierto cabreo, abandonen la lectura en este punto, y vayan a buscar el confort de una opinión que les reafirme en sus certezas. A los que estén dispuestos a continuar leyéndome, les invito a hacerse algunas preguntas. Antes de proseguir, otro dato, complementario: el sondeo de GAD3 nos dice también que, en Catalunya, un 57% de los encuestados está por el indulto mientras que hay un 33% en contra; es relevante que la posición sobre este asunto sea tan distinta de la del conjunto de España, aunque la proporción de catalanes partidarios de la mano dura contra los independentistas sea algo más de un tercio de la ciudadanía, un dato que no puede orillarse.

(EFE)

¿Por qué tantos españoles quieren ver pudrirse en la cárcel a Junqueras, Forcadell, Forn y todos los demás? Sólo los violadores y los asesinos más crueles despiertan este ­tipo de sentimientos. Y los terroristas de ETA, claro está. Pero las mujeres y los hombres que están siendo juzgados ante el Supremo no son asesinos, ni violadores, ni terroristas, ni son golpistas, a pesar de que varios políticos, ciertos analistas y algunos medios insistan a diario en la idea de que lo ocurrido en Catalunya es igual o peor a lo ocurrido en España el 23 de febrero de 1981, cuando efectivos de la Guardia Civil tomaron pistola en mano el Congreso de los Diputados y secuestraron a sus señorías y al Gobierno. Los líderes del proceso catalán no usaron la fuerza en ningún momento y siempre propugnaron acciones pacíficas.

¿Por qué tantos españoles quieren ver pudrirse en la cárcel a Junqueras, Forcadell, Forn y todos los demás? Esta es la pregunta más importante de la política española de hoy. Más importante que la demagogia de Casado y Rivera juntos, más que los coros y danzas de Vox, más grave que la condescendencia de Pedro Sánchez cuando proclama que “el problema en Catalunya no es la independencia, es la convivencia”. Pero, en cambio, es una cuestión menos grave que la existencia probada de una trama de policías mafiosos que, al dictado de ministros y otros cargos, se han dedicado a intentar destruir la reputación de políticos rivales, con el concurso de ciertos medios. ¿La gente de las Españas que quiere ver pudrirse en la cárcel a Junqueras, Forcadell, Forn y los demás se siente tranquila sabiendo que han existido gobernantes recientes que han permitido, tolerado y ordenado acciones más propias de regímenes autoritarios que de una democracia?

Para hallar respiro entre unos supuestos mejoradores de oficio, busco lo que han dicho los obispos españoles, hombres de fe de los que se espera una militancia clara en la compasión. En el documento que han redactado sobre el presente ciclo electoral, no hay referencia alguna a la penosa situación de los candidatos catalanes en prisión provisional. Ni una palabra. En cambio doy con esto: “Tanto en el campo de la identidad nacional como en el de la identidad personal, el llamado ‘derecho a decidir’ no es moralmente legítimo en sí mismo, pues supondría la absolutización de la voluntad de poder desvinculada de la moralidad del contenido de la decisión y del marco social e institucional donde se toman las decisiones. Si, además, el ambiente cultural en el que se promueve, de manera acrítica, tal autodeterminación está dominado por emociones y sentimientos, el riesgo de decidir en contra de la dignidad de la persona, de la justicia y del bien común es muy alto”. Un faro de luz (y caridad) en plena tormenta.

¿Por qué tantos españoles quieren ver pudrirse en la cárcel a Junqueras, Forcadell, Forn y todos los demás? Seamos positivos y constructivos: el mismo sondeo publicado por La Vanguardia indica que, en el conjunto de España, un 44% de ciudadanos está a favor de aplicar de nuevo el artículo 155 mientras que un 45% está en contra. El vaso medio lleno y tal.

18/04/2019 - lavanguardia